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Crítica | 'Plaza París'

Batalla por la supervivencia

Batalla por la supervivencia

Tras un verano dominado por cierta sequía cultural, parcialmente aliviada con el estreno puntual de algunos títulos más que memorables, como Érase una vez en...Hollywood ( Once Upon a Time in... Hollywood, 2019), de Quentin Tarantino, Mientras dure la guerra (2019), de Alejandro Amenábar o Ad Astra (Ad Astra, 2019), de James Gray, el otoño cinematográfico canario arrancará esta misma tarde en la Casa de Colón (19,00 horas) con la décimoséptima edición de Ibértigo (Muestra de Cine Iberoamericano), un acontecimiento social de calado y con una cierta tradición entre la cinefilia local que, como cada año, aguarda la llegada de esta importante cita como agua de mayo por la oportunidad que nos brinda, durante nueve apretadas jornadas, de tomarle el pulso a un conjunto de cinematografías proscritas en su mayoría de las listas de las grandes compañías de distribución, pero que, como adelantábamos hace unas semanas en este periódico, ya constituye un suceso de primera magnitud, y muy lejos por tanto de la reiterada frivolidad con la que se afrontan otras pequeñas muestras cinematográficas en nuestro entorno.

El evento, que contará con la presencia de algunos de los directores de los filmes programados, como Marina Lameiro, Lúcia Murat, Marta Lallana y Diego Lerman, comienza hoy con el estreno de la coproducción brasileñolusoargentina Plaza París (Plaça Paris, 2019), de la veterana cineasta brasilera Lúcia Murat (Rio de Janeiro, 1948), un intenso y enjundioso drama de corte social, ribeteado con unas notas de thriller psicológico que obtuvo, entre otros galardones, el Premio Première Brazil al Mejor Director y el de Mejor Actriz en el Festival Internacional de Rio de Janeiro y cuyo mérito esencial radica en la manifiesta sutileza con la que esta directora nos muestra las fuertes diferencias sociales que ahogan la convivencia social en el Brasil de nuestros días y los consiguientes conflictos que genera en una sociedad tan fuertemente condicionada por las diferencias de clase.

Y aunque el tema no es nuevo en la filmografía de esta directora pues sus películas, algunas inéditas en nuestro país, responden siempre, en mayor o en menor medida, a unos parámetros marcados por un marcado sentido del compromiso político, en esta ocasión su discurso, sin obviar nunca la crítica hacia un país salpicado por una corrupción sistémica y por las desigualdades sociales más extremas, se sitúa en el inquietante conflicto que enfrenta a una joven psicoterapeuta y una solitaria ascensorista negra lastrada por un traumático pasado familiar. Un conflicto que provoca repentinos cambios de rol entre ambas protagonistas, al tiempo que se cuece entre ambas un sentimiento de profunda soledad que acaba asfixiando sus debilitadas defensas ante la hostilidad que ejerce sobre ellas una vida hipotecada por el miedo, la desesperanza y la frustración.

A través de los continuos desencuentros que se producen entre la doctora (Joana de Verona) y su desmoralizada paciente (Grace Passô), Murat muestra, sin ambages, las secuelas psicológicas de una sociedad desestructurada por la pervivencia y severidad de sus propias contradicciones como espacio geográfico con una marcada diferencia entre quienes sobreviven a duras penas en el menesteroso mundo de las favelas y el confort de una clase media acomodada cuyas sólidas certezas se han convertido en el peor antídoto contra el infierno cotidiano que asola, desde tiempos inmemoriales, enormes áreas de este inmenso país. La guinda a esta imprevisible y conmovedora obra maestra la ponen sus dos formidables protagonistas, dos intérpretes cargadas de la autoridad necesaria para poder convertir el arte de la actuación en una perfecta exhibición de sensibilidad, convicción y talento.

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