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Teatro 'El mago'

El mago Mayorga

Es una comedia que según avanza va adquiriendo tintes cada vez más trágicos

"El mago era malísimo", con esta afirmación comienza la obra homónima de Juan Mayorga, puesta en boca de una mujer, que a diferencia del público que llenaba el teatro, llega a su casa cuando ha finalizado otro espectáculo, esta vez de hipnotismo. De tal modo que lo que se contemplaba en escena era el resultado de un espectáculo anterior, que lejos de haber finalizado estaba teniendo lugar no muy lejos de allí.

Con semejante argumento, es evidente que El mago es una comedia que según avanza va adquiriendo tintes cada vez más trágicos para convertirse en una tragicomedia tan exagerada que acaba dando paso a una metáfora metateatral que juega con el teatro del absurdo.

El parecido de El mago con La gran magia, de Eduardo De Filippo es más que evidente, pero Mayorga añade al ilusionismo del dramaturgo italiano una figura de honda raigambre en literatura fantástica, el doppelgänger, para a través de la hipnosis hacernos reflexionar acerca del estado de hipnosis colectiva en el que vivimos. Pero al mismo tiempo, hay elementos que recuerda a otras obras tan diferentes entre sí como Tres sombreros de copa de Miguel Mihura, El ángel exterminador de Buñuel e incluso a un episodio de Los Simpsons titulado Aquellos patosos años.

Como suele suceder con las víctimas de una catástrofe, los comportamientos de los protagonistas -que al principio navegan por esa tensión existente entre la realidad y el deseo- acaban abandonando ante una situación límite cualquier norma de cortesía llegando a cambiar repentinamente de orientación sexual para cometer incluso un asesinato, como si el mago que hubiera dado lugar al argumento fuera un enemigo de los convencionalismos sociales y un promotor de la revolución sexual al estilo de Aleister Crowley.

Quizás por eso todo transcurre en un único espacio, el salón de un apartamento, obra de Curt Allen Wilmer, que constituye el típico escenario teatral donde los convencionalismos de la sociedad burguesa terminan saltando por los aires.

Pero está claro que aquí el verdadero mago es Mayorga -quien quizás ha jugado con el orden de las letras de su apellido como un cabalista-, que hipnotiza a la protagonista para jugar también con los espectadores como un demiurgo que, entre otros géneros, emplea la comedia, la tragicomedia, el drama, el metateatro y teatro del absurdo, para trabajar con la ambigüedad desde el comienzo hasta el fin, y como Voland, el satánico mago de El maestro y Margarita, lo pone todo en cuestión desafiando al espectador que en la segunda mitad de la obra no deja de preguntarse qué es exactamente lo que está viendo.

Por eso una vez acabada la representación, el público no sabe que es lo que ha sucedido, pero lo único que queda claro es que a diferencia de lo que Clara Sanchis decía al principio, El mago era buenísimo.

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