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Lanzarote

Abrir un dossier necesario para la cultura en Canarias

Se necesita prudencia, inteligencia y honestidad para conjeturar sobre las autorías de Manrique e Higueras

Croquis de la Ciudad de las Gaviotas (1972). LP

La investigación de la huella de Fernando Higueras en Lanzarote es una de las grandes asignaturas pendientes de la cultura contemporánea en el Archipiélago. A este respecto provoca desazón que no exista aún una monografía sobre lo que pensó sobre la isla, sobre lo que hizo y sobre lo que dejó de hacer en ella (una monografía, naturalmente, escrita por un historiador de la arquitectura que no pretenda pasar sus hipótesis por verdades irrefutables). El descorazonamiento es mayor si se recuerda como, sin embargo, el Cabildo de Lanzarote es capaz de gastar alegremente dinero en publicaciones, como una reciente sobre Manrique de la que ya he hablado en estas páginas, que no solo no hacen ningún aporte intelectual, sino que son de una ridiculez bochornosa. A causa, en buena medida, de los déficits intelectuales de la mayoría de los políticos con responsabilidades culturales que ha padecido -presidentes incluidos-, nadie en el gobierno de la llamada "Isla de los volcanes' (todas las Islas Canarias son volcánicas, aunque no todas están llenas de cráteres, y los últimos volcanes hicieron erupción en El Hierro y La Palma)ha entendido la urgencia de hacer un esfuerzo editorial en torno a la figura de Higueras, cuyo eco lanzaroteño llegó a prestigiosas revistas especializadas y hasta al MoMA cuando el MoMA era el MoMA. Afortunadamente el MIAC ha venido a mitigar en algo esta carencia al acoger la retrospectiva del arquitecto, magníficamente comisariada por Lola Botia. Felicidades pues a la directora del museo, María José Alcántara.

Autoría

El proyecto de intervención turístico-paisajística de Lanzarote, que Manrique lideró entre los años sesenta y ochenta del pasado siglo, con el respaldo en las dos primeras décadas del presidente del Cabildo, José Ramírez Cerdá, fue un trabajo colectivo, como no podía ser de otra manera. Con el tiempo, y desaparecidos casi todos los agentes de aquella empresa, se ha abierto el debate sobre la autoría del artista, cuyo modus operandi, basado en instrucciones orales y bocetos, no ayuda a solventar la cuestión. Pero quienes desde la historia de la arquitectura o la política partidista han querido disputarle a Manrique el papel hegemónico que ocupa en el relato de la cultura lanzaroteña tampoco han aportado documentos que respalden sus afirmaciones que presentan como verdades absolutas y en muchos casos se han comportado con mezquindad. De más está decir que, con harta frecuencia, tales operaciones no han estado dirigidas en último término contra Manrique sino contra su fundación, cuya extraordinaria labor molesta a académicos y políticos con ansias de controlarlo todo y que se desatan porque, aunque nunca descansan, no logran atrapar en sus redes a la institución con sede en Tahíche.

Si fue un gesto de un oportunismo lamentable haber dedicado un museo a un creador tan limitado como Jesús Soto para disputarle la autoría a Manrique, no reconocer la aportación del arquitecto Eduardo Cáceres, que construyó junto al artista el Restaurante El Diablo y el Mirador del Río, es una mezquindad. Dicho lo anterior, hay que abrir de una vez el dossier Higueras. Manrique dejó testimonios sobrados de su narcisismo, e Higueras, a lo que se ve fue un individuo reservado. Es verosímil pues, que, como me dijo en una entrevista un testigo histórico, el arquitecto Pedro Massieu, "sin Fernando Higueras [Manrique] no habría hecho nada más que porquerías". Pero lo verosímil no es lo verdadero y solo cabe conjeturar. Eso sí, hay que hacerlo con prudencia, como hace Lola Botia, con inteligencia y con honestidad.

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