Pues a unas horas de que acabé Juego de Tronos, la serie con mayor impacto de la historia de la televisión, los guionistas han situado a las legiones de fans casi en el mismo lugar donde comenzó todo hace ocho años: quién ocupará el Trono de Hierro (o lo que queda de él).

La atropellada sucesión de acontecimientos ocurridos en la última temporada han despertado la ira de los espectadores, que incluso han abierto una página en www.chan-ge.org para solicitar que se rehaga esta octava y última temporada de la serie que acaba esta próxima madrugada. Hasta ayer llevaban más de 850.000 firmas secundando una petición tan legítima como loca: cada episodio de Juego de Tronos tiene un coste de 15 millones de dólares; 90 en total ha gastado HBO en esta temporada.

Es de dudar que se metan en semejante embolado millonario aunque, en estos tiempos que corren donde el impacto a modo de noticia es la máxima, tampoco sería descabellado plantear que la plataforma estadounidense se animara a contentar a sus fans, asegurándose también de paso otros miles de millones de euros por los derechos de emisión de la teleserie, que actualmente se ve en cadenas de televisión de 170 países.

Esa medida, sin embargo, dejaría en mal lugar a David Benioff y D. B. Weis, los creadores de la serie y guionistas, además de directores de algunos de los episodios. Los críticos con el rumbo que ha tomado Juego de Tronos dicen que el gran problema de estos últimos seis episodios radica precisamente en que no contaban con el material del autor de la saga, George R. R. Martin. "Sin su genial crueldad e imaginación, algunos detalles imprescindibles para el desarrollo de los últimos episodios se habrían convertido en otra cosa", explica uno de los seguidores de la serie entre los miles de comentarios que se pueden leer en las redes estos días. Sin entrar en 'spoilers', la despedida de algunos personajes de esta súper producción no ha estado a la altura, según los críticos, ni con el transcurso de la teleserie ni con los hechos que éstos ha perpetrado.

Un trono para el recuerdo

Y a todas estas, el Trono de Hierro sin dueño o dueña, pero con una lista de aspirantes que se ha visto reducida a casi los mismos de siempre: tres Stark; un Stark/Targaryen; una Targaryen (ejem); un Lannister y un Baratheon que bien podría ser el gallo tapado de esta locura de temporada.

Hasta Brienne de Tarth se ha posicionado en buen lugar, incluso un justo lugar, para subir los peldaños que acceden a la preciada poltrona de las espadas, convertida ya en un icono global a la altura de artículos como, por ejemplo, El halcón milenario de la saga de Star Wars o la mismísima botella de Coca Cola. Ahí es nada.

A los millones de espectadores que cada semana han seguido durante años esta serie hay que sumar, para entender el impacto de Juego de Tronos, el estudiadísimo impacto en los medios, especialmente en las redes sociales. Eso, además, ha provocado una cantidad inmensa de contenidos en las redes que, a su vez, fueron compartidos por millones de internautas, regalándole a HBO la mejor promoción que existe.

El fenómeno Juego de Tronos es de tal calibre que la serie ha entrado a las universidades, ocupa estas semanas muchísimas páginas y minutos en prensa y radio, y su calidad en lo que a materia de producción se refiere será durante mucho tiempo ejemplo de la excelencia -y no sólo en lo que se refiere a la televisión sino en cine- colocando bastante alto el nivel de los efectos especiales, vestuario, decorados, elección de exteriores...

A nadie le cabe duda que si los dragones existieron eran como Drogon, Viserion y Rhaegal porque sólo soñando a lo grande y teniendo la financiación necesaria se logra el grado de calidad de Juego de Tronos.

Volviendo sobre los dragones, es extraño que ningún colectivo animalista se haya posicionado en contra de la versión televisiva de la saga Canción de hielo y fuego por la 'caña' que se les da a los animalitos (ya hubo quejas por la frialdad de Jon Snow al despedirse de su lobo), convertidos en máquinas de matar a la más mínima señal de su propietaria, la Rompedora de Cadenas, la kaleshi.

Supondrían la enésima queja pública o social hacia una serie de la cual se ha dicho que degrada a la mujer, incita a la violencia gratuita, mezcla históricos acontecimientos o épocas reales con leyenda y fantasía, falsea sobre los recovecos oscuros del poder, promueve el incesto... El giro conservador de la serie es más que evidente: en las tramas se ha rebajado incluso el número de desnudos, de los 33 de la primera temporada a los tres de la actual, con la finalidad de contentar a los espectadores más puritanos y, en especial, al pudoroso público asiático, una mina de negocio que HBO no dejó escapar porque los sueños de los espectadores molan, pero tienen un precio.