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Entrevista | Juan Peña

"Me inspiro limpiando en casa, con la fregona o el cepillo en la mano"

"No le hacemos ascos a nada ni nadie, ya sea un teatro grande o un local con público que quiera reírse", afirma el director y actor de teatro

Juan Peña sobre las tablas del Teatro San Fernando. YAIZA SOCORRO

En la Calle Olvido, nº 13 nos vamos a evadir un poco...

El teatro es el gran olvidado y estamos muy pegados a la caja tonta, ahora tenemos Sálvame plátano, melón, y seguirán inventando cosas. La televisión no se va a mover de ahí ni el programa va a variar mucho, pero, en cambio, esta sociedad creo que ha perdido la relación de vecinos, amigos, familiares, y lo suyo es salir a la calle e ir a un teatro acompañado. Levanta la cabeza, como se dice. Con tanto móvil estamos desconectándonos cada vez más y el teatro es un plan de hora y media de risoterapia por un precio módico. La gente no para de reírse y, con tantos gags, tenemos que de vez en cuando hacer pequeñas pausas. Y eso es buena señal.

¿Cuándo surge la calle?

Vivo solo y me inspiro limpiando en mi casa, con la fregona en la mano o el cepillo de barrer. Me viene un ¡ tras!, y digo, qué buena idea. Dejo el cepillo, todo, dejo la limpieza para el día siguiente y voy al ordenador. No es una pequeña idea sino que lo visualizo al completo. Las musas vienen cuando estoy limpiando.

En comparación con obras anteriores como La Diva o Tres cabras y un destino, ¿cómo la calificaría?

Esta es muy complicada. Tenía un libreto donde quería hacer una especie de parodia de Gran Hermano pero la escenografía valía mucho dinero y tuve que desistir. Me puse a limpiar y se me ocurrió esta idea. Es una pensión donde llega gente de todo tipo, muy disparatada y rara, que ni te imaginas, hay una interrelación entre los personajes con una serie de malentendidos y, el final, inesperado total. Esto lo he hecho con un elenco formado por Nieves Valcácer, Lionel Sánchez, Carmen Ramírez, Jesús Motano y Anastasia Rodríguez; y es un disparate. Cuando la gente me pregunta, yo les digo que solo escribo disparates, y se parten de la risa.

¿Qué tiene de especial?

Es una obra muy intensa, con muchas entradas y salidas de los actores, cambios de ropa, todos los intérpretes duplican o triplican personajes. Es muy rápida. Queríamos que con La Calle del Olvido saliera un cartel muy cómico y estamos con varias fechas por los municipios y esperando la respuesta del Teatro Guiniguada. Mientras, hacemos un tour de barrios, que le llamamos, cada uno tiene su local vecinal y están acondicionados para eventos y demás. Me gustaría resaltar que, en cualquier lugar a donde vayamos, no le hacemos ascos a nada ni a nadie por muy remoto que sea, como Tunte o La Aldea, o no esté del todo preparado. Nosotros vamos a todos lados, ya sea un teatro grande como un local, siempre con un público que quiere reírse y estar con nosotros.

Además, escribe y dirige.

Hasta que la muerte no nos separe fue la primera y más importante, aunque no la mejor. He ido reflexionando y viendo qué quiere el público.

¿Qué quiere el público?

Lo que quiere es reírse y pasarlo bien, la gente no quiere drama, que ya tenemos en casa, por desgracia, y quieren ir a un cine, a un espectáculo y pasar un rato agradable y divertirse.

¿Cuándo se produjo el salto a MPeña2 Producciones?

Estábamos en un curso y formé un grupo pequeño donde 'nos empeñamos en hacer reír', de ahí las siglas. Lo fundé hace seis años junto a Marcos Marrero Hernández, que es un crack, lleva toda la parte técnica y difusión en Internet. Soy una persona que me ha gustado vencer los miedos y siempre he dicho que 'quien no se embarca, se marea'. Entonces, yo me embarco. Que luego me hundo, ya saldré a flote, y que no, pues hay que intentarlo. Hay que echarle valor a la vida. Una cosa que temía mucho al principio era el pánico escénico y supe que, sabiendo lo cabezón que soy, tenía que hacerlo. Así, hoy día, me divierto encima del escenario.

¿Cómo se puede mantener una compañía a esta escala?

Es complicado, sobre todo cuando no hay dinero. A nosotros nos cuesta dinero, los compañeros aportan siempre algo de vestuario, y es complicado. No vivimos de ello y, a parte del tema económico, tanto en escenografía, vestuario o promoción; luego también está el desgaste físico porque le dedicamos horas y horas a ensayar teniendo cada uno sus vidas, trabajos, familias. Se lo quitamos a nuestra vida cotidiana para dárselo, de forma egoísta ya que es nuestra pasión, pero no deja de ser un tiempo. Mientras estamos ensayando no estamos ganando un duro.

¿Cuándo decidió empezar su periplo en el teatro?

Empecé a hacer teatro aquí, en el Centro Cultural de Maspalomas. De hecho, a mí de pequeño me picó la curiosidad con la vena teatral. Mis padres tenían un restaurante y teníamos mucha amistad con los clientes, que eran ya casi que amigos más que visitantes o no, y, un día, me enteré que hacía teatro un matrimonio que tenían dos hijos. Mis padres se empeñaron y fuimos a verlos y, a mí, aquello me impactó. Ver gente que conoces del día a día y ver de repente que hablan diferente, que se mueven distinto, que visten diferente? No los reconocía. Siempre estuve con la cosa dentro y pasaron los años y mi vida fue por otros derroteros. Los años me llevaron de aquí para allá y, finalmente, me vine a vivir a San Bartolomé. Me enteré de casualidad que había una escuela taller de teatro cuyo curso duraba tres años, y me apunté. Aquí fueron mis inicios. Al poquito de empezar, me enteré de un casting y fui de novelero, tipo OT, a ver qué era eso, había una cola increible y yo tenía muy poca experiencia, y me cogieron.

No obstante, es muy difícil consolidarse en el teatro, por lo tanto, ¿qué ha hecho hasta ahora para disfrutarlo?

Yo sabía que de esto era muy difícil vivir y me planteé trabajar menos tiempo y dedicarle más a lo que me gustaba: la interpretación. Prescindí de unas cosas y gané muchas otras.

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