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Adiós a un artista canario universal

Pliegues de la vida

El dominio del inglés, gracias a las amistades paternas, y sus dotes sociales, expresadas al frente del CAAM y el Círculo de Bellas Artes, impulsaron al niño y adolescente marcado por los barcos en el astillero y el calor de la fragua

Manos y herramientas de Martín Chirino. Alberto Nevado

Martín Chirino podía haber sido un pescador en Río de Oro embarcado por meses en un pequeño barco de cabotaje, quizás el Rápido, tras la captura de la curvina, también un herrero de la portuaria calle Rosarito, donde se torneaban todo tipo de piezas, o un empleado de los astilleros Blandy, donde su padre trabajaba de jefe de talleres. Un padre de familia numerosa que, sin embargo, quería para su vástago una prometedora carrera profesional como abogado o médico, pero que al final dobló el brazo y transigió con su vocación artística, que llevaba aparejada su marcha a Madrid para seguir los estudios de Bellas Artes. Don José Chirino era un hombre de recursos, y antes de tomar la decisión pidió consejo sobre qué hacer con Martín al general Pinto de la Rosa, gran amigo suyo, además de dejarse llevar por otros que vieron en él a un escultor a través de las figuras de plastilina que le había regalado a una inglesa de la colonia, y que de niño hacía en Santa Brígida mientras se curaba de una tuberculosis.

Hace años, durante una serie de entrevistas que le hice, hablamos de estos pliegues de la vida. Y después seguíamos en torno a lo mismo, cartografiando su biografía, deshilachando la memoria que poco a poco se desvanece.

Acabó yendo a una academia que había montado en Ciudad Jardín el escultor figurativo Manolo Ramos, que había vuelto de París y que tenía una hija muy guapa. Martín Chirino y Manolo Millares, que ya eran amigos, ganaron un premio por un portal de Belén en un premio convocado por la Falange. En la casa familiar de Las Canteras, el aprendiz modelaba con modelos en vivo, y es muy probable que a esa época muy de su intrahistoria artística pertenezca el San Antonio que está en la fachada de la iglesia de los Franciscanos en la calle Perdomo. Una orden que montó un colegio en Las Canteras, y del que fue alumno Chirino.

En estas conversaciones, a veces telefónicas, le manifesté mi curiosidad por su conocimiento del inglés, algo no habitual en una España donde lo común era el analfabetismo. ¿Por qué Chirino se hizo bilingüe siendo un adolescente?

Fue a los Franciscanos, pero de repente hubo un cambio de sentido en su biografía. Él lo atribuía a las amistades británicas de su padre, que despachaba diariamente con Blandy, el dueño del astillero. Los ingleses tenían en gran estima profesional a don José Chirino, cuyos conocimientos resultaban claves en aquel mundo de motores de vapor. Lo matriculó en una escuela a la que iban los hijos de los británicos, una decisión que resultó trascendental con los años: saber inglés le abrió muchas puertas, sobre todo el despegue en el mundo artístico de los Estados Unidos.

Una vez le dije que era un gran estratega. Estar en varios mundos a la vez, estar dentro y fuera, le había procurado una tremenda capacidad para las relaciones sociales, algo poco habitual en un artista, en un creador. Y como prueba la cité su etapa como director del CAAM, el tiempo que estuvo al frente del Círculo de Bellas Artes de Madrid y después, sus gestiones para sacar adelante la Fundación que lleva su nombre en el Castillo de la Luz.

A la defensiva, subraya su perfil ensimismado y recuerda la mansedumbre de la ciudad de su niñez, siempre pendiente de las noticias que tardaban en llegar, hundida en el silencio, en el aislamiento, llena de viento, de espirales de arena, con un mar que parecía no tener fin... Elige uno de los asuntos: en el Círculo, comenta, no tenía más remedio que plantarse en los despachos de los banqueros y pedirles dinero para que no les cortasen la luz. Otro: lamenta que en Canarias no se valore el esfuerzo de él y de otros para crear el CAAM.

Siempre me extrañó una frase suya: "La vida tiene vectores". Estábamos por los años del Valle de los Caídos, había vuelto al estudio de Manolo Ramos, que estaba en Madrid para hacer algunos trabajos para el monumento franquista. Allí empezó a tallar uno de los frisos de la obra para ganar algún dinero, sometido a esas bifurcaciones de la existencia. ¿Y el grupo El Paso y el franquismo? Nunca lo había visto tan irritado. "Los que nos critican o dicen que fuimos colaboracionistas deberían haber estado allí. Había miedo y hambre, por lo que es muy fácil referirse a ello cuando estás fuera de la escena. Me gustaría saber qué hubiesen hecho los que ahora hablan así".

Tras un tiempo de silencio, volvimos a hablar. Quería encontrar en la hemeroteca los ataques que recibieron por una exposición en El Museo Canario, inmediatamente anterior a su marcha a Madrid junto con Manolo Millares, Manolo Padorno y Elvireta Escobio, disgustados y cabreados por el ambiente de rechazo que se vivía en la ciudad natal.

Manolo y Elvireta eran pareja, y su piso en Las Canteras era el lugar de reunión de la pandilla, donde se discutía o se analizaba la alternativa madrileña. Chirino había conseguido a través de un cuñado contratista un solar donde había levantado, muy en precario, una chabola estudio, se oía mucho jazz y la célula estaba entusiasmada con las figuras africanas, una cultura que el escultor había conocido de cerca durante el tiempo que estuvo por Río de Oro en uno de los barcos de su padre, también armador. "Aquel mundo me dejaba perplejo al principio, pero cuando vuelvo a Canarias tras los estudios de Bellas Artes, llegó con una información sobre la negritud, las máscaras, Picasso y de la africanidad como arte ritual. Manolo Millares y José María Benítez empezaron a interesarse por comprar arte africano, que en broma llaman los chimbilicocos. Ahí también estaba Plácido Fleitas. Hay mucho jaleo en torno al tema, además éramos un grupo muy altisonante, muy moderno, muy informados por Westherdahl, por Felo Monzón, que fue el primero que me dio a leer la revista Studio, donde vi las primeras obras de Kandinsky".

En esos diálogos cada vez más alejados por su enfermedad, siempre retornaba, tozudamente, a sus increíbles visiones de unos barcos desmesurados, alzados en la cuna por un cabrestante chirriante, primero a manivela y luego a vapor. Y se veía niño, adolescente, recién llegado a través del istmo en barca, desembarcado en el boquete, al lado de la iglesia de La Luz, impresionado por la enormidad de los buques. Y mucho humo, gritos, sirenas y el calor de la fragua.

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