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Máscaras y engaños en Praga

Ambiente histórico y el más elemental género negro norteamericano en la nueva novela de Benjamin Black, pseudónimo de John Banvillle

En caso de duda, Praga. Y si la duda persiste, Benjamin Black. Eso es lo que debe de haber pensado John Banville (Irlanda, 1945) para continuar este año una carrera literaria que ya ha ofrecido, al parecer, las mejores perlas: no pocas. Un poco de historia, pues. En 1981, Banville comienza a convertirse en eso que se da en llamar "escritor de culto", a base de novelas sobre científicos clásicos del pasado. Ese año publica Kepler, tras haber dado a la luz Copérnico cinco años atrás, y un año antes de La carta de Newton. La primera de las citadas tiene mucho de Praga, ciudad donde vivió, desde finales del XVI, el gran astrónomo, como matemático imperial del rey Rodolfo II, aquel extravagante personaje. Praga encanta, es bien sabido, y Banville quedó aún más enganchado de la ciudad, tanto que en el año 2003 publicó sus Imágenes de Praga y acabó por recibir el Premio Franz Kafka. De modo que, en caso de duda creativa, Praga siempre está a mano.

Pero en 2006, Banville se inventa el seudónimo o heterónimo ?aún no lo sé? de "Benjamin Black" para escarbar en el muy turbio pasado de cierto catolicismo irlandés, con crímenes de por medio y el personaje de Quirke como eje. Digamos que Banville es el escritor de culto y Black el de los asesinatos. Hasta que en el 2014 alumbra la lamentable ?en mi opinión? La rubia de ojos negros, continuación de la serie de Philip Marlowe, el célebre detective creado por Raymond Chandler. Fue el mismo año en que se le concedió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. ¿Por dónde continuar una vez agotada la veta irlandesa y ya con una edad su autor? Complicaciones, pocas. Súmese la Praga de Kepler a la firma de Black y se obtiene lo que en el original se tituló Noches de Praga y en español Los lobos de Praga.

Si se busca el esqueleto argumental de esta tan entretenida novela ?tan amena en el mejor sentido de la palabra? nos topamos con los huesos del más elemental género negro norteamericano. Un joven que llega a la ciudad con ansias de gloria se emborracha en su primera noche y descubre el cadáver de una hermosa joven tendido sobre la nieve. La han asesinado y la búsqueda del criminal desentrañará los turbios manejos de la más alta sociedad. Trama, por lo tanto, para el Benjamin Black que quiso ser Chandler. Pero, la verdad, no da para mucho tal argumento. De modo que recurramos a Praga, situemos la acción en aquella corte corrompida y podrida del XVI, donde se mezclaban alquimistas y embaucadores con intrigas asesinas al compás de un rey chiflado, hagamos aparecer a la mujer muerta en el Callejón del Oro ?donde tuvo casa de escritor Kafka? y tendremos nueva novela. Podía haberla firmado como Banville; pero al rebajarse un tanto la calidad del estilo, adjudíquese a Black.

¿El estilo? Cuenta la historia el ahora anciano protagonista: "Cuando recuerdo esos días, me parece haberlo imaginado todo". Y lo cuenta con estilo inocente o romántico o ingenuo: "Al oír ahora el violento estrépito, salté de la cama y miré presa del pánico a mi alrededor, pero no tenía siquiera un cuchillo para defenderme. Me pregunté confuso...". Y así sucesivamente. "Los fugaces espantos que había sentido nada más hallar su cadáver me habían dejado en un estado de constante temor que me afectaba como unas fiebres, oscurecía mis días y obsesionaba de noche mis sueños". Sumemos hallazgos como el del personaje del enano ?sobre todo en su aparición? y algún atisbo de Banville: "En el tiempo que pasé en la corte de Rodolfo llegué a reconocer un rasgo común a todos los cortesanos, que era el gesto distraído con que parecían estar siempre intentando oír algo que se decía justo allí donde no podían oírlo". Entonces, ¿por qué digo estilo rebajado? Lean en el capítulo 21: "Se respiraba la tensión en el aire". Eso ni es Banville, ni es Black. Eso se llama desgana.

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