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Crítica | Orquesta Filarmónica

Cañizares y Zaratrusta, la cara y el envés

Cañizares junto a Chichon, ayer en el Auditorio. lp/dlp

Un guitarrista extraordinario, Cañizares, arrancó ovaciones entusiastas en el 12º concierto de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria. Elegante y canónico en la Fantasía para un gentilhombre de Joaquin Rodrigo, volcó su excelente escuela en el servicio a un estilo neoclásico de peligrosa transparencia. La claridad y la belleza de su sonido (lógicamente microfonizado para fluir en el Auditorio Alfredo Kraus) describieron en premisas exactas los temas antiguos reelaborados por el compositor en forma concertística, junto a una pequeña orquesta de arcos y viento-madera. Bastante apagados en ella los dos primeros movimientos, se animaron en el tercero y fueron una fiesta en el mejor, el Canario, exultante, popular y cortesano en el sonido de todos.

Cañizares tocó después a solo dos composiciones propias: Añorando el presente, vibrada, melancólica y quejumbrosa en el clima y los quiebros de la guitarra flamenca; y El abismo, brillantísima en su virtuosismo ritmico. La copla y la danza gitanas, en definitiva. El público, entregado, pedía más.

Karel-Mark Chichon había abierto el programa con un delicioso Divertimento en si bemol de Vicente Martín y Soler, otro "Mozart español" (como Arriaga) y figura muy estimada en la Europa del XVIII. Nueve solistas de viento bordaron con maestría una escritura refinada y difícil, perfectamente empastados en timbres y color.

Cerró programa Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, paradigma de la "trivialidad triunfante" que le achacaba Stravinsky en sus conversaciones con Robert Craft, añadiendo que enviaría al Purgatorio todas las óperas del muniqués (excepto Salomé). Y no es menos modélica del consejo de Strauss a un escandalizado Mahler: "Comience sus obras con una entrada grandiosa y haga después lo que quiera". La introducción multiusos de este poema es lo único que permanece en la memoria, una vez consumados los nueve "subpoemas". El sinfonismo hipertrófico vale para describir los Alpes -por ejemplo- pero nada tiene que ver con la filosofía soroástrica recocinada por Nietzsche con su penetrante estilo conciso y aforístico. Ni en sueños es el mejor poema de Strauss, pero inflado y difícil sí que es.

Chichon dirigió muy bien, con orden y brillantez, a una macroorquesta reforzada, según el programa, con 33 extras (muy pocos canarios, por cierto). Todos dieron una respuesta precisa y profesional a la batuta. Generoso y expresivo el premio del público.

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