Los rostros expectantes contenían la respiración mientras esperaban a que se iluminase la estructura de hierro que se alzaba sobre la cantería de la plaza de Santa Ana. El espectáculo de La tortue de Gauguin [ La tourtuga de Gauguin] de la Compagnie Lucamoros finalizó ayer 2 de agosto la vigésimo tercera edición del Festival Temudas de Las Palmas de Gran Canaria. Una función plástica y atípica que reivindicó una visión singular y efímera del arte a partir de la obra del pintor galo.

A la caída de la noche, seis pintores subieron a las vigas colocadas a más de nueve metros de altura junto a sus rodillos, pinceles y caballetes. Con ellos, deslizaron las témperas por las paredes y los telones de plástico que se convertían en los lienzos móviles que contaron la historia de Paul Gauguin y la tortuga. Se dice que en una de sus estancias en las islas Marquesas quiso pintar el caparazón de una tortuga perdida por la playa. El tiempo, las olas y el salitre convertirían en imperecederos sus trazos, nada más lejos de lo ocurrido.

El primer acto de la producción de Luc Amoros fue dedicada a la infancia del arte. Ese momento donde los recuerdos conforman la imaginería a una temprana edad y pervivirán en la memoria.

A su vez, hubo cabida a la crítica social con el uso desmedido del selfie. Las caras que bombardean nuestros móviles, portátiles y cámaras son el pan de cada día, como las pantallas fulgurantes que grabaron el acto. Una invitación a la pausa que durante sesenta minutos se cumplió.

Los artistas y el público establecieron un diálogo mediante la transparencia de los materiales. Testigos de la acción que usualmente queda en la intimidad del estudio, la audiencia contempló la sincronización de los pintores, sus movimientos ágiles y la continua transformación de las imágenes esbozadas como el rostro similar al de las mujeres tahitianas de los cuadros de Gauguin.

La voz de la actriz Brigitte González, acompañada por el músico Ignacio Plaza, leyó un poema proporcionando un momento íntimo al espectáculo.

Este es un experimento que se aleja de la tradicional puesta en escena de los títeres de sombra que son la distinción de la compañía francesa. No obstante, la universalidad de su mensaje quedó intacto con la última imagen escenificada. Entre vánitas y al estilo de la tradición mexicana, tres vivos y tres muertos rememoraron la condición fugaz y finita del ser humano que para el posimpresionista Gauguin supuso la miseria durante sus últimos días debido a las penurias económicas y el escaso reconocimiento.

Una tortuga se desliza para acabar en el olvido del mar. Como ella, no quedó rastro de las creaciones, solo el recuerdo en quienes los vieron. Ese fue su fin.