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Crítica | 'Adiós Arturo'

La muerte de Arturo

Una escena de 'Adiós Arturo', de La Cubana. la provincia / dlp

¿Cuántas veces se ha comparado la vida con el teatro? Cervantes, Petronio, Shakespeare y muchos más, escribieron líneas geniales acerca de cómo este género literario imita a la existencia y viceversa, haciendo que las personas, como los actores, interpreten papeles para los cuales se ponen una máscara tras la cual ocultan sus verdaderos rostros.

Por eso la afirmación de que la vida es un teatro viene tan de lejos que incluso supone un tópico literario: theatrum mundi.

Entonces, si la existencia se ordena como un teatro o una pieza teatral, la muerte equivaldría metafóricamente a la caída del telón que pone fin a la representación. Pero a pesar de ello, creo que a nadie se le había ocurrido componer una obra teatral en la que a partir de unas exequias se rememorase la vida de un fallecido componiendo una semblanza biográfica en la que un reparto coral tratase de arrojar luz sobre una figura que durante toda la representación nos resultase una oscura sombra al modo del Charles Foster Kane de la película de Orson Welles.

Con la muerte de Arturo, y no me estoy refiriendo a la obra de sir Thomas Malory, la compañía teatral La Cubana dispone una sucesión de panegíricos en homenaje al difunto que aportan escenas musicales de todo tipo, que van de la canción árabe a la cubana, pasando por multitud de géneros. El humor, siempre muy negro, nos transporta a lo que suele suceder tras la muerte de alguien con dinero, de tal manera que los eventos que suceden al óbito se convierten en una comedia teatral en toda regla en la que cada cual trata de sacar provecho del difunto como si de una bandada de buitres se tratase.

Con Adiós Arturo, La Cubana vuelve a divertir al público con una puesta en escena pensada para hacer participar al espectador, que asimismo puede convertirse en actor e interpretar a variopintos personajes, algunos de ellos incluso en el escenario. Pero sin embargo Adiós Arturo tiene un punto débil, y es que esa despedida del difunto quizás sea un poco demasiado larga. En concreto, el momento en que el escenario es ocupado por unas limpiadoras supone el punto más bajo de toda la representación, y únicamente hace que la obra se prolongue innecesariamente. Afortunadamente, el humor original se recupera poco antes de finalizar a ritmo de fox-trot con la canción macabra por excelencia de la historia de la música española, Rascayú.

Si una de las funciones de la comedia es servir para burlarnos de la estupidez humana, al menos debo a La Cubana haberme reído del gran tabú de nuestra civilización, la muerte.

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