Dejaron de sonar Duke Ellington y John Coltrane, a lomos de los acordes de In A Sentimental Mood, cuando Andrés Calamaro se asomó por el escenario. Su aparición, rodeado por su banda, recordaba al Coronel Kurtz agazapado entre las sombras de la jungla camboyana de Apocalypse Now: traje oscuro, cinta de judoka anudada en la cabeza y paso ingrávido. El advenimiento resultó ser una declaración de intenciones de un artista único que, tal vez lejos de los días de aclamación popular, a ratos se muestra genial y en otros ofrece su traza más terrenal. En las dos peculiaridades, como los toreros que se manejan con el capote y la muleta, fue único. Se lanzó a la arena y no se dejó nada. Y eso, en los días del imperio del postureo, no es poco. Anoche, en el Gran Canaria Arena, hizo sentir una experiencia única a los cerca de 3.000 fieles que entonaron sus himnos durante dos horas y media de recital. Fue Calamaro. Y punto. ¿Hace falta más?

Escoltado por guitarra, órgano, bajo y batería, Calamaro se arrimó al tendido para arrancar la lidia: Alta Suciedad, un valor seguro que sonó rotundo para marcar el ritmo de la primera hora de concierto. Durante sesenta minutos, el artista dejó en un cajón al orador locuaz que le acompaña últimamente. Esquivó los charcos y no se metió en jaleos políticos en la víspera de la jornada de reflexión. Se sentó delante de su Rhodes y, como el músico negro que lleva el son en una misa gospel, convirtió la noche en un ritual. Saltó de clásicos a temas nuevos, mezcló rutina con novedad, atacó lo mejor de su repertorio, se remontó a sus años de rock pobre en Argentina y rebuscó en el inventario de Los Rodríguez.

Señalada Alta Suciedad como punto partida, Calamaro trazó un viaje por parte de lo mejor de la tradición del rock en español de los últimos 30, 40 años, un lujo que pocos se pueden permitir. Dio a conocer a su criatura con Verdades Afiladas, la triste canción que abre Cargar La Suerte, para luego retratar Argentina con Clonazepán y Circo -20 años después sigue vigente- y recordar a Los Rodríguez con A los ojos -primera melodía que puso a bailar a un público que tiró de la nostalgia que generan los años felices para entregarse a una noche de fiesta-. Durante los once primeros temas que levantaron la primera hora de la noche, El Salmón recuperó joyas olvidadas como Algún Lugar Encontraré, rememoró días de gloria con Las Oportunidades y demostró que los buenos maestros no pierden pegada con Falso LV -tal vez el mejor tema de su último álbum-.

Versos

A ritmo de cumbia -ahí quedó para siempre el poso de la Bersuit-, Calamaro se plantó en Tuyo Siempre. Y ahí, se desató el chamán que lleva dentro. Dejó la seguridad y el parapeto que le ofrecían el Rhodes, como el matador que coge la muleta, y se convirtió el mismo en un espectáculo. En sus movimientos hay tanto de Calamaro como de Mick Jagger, Raphael o Bunbury. Jugó con el público con sus diatribas -pidió el indulto para Louis CK o Kevin Spacey, sentenciados por las masas de lo políticamente correcto-, lanzó guiños continuos a Canarias, dio sorbos a un mate mágico y, al ritmo del Miss You de los Stones presentó a su banda y se lanzó a tumba a abierta hacia la segunda mitad del recital.

De ahí hacia delante, la noche se convirtió en una montaña rusa de emociones en la que repicó una banda sonora soberbia, en la que Calamaro dio a sus seguidores lo que buscaban cuando compraron sus entradas: un puñado de buenas canciones y un rato de felicidad. Y, entre tema y tema, detalles de genio: unos versos, con el punto cubano como patrón, para glorificar Canarias -su localización en un mar que une tres mundos, la leyenda de la Atlántida, la belleza de sus mujeres, las noches con Sabina (como Drexler) y de amor no correspondido con Victoria, un guiño a las décimas de Yeray Rodríguez-, un particular cumpleaños feliz para Bob Dylan entonando el Blowin in the Wind y covers de The Police - Can't Stand Losing You- y Soda Stereo - Música ligera-.

Loco, maridada con Corte de Huracán, abrió el desparrame final: una hora y media en la que el artista presentó Tránsito Lento o My Mafia -ámbas de su último álbum- e invocó himnos como Cuando no estás, Los Aviones, Crímenes Perfectos, Estadio Azteca, Los Chicos o Paloma.

En esa ceremonia de 90 minutos, lo que dura un partido de fútbol, el recital ofreció tantos detalles como un Boca-River. Dio tiempo para que Calamaro lamentara los escasos aplausos para Loco o para que recordara los tiempos -tras la interpretación de Ni Hablar- en los que el respetable dedicara una sonora ovación los solos de los guitarristas. Los tirones de oreja del argentino surgieron efecto: el público reaccionó con My Mafia para adentrarse en la fiesta final que arrancó con la felicitación por los 77 palos de Bob Dylan.

Con el tendido entregado, Calamaro se lanzó al centro del ruedo. Y ahí, en ese arte, se mostró inmenso: tiró de Ariel Rot y los tiempos de Los Rodríguez con Milonga del Marinero y el Capitán, caldeó el ambiente con los pases naturales de Paloma y Flaca y abrió la puerta grande con Me estás atrapando otra vez. Tal vez, dentro de 40 semanas, tengamos por el mundo a algún Andrés o alguna Paloma fruto de una noche mágica. La noche se quedó para eso.