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En la base del mundo

Tavares indaga en 'Animalescos' sobre todo lo que ignoramos de los humanos

En la base del mundo

Hay libros que te dejan un moratón como lector por el ritmo ávido de lectura que imponen. Suelen ser libros breves que primero impactan y luego te empujan hasta una posibilidad de realidad todavía no pensada. Lo que se dice en ellos y el cómo se dice están imbricados de tal forma que parecen la misma cosa. Conforman un terreno sin peso ni medida en el que el bien y el mal se diluyen sin la sustancia que habitualmente los conforma. Animalescos de Gonçalo M. Tavares (Luanda, Angola, 1970) provoca ese tipo de impacto.

La verdad es que son unos cuantos los libros de Tavares que lo provocan: Aprender a rezar en la era de la técnica, Jerusalén, la serie de novelas incluidas en Barrio, Un viaje a la India o Enciclopedia reclaman una lectura desde otra dimensión. Su proceso de creación presenta de inicio un cierto automatismo mediante el cual el autor no se detiene a pensar en lo que está haciendo. Después viene un proceso de corrección que puede suponer unos cuantos años a vueltas con el texto, muy consciente ya en ese momento de cómo quiere abordar el material que tiene entre las manos. De ahí que muchos de sus libros se hayan publicado seis u ocho años después de haber sido escritos por primera vez.

La escritura de Tavares bien podría ser un ejercicio de investigación constante para comprender aquello que se desconoce. Una investigación que tiene lugar en el mismo proceso de escritura, no como documentación previa. Su objeto de estudio es la naturaleza del hombre o, mejor dicho, todo lo que se ignora de ella. Dice Vila-Matas de Tavares que escribe en muchas ocasiones sin saber lo que va a escribir: "Los temas se van por las ramas, las observaciones brotan aquí y allá, nuevos personajes aparecen y desaparecen". En ese sentido, el interés de Animalescos no reside tanto en la casi inexistente estructura narrativa de los textos como en la galería de personajes cuya forma de vida viene pautada por un racionalismo muy poco convencional. Un racionalismo inserto como paradoja en el desvío que provoca el contraste entre el orden interior que buscan los personajes y el caos exterior. El resultado es una deformidad que nos hace recordar los cuadros de Bacon.

Ese contraste entre lo interno y lo externo tan presente en los libros de Tavares tiene su base de operaciones en un marco espacio-temporal denominado "la era de la técnica". La asimilación del hombre a la máquina genera un nuevo tipo de pensamiento en sus personajes, que se convierten en seres "animalescos" por influencia de la máquina como estructura funcional que no actúa de forma humana ni de forma inhumana, no tiene humanidad ni inhumanidad.

La máquina actúa desde otra categoría (como el helicóptero que sobrevuela Animalescos) y la bondad o la maldad son valores ajenos a ella: "Para una fotocopiadora es indiferente reproducir una fotografía de una familia o una sentencia de muerte; sus valores son completamente ajenos a los nuestros; yo comprendo antes la maldad, que es algo humano, que este cruzarse de brazos, sin brazos, de la máquina".

La literatura de Tavares es pura ficción, en las antípodas de la autoficción y sus abundantes derivados autobiográficos. Su yo está prácticamente ausente, su objetivo es investigar otros mundos y la ficción le concede la posibilidad de situarse "en otro lugar del otro". Animalescos genera un desvío del pensamiento y de la conducta en un espacio narrativo al margen del orden establecido. La prosa avanza al ritmo del pensamiento como un fluir de consciencia que traza una línea de fuga también en lo formal. La cita de Deleuze que abre el libro es muy significativa acerca de la perspectiva que toma el autor para generar la voz narrativa. Se produce un deslizamiento de la primera persona hacia un páramo incierto donde se activa una voz en potencia de pensamiento.

A su vez, abre una línea de fuga determinando en su mismo movimiento un nuevo plano de composición por parte del pensamiento. Ese nuevo plano contextualiza un estilo de vida impersonal que, sin embargo, activa lo singular. Un yo disuelto, astillado, que acontece en un plano de inmanencia.

La voz narrativa del autor pertenece a un hombre que ya no tiene nombre, pero que no se puede confundir con ningún otro. Una esencia singular. Una vida. Un loco autodidacta cuyo oficio consiste en explicar qué hay verdaderamente en la base del mundo.

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