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AMALGAMA

Calígula contra los filósofos

Gabriel Albiac tuvo que dejar la enseñanza por el acoso de los podemitas

Calígula contra los filósofos

En mayo de 1989, antes de la caída del Muro de Berlín, se celebró vista judicial contra el catedrático Gustavo Bueno, de la Universidad de Oviedo, al haber sido denunciado por injurias por el también profesor universitario Luis Xabel Álvarez. La acusación particular había solicitado una pena de destierro de 6 años a una distancia de más de 200 kilómetros de Oviedo. Ostracismo filosófico en estado puro, pues la cuestión se había suscitado por unas declaraciones al semanario ovetense Hoja del Lunes, en el cual Bueno y otros, como Emilio Alarcos Llorach, se oponían a la instauración del bable, concretamente, por no verle enjundia ni como lengua ni como dialecto.

La opinión de Gustavo Bueno sobre Álvarez fue la de que éste era un "cretino completo", y lo fundamentó en que el calificativo se refería a una actitud y no a una persona en concreto. Su estilo, defendía Bueno, arrancaba de aplicar una actitud como la de Epiménides el Cretense, el gran filósofo de la paradoja del mentiroso. Y se le absolvió. El sentimiento de estar agraviado acostumbra a ser propio, efectivamente, de cretinos y pelmazos completos. Les falta sentido del humor porque no se basan en la razón, sino en un sentimiento de odio irracional.

Los nacionalismos son cretinismos naturales que pueden convertirse en patológicos, sobre todo si se aferran a la defensa del lenguaje y lo propio, como hacen los mafiosos cuando protegen a sus congéneres, o las etnias menos favorecidas, más salvajes en el sentido diferencial de Lévy Bruhl, cuando defienden lo suyo por mero instinto básico. Es clarísimo para cualquier escolar que la hermandad deviene en la busca de un idioma único o universal, por eso el inglés o el español tienen éxito como idiomas de relación humana, y lo contrario: la división de idiomas, cuando se solemniza defensivamente, en vez de abandonarse a su desarrollo natural, se convierte en táctica de cortapisa, en egoísmo social, y mereciera ser aniquilada por la autoridad superior, si ésta existiera.

El filósofo Juan Francisco Martín del Castillo recordaba en 2017, en este medio, el libro de Jorge Vestrynge, Los nuevos bárbaros. Centro y periferia en la política de hoy, y en relación al mismo, la amenaza de Luis Alegre Zahonero, profesor de filosofía y conocido fundador de Podemos, quien agravió al catedrático Gabriel Albiac, uno de los filósofos más serios del panorama español actual, que le había despedazado en una columna por su ineptitud y su dependencia absoluta de Carlos Fernández Liria, su director de tesis, los cuales, director de tesis y exdoctorando, conjuntamente, recibieron 150.000 dólares de Nicolás Maduro, sátrapa de Venezuela.

Gabriel Albiac tuvo que dejar la enseñanza por el acoso de estos filósofos podemitas, cuyos seguidores incluso llegaron a planear agredirle físicamente, lo cual desecharon para no convertirlo en mártir. El 17 de abril de 2012 se materializaba el libelo de Alegre contra Albiac, invitándolo a que se suicidara: "Que no se haya suicidado todavía no se debe, como muchos sostienen, a una pertinaz torpeza en la elección de medios; tampoco se debe a impedimentos naturales como su levedad o su falta de sangre en las venas; y mucho menos a una falta de coherencia interna. Todo lo contrario. Es precisamente la implacable coherencia interna de un criminal eficaz lo que le impide eliminar de este mundo siquiera esos poquísimos centímetros de miseria en los que él consiste".

Quieren guerra estos bellacos, y se caracterizan por el interés en implantar la ideología comunista, genocida y fracasada, reservorio artificial de odio de clases, científicamente infalsable, y cuyo combustible es la envidia, el rencor y la tirria hacia los que triunfan. Esta plaga innoble está ahora en el gobierno, en un gobierno a cuya parva de ministros (en latín, servidores) que lo conforman, sólo hay que recordarles que "rationis ordinatio ad bonum commune", que señala la "Aquinae Summa Theologica", es decir: la ley no es más que una prescripción de la razón en orden al bien común. Pero la razón quiebra con el tiempo y se convierte en mero fanatismo huero en boca de pollinos nombrados para el cargo como lo hacía Calígula cuando nombró cónsul a su caballo.

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