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Irradiaciones del exilio

'Siete hombres buenos', un consejo de expatriados que sopesa sus decisiones desde las catatumbas de la historia

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Obra de teatro 'Siete hombres buenos', de Juan Mayorga

Asombra que la primera obra editada del dramaturgo Juan Mayorga se anticipara tanto a su tiempo y que, en cierto modo, todavía le lleve la delantera. En 1989 la memoria de las víctimas del franquismo no estaba en la agenda del debate ciudadano. Hubo que esperar al primer lustro de este siglo para que la tenaz labor de quienes buscaban a sus ancestros en las cunetas se convirtiera en el "tema de nuestro tiempo" y alcanzase traducción legislativa. Siete hombres buenos precede también a un apasionante ensayo de largo aliento que Mayorga dedicó al más importante filósofo de la memoria, Walter Benjamin: Revolución conservadora y conservación revolucionaria (Anthropos, 2003). Un libro que, ante el auge del populismo autoritario, debería estar presente, como el conjunto de su teatro, en la discusión filosófica actual.

Aunque por completo alejada del género, Siete hombres buenos es una historia de fantasmas. Los ministros de la República en el exilio se reúnen semanalmente en un sótano, una especie de agujero negro del tiempo. Los personajes tienen una doble irradiación fantasmal. Hablan como espectros y, a su vez, se encuentran asediados por espíritus del pasado. Entre el puñado de héroes, Julián busca al asesino de su padre. No hay escapatoria. La justicia pendiente les acosa desde dentro y fuera de sus propias filas.

El levantamiento de Doménech contra el tirano, la impredecible respuesta del pueblo y el impulso de regresar esa misma noche en avión para evitar el hipotético vacío de poder, contienen un aire de locura. Pero también de frustrada posibilidad real. La tensión entre el vértigo del sueño y la concreción histórica nos empuja hacia el invisible agujero temporal abierto en el escenario. Los personajes se revuelven contra la interpretación del espectador que, a la defensiva, simplemente comentase: "Miren a los pobres exiliados, ilusos, no se han enterado de nada, encerrados en su locura".

Sin embargo, la fuerza de los ministros reside en su debilidad. Saben que los años no han curado las heridas. Dinamitan la presunta y antigua sabiduría del refrán "agua pasada no mueve molinos". Su exilio revela que, en el calendario de la justicia, tres décadas no son más que un día. Se trata de un consejo de expatriados que sopesa sus decisiones gubernamentales desde las catacumbas de la historia. ¿Para nadie? En realidad, para todos: "Tenemos una responsabilidad. Con los vivos y con los muertos", sentencia Pablo. Es más, añade Julián: "Estamos muertos". Son figuras intempestivas que convierten el pasado fallido en inspiración de un futuro inédito. Como ha mostrado el filósofo Reyes Mate, maestro de Mayorga, sólo el recuerdo de los vencidos podría mover de otro modo los molinos de la historia. En eso consiste la lección de las víctimas y de quien hace hueco a su silencio. A fin de cuentas, "nunca más" significa "nadie más". Sea o no de la tribu.

En los últimos años la demagogia ha dado otra vuelta de tuerca en España. Basta evocar el debate de investidura el pasado cinco de enero. A derecha e izquierda, no escasean quienes consideran la memoria de las víctimas un caladero donde reforzar la identidad y el orgullo del propio bando. Para resistir y mantenerse despierto, es preciso atender a los escrutadores obsesivos de la palabra y la voz como Juan Mayorga. Su teatro afina nuestra sensibilidad, "extiende lo visible": pudiera ser que también el enemigo tuviese rostro y nuestra "buena conciencia", claroscuros. Por eso, según observa el propio autor en un ensayo recogido en Elipses (La Uña Rota, 2016), el mejor teatro es aquel que "atiende a lo singular, a lo anómalo, a lo incierto. Aquello que la ciudad quiere expulsar del territorio y del mapa". Ciertamente, así sucede en Siete hombres buenos, como en Himmelweg (2003), Hamelin (2005) y El chico de la última fila (2006). El mejor teatro despliega en la imaginación un mapa donde ningún exiliado quedaría en el olvido.

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