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Entrevista | Jesús Noriega Iglesias

"El gran reto de la ópera es fidelizar a los jóvenes que han crecido con internet"

"El factor socialde la ópera se ha diluido y hoy es un espectáculo más accesible", afirma el director

Jesús Noriega Iglesias. lne

Quienes le conocen le definen como un currante de la música. ¿Lo comparte?

Llevo veinticuatro años trabajando duro en algo que me apasiona. Pero siento que nunca nadie me regaló nada, todo me lo tuve que ganar con mi esfuerzo y horas y horas de trabajo.

¿Empezar desde abajo es la mejor escuela?

Desde luego que sí. Yo siempre digo que, menos vender entradas, he hecho de todo en la parte de gestión de un teatro.

¿Cuáles son los peligros a los que se enfrenta la ópera?

Estoy convencido de la vigencia de la ópera y de la atracción que sigue provocando en el público. Quizás el mayor riesgo sea el de que se termine colocando al nivel del entretenimiento.

¿La popularidad y la calidad pueden ir de la mano?

Deben ir de la mano. No hay cosa más contraproducente para una persona a la que estamos introduciendo en el mundo de la ópera que llevarla a una mala representación. En cambio, una representación de gran calidad puede ser la garantía de haber ganado un aficionado para toda la vida.

¿Hay mucha gente que va a la ópera con la escopeta cargada de casa?

Es cierto que en el mundo de la ópera parece que somos los inventores de aquello de "cualquier tiempo pasado fue mejor", no hay artistas como los de antes, etcétera. Vivimos a veces en la permanente añoranza de la generación anterior. Hoy Maria Callas es indiscutible y, por ejemplo, durante años sus óperas fetiche estuvieron vetadas en La Scala de Milán porque el público no admitía que nadie cometiera el sacrilegio de afrontar esas mismas obras. El mismo público que la había abucheado tantas y tantas noches...

¿El tópico de la ópera como pasarela burguesa es historia?

Depende de las ciudades. En algunas aún se mantiene, aunque la estructura de la sociedad es totalmente diferente. ¿Quién es hoy la burguesía? En todo caso, el factor social en la ópera se ha diluido y hoy es un espectáculo accesible a mucha más gente, que hace una aproximación mucho más sincera y genuina. Hoy el que va a la ópera es porque le interesa, porque le gusta. Ya queda poca gente que va a un teatro para hacerse ver o porque forma parte de un código social.

¿Cómo se puede atraer a los jóvenes a la ópera?

Ese es uno de los grandes retos. La aparición de internet ha cambiado totalmente nuestros comportamientos, y más el de los jóvenes, que ya han crecido en un mundo en el que tienen acceso a cualquier tipo de información inmediatamente en su teléfono. Sus hábitos de consumo son tremendamente cambiantes y es muy difícil fidelizarlos. Pero, insisto, ese es el gran reto. Nosotros tenemos un programa educativo muy completo para que comiencen a familiarizarse con este mundo ya desde el inicio, pero la clave es que todos esos chicos luego vengan al teatro. Esta temporada comenzamos una actividad por la que tenemos preestrenos de cuatro de los títulos exclusivamente para menores de 28 años a un precio único de 10 euros.

¿El trato con los artistas exige mucha mano izquierda?

La ópera la hacen las personas, artistas con un alto nivel de creatividad y técnicos. Tienes que entender y saber trabajar con ese elemento.

¿Cuál es el momento más emocionante que ha vivido en un escenario?

Uno de ellos fue durante los ensayos de una producción de La Valquiria en Madrid. En una de las pausas la soprano que interpretaba a Brunnhilde me hace una indicación para hablarme discretamente y, con la cara desencajada, me comenta que acaban de informarle de que su padre ha fallecido. Me pide discreción porque no tenía mucha más información y quería terminar el ensayo. El cambio de escena previsto en la pausa lleva más tiempo del previsto y el director de orquesta decide ir adelante con el telón cortafuegos bajado y ensayar -¡precisamente!- la escena final: el dúo Wotan-Brunnhilde, la despedida de un padre a una hija. Puede imaginar el nivel de emoción de ese momento. Solo diez minutos después de que la soprano supiera que su padre había muerto y con la frialdad del telón cortafuegos, lo que hace que todo se concentre en la música. Nadie más sabía nada, ni el barítono que interpretaba a Wotan ni el director de orquesta.

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