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El caballero andante Leandro Perdomo

El director de la Fundación César Manrique, Fernando Gómez Aguilera, edita 'Mi Teguise', un volumen renovado de crónicas y cuentos del escritor lanzaroteño

Leandro Perdomo en el despacho que tenía en su casa de Teguise. lp / flp

Si se trata de enfrentarse a la vida con ojos de Sancho o de Quijote, el escritor lanzaroteño Leandro Perdomo nunca tuvo dudas: él siempre fue el caballero andante, dispuesto a lanzarse al mundo sin red ni coraza, y así poder contar a todos lo vivido.

Leandro Perdomo fue periodista deportivo, amante de tertulias, amigo de César Manrique. Se ganó la vida como cambullonero en el Puerto de la Luz y de Las Palmas de Gran Canaria y como minero en Bélgica. Y en medio de esos vaivenes del camino hizo lo que mejor sabía hacer: contar entretenidas historias, con ese don secreto que sólo acompaña a los grandes fabuladores, o a los juglares modernos.

Una de las personas que tuvo la suerte de conocerlo y de mantener una gran amistad, se reunían todos los lunes por la tarde en su casa de Teguise, fue Fernando Gómez Aguilera. El director de la Fundación César Manrique (FCM) y responsable de la edición, selección y prólogo de Mi Teguise, declaró en la presentación del libro "que no es habitual que se aprecie la obra de Perdomo porque está privado de circulación literaria a pesar de su valor literario".

En esta apuesta renovada por los cuentos de Perdomo no se incluyen todas las crónicas que escribió, pero sí las mejores, según destacó Aguilera. En estos relatos escogidos se toca un asunto esencial en su narrativa, ya que "si su obra es Lanzarote, la almendra es la Villa de Teguise", un tema principal para analizar su pensamiento.

Perdomo era un maestro de la anécdota y le interesaba la historia inconsciente. En las páginas de Mi Teguise hay varios hilos conductores, entre ellos, la inmigración. Leandro salió de Lanzarote en 1946, primero hacia Gran Canaria y después a Bélgica, donde trabajó en una mina de carbón y fundó el periódico Volcán.

Después regresaría a su isla y seguiría escribiendo. Con crónicas y cuentos que publicó de forma habitual en los periódicos LA PROVINCIA, Diario de Las Palmas y en el semanario Lancelot.Personalidad

Leandro Perdomo Spínola era de esas personas singulares, de esas con las que da gusto pasar el día escuchando como, por ejemplo, un hombre normal, de largos bigotes y cachimba humeante, puede transformarse por el influjo del alcohol en un adormilado submarino, al meterse dentro de un abrevadero de agua para animales, quedar totalmente sumergido, y dejar fuera del estanque, para poder respirar, un trozo de cachimba. Como el periscopio que en las películas de guerra salía del mar para otear el horizonte. Una estrategia que a este amigo o quizás sólo conocido de Leandro le valió el sobrenombre del submarino de Tinajo.

Y entonces el otro, el que escucha estas crónicas de fabulador, queda fascinado deseando que don Leandro abra su chistera de mago o su memoria y vuelva a encandilar con otra historia.

Los cuentos de Leandro siempre hablan de marineros en tierra, de pícaros, de hombres que parecen bobos pero que no lo son tanto. Perdomo prefiere mostrar en sus relatos la puerta de atrás de los bares de los muelles, los secretos de cuidar y domesticar dromedarios, así como entrar hasta el dormitorio dolorido de aquellas reconocidas prostitutas de la calle La Porra en Arrecife. Pero Perdomo es mucho más, tiene más recovecos, más profundidades. Casi sin querer se convierte en la voz de los débiles y en un defensor a ultranza de su isla.

En este libro, Aguilera destaca obras tan inesperadas como El perro rey, un cuento en el que Leandro Perdomo relata las andanzas y virtudes del perro Olaf. Un animal "abandonado, solitario, extranjero, perro sin amo, es, y sin embargo, un perro rey". Al que se le ve deambulando solo por sus dominios: "calles y callejones sin jable y solares abiertos y también descampados de la Caleta. La Caleta de Famara... Es blanco como la nieve, o casi como la nieve, nieves del norte con reflejos malvas de navegante vikingo".

Y casi al final de este cuento, después de destacar las virtudes de Olaf, que sólo ha ladrado una vez en su vida, regresa a esa manera de contar, con una ironía socarrona, Perdomo se refiere a un individuo amo de tres perros, "a los que cuida y mima y se gasta los ahorros en ellos como si fueran hijos o más que hijos. ¿Por qué? Misterios del alma perruna que me gustaría que los psicólogos de la isla estudiaran a conciencia el fenómeno y dieran una explicación. Olaf se lo merece".

La figura y la obra de Leandro crecen a medida que el paso del tiempo recuerda que ya no está. Sus crónicas son retazos de su vida, y de paso, también descubre el rostro humano que habita Arrecife, y Teguise. Lanzarote se convierte en su principal preocupación. Y a pesar de todo, de ser un referente en la isla, Leandro Perdomo Spínola rechazó siempre las etiquetas. Llegó a decir que él no era importante, "¿yo qué he hecho? Cuatro boberías de nada. Entrevisten a los famosos y con verdadero mérito: César Manrique, Agustín de la Hoz...pero yo".

Con la edición de este volumen, Mi Teguise, se ofrece al lector, que no conozca la obra de este escritor lanzaroteño, la oportunidad de acercarse a su manera particular de ver y sentir su isla.

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