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Crítica 'Señor Ruiseñor'

Retrato del pintor universal

Cuando el desenlace de esa tragicomedia que constituye el Procés sigue siendo una incógnita, quizás lo mejor que podamos hacer con la crisis independentista sea enfrentarnos a ella mostrándola como lo que realmente es, puro teatro. Además, teniendo en cuenta que uno de los máximos exponentes de la Renaixença (resurgimiento de las letras catalanas a finales del siglo XIX) fue un tinerfeño, Ángel Guimerá, probablemente estemos en el lugar apropiado para ridiculizar cualquier discurso nacionalista que trate de amputar un bien universal y sin fronteras como es la cultura.

Tomando como personaje principal a Santiago Rusiñol, catalán universal nacido en Barcelona y muerto en Madrid, y catalanista cuando dicha etiqueta era aún sinónimo de cosmopolita, la compañía catalana Joglars ha querido arremeter en Señor Ruiseñor contra el conflicto político catalán con mucho humor y lo ha conseguido con creces.

Erigiendo como modelo La morfina, uno de sus cuadros más célebres, la representación juega con que Rusiñol, visitante frecuente de los paraísos artificiales, fue morfinómano durante una década para de ese modo hacer que el actor que lo encarna se desdoble en dos personajes diferentes: el pintor y el actor que lo interpreta ante los turistas que visitan un museo dedicado a su obra.

A través de este desdoblamiento de personalidad, Joglars reflexiona acerca de algo que George Orwell advirtió hace mucho tiempo en su novela 1984, la manipulación del pasado para controlar el presente y de esta manera dominar el futuro. Por ese motivo, uno de los pilares básicos de cualquier nacionalismo es reivindicar un pasado glorioso y si no inventarlo. Una vez logrado dicho objetivo se culpará de su desaparición a su conquista por parte de un país foráneo, en este caso transformando la Campaña de Cataluña en la Invasión de Cataluña.

Como el barrio gótico de Barcelona, en realidad neogótico, Rusiñol ha sido víctima de esa ingeniería de la historia al intentar convertirlo en símbolo de la idiosincrasia catalana. Pero evidentemente, un pintor universal que publicó un álbum con el revelador título de Jardines de España, recogiendo láminas de los cuadros que había realizado de diferentes jardines de nuestra geografía, no se presta fácilmente a semejantes amaños.

A partir de malentendidos como estos surge la comedia, porque las veleidades nacionalistas con las que los independentistas tratan de manipular el legado y la figura de Rusiñol son contestados por el actor que lo interpreta cuando gracias a la morfina (más parecida al hada verde de la absenta) se convierte en el pintor. Pero la sátira va unida muchas veces al esperpento, mostrando escenas que resultan hilarantes por su incoherencia, como aquella tomada de El traje nuevo del emperador, de Andersen.

Afortunadamente la puesta en escena quiso hacer justicia al personaje epónimo y por ello trató en todo momento de ser lo más pictórica posible. Con ese objetivo se proyectaron en el fondo del escenario cuadros del pintor modernista como La morfina, El embarcadero, Jardín de las Elegías, Glorieta al atardecer y un largo etcétera, creando escenas de gran belleza.

Señor Ruiseñor supone una denuncia a la sustitución del cosmopolitismo por el ombliguismo, del internacionalismo por el nacionalismo, de un espíritu acogedor por otro excluyente. El signo de estos tiempos.

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