C on el segundo programa de El mundo en un piano presentaron la Fundación Auditorio y Teatro y Fábrica La Isleta a un excelente pianista de 22 años: el grancanario Víctor Naranjo. Es reveladora su valentía al afrontar una de las tres últimas sonatas de Beethoven. La número 30, Op.109, enmarcada por la ciclópea Hammerklavier Op.106 y las geniales Op. 110 y 111, comienza de manera desenfadada y amable, pero se complica gradualmente hasta el Andante final con seis variaciones, que ejemplifican el magistral contrapunto desarrollado por el autor en su etapa terminal.
El joven pianista fue creciendo en expresión y destreza manual hasta el pleno dominio de la arquitectura que sostiene el conflctivo mosáico técnico y poético de un compositor sobrenatural. Sorprendente madurez de Naranjo, a tan corta edad, en el control de movimientos, volúmenes y matices de carácter.
En la Segunda sonata Op.36 de Rachmaninov también escuchamos una certera disección. El tematismo cede en ella el primer plano a la especulación armónica de los desarrollos, admirables por la invención modulatoria y la belleza sonora en ideas de variación. Es básico el oído del intérprete para delinear todos los acontecimientos descritos en esa música, su grandeza en la casi palpable sensualidad, y los cambios de humor apoyados en su lábil alternativa modal. Naranjo construye su relato desde la identificación con una partitura ambiciosa de volcar toda una vida, pero dando espacio a la propia imaginación, como debe de ser. Magnífica lectura, ejecución brillantísima y rotundo éxito en ovaciones, respondidas por Víctor Naranjo con un bis espectacular: Diabolus in música, de Miguel Bustamante.
La segunda parte del concierto viró con Héctor Matacherry a un pianismo que es ajeno a mi área de conocimiento.
