Lúcia Murat es, sin duda, la invitada más importante de la 17ª edición de la Muestra de Cine Iberoamericano-Ibértigo que se celebra hasta mañana, 25 de octubre, en la Casa de Colón.

La veterana realizadora, con más de una docena de títulos en su haber, y con un pasado relacionado directamente con la lucha armada contra la dictadura militar que gobernó su país entre 1964 y 1985, presentó dos de sus películas más emblemáticas. Por un lado, Brava gente Brasileira, del año 2000, que aborda el tema de los indígenas a través de la repartición de América por España y Portugal. Y, por el otro, Praça Paris, su último trabajo, que trata sobre la relación entre una psicoanalista burguesa y una paciente de una comunidad pobre.

Murat es una figura emblemática en el cine de Latinoamérica y su leyenda se empezó´a fraguar en 1968. No resulta exagerado asegurar que su filmografía es un termómetro perfecto de los cambios sociales acaecidos en su país desde 1984 hasta ahora y que ella ha vivido en primera persona desde adolescente. "Participamos de ese movimiento del 68", señala. "Yo era muy joven, tenía 15 años, y todos fuimos presos, asesinados o desaparecidos. Luchamos para lograr el retorno de la democracia, pero al final vivimos una situación muy diferente de la de Chile y Argentina".

Un cambio que, según ella, no satisfizo a ningún demócrata. "Al final la amnistía fue concedida también a los torturadores. Y esa impunidad permite que haya un gobierno que hable bien de esa gente". Un gobierno, el de Jair Bolsonaro, que ha llegado al poder "por el crecimiento de la iglesia evangélica y del conservadurismo que los movimientos progresistas no supimos ver", aclara. Sobre su último filme, Praça Paris Murat añade que aborda la relación entre una psicoanalista acomodada y una mujer negra que sufrió muchas violaciones y que sirve para entender la compleja situación que viene atravesando el Brasil post Lula. Lo más singular es que Murat rodó en las propias favelas "mucho antes de que fuera imposible acceder a ellas".