En esa línea sutil que desdibuja la asimilación y la reacción, la dominación y la resistencia, lo cotidiano y lo violento, transita el imaginario feminista de Sus formas, nuestro dolor, una aleación estética de minimalismo y puñetazo que conforma el nuevo proyecto expositivo comisariado por PSJM, equipo artístico formado por Cynthia Viera y Pablo San José, en homenaje al Día Internacional de la Mujer (8M).

La Sala de Arte Social Clara Muñoz, en el Gabinete Literario, inaugura esta muestra interdisciplinar que trenza un diálogo simbólico entre las obras de cuatro mujeres artistas que asimilan, cuestionan y transgreden la estética moderna y el canon artístico feminista forjado en los años 70 desde sus propios mecanismos y elementos de representación.

Las piezas de Monica Bonvicini (Venecia, 1965), Sylvie Fleury (Ginebra, 1961), Ana Laura Aláez (Bilbao, 1964) y Cristina Toledo (Las Palmas de Gran Canaria, 1986), desde sus respectivas latitudes, trayectorias y lenguajes, iluminan un juego pendular y ambivalente entre lo bello y lo incómodo que, en palabras de Pablo San José, gravita sobre tres ejes de significación: "la revisión crítica de la historia reciente del arte, sobre todo, en torno al minimalismo; una cierta estética del dolor y un discurso feminista diverso que rompe con los estereotipos tradicionales", apunta el comisario.

La vocación de esta muestra colectiva es articular un espacio de reflexión en torno al "debate enconado" entre los múltiples feminismos que conviven dentro del feminismo, que parte del principio de que el arte constituye "un lugar privilegiado para dialogar de forma libre y desprejuiciada", unido al propósito de "mostrar un arte feminista que, al margen de cánones impuestos y autoimpuestos, aporte una mirada crítica y diversa", señala Cynthia Viera. El resultado es un microcosmos de piezas interconectadas que, pese a corresponderse con distintas temporalidades y expresiones artísticas, aloja códigos comunes como el contraste formal, la impronta conceptual, el eco del sadomasoquismo o la invitación a mecerse en el interrogante.

Así, la video-instalación Walking on Carl Andre (1997), de Sylvie Fleury, quien ha exhibido obras en colecciones internacionales como la del MoMA de Nueva York, toma como referencia el sendero de baldosas metálicas pergeñado por el artista Carl Andre, exponente universal del minimalismo, reconvertido en una pasarela que recorren mujeres anónimos con zapatos de tacón. La negativa que recibe Fleury para utilizar esta pieza la impulsa a reconstruirla con grabaciones de colecciones privadas como una "venganza artística" que, además, invoca y pisotea el fantasma de la violencia machista que envuelve la obra de Andre, acusado y absuelto en circunstancias extrañas por el asesinato de la que fuera su mujer, la artista Ana Mendieta.

En la pared contigua, la instalación Beltdecke (2017), de Monica Bonvicini, artista italiana residente en Berlín y León de Oro de la Bienal de Venecia de 1999, cuyo trabajo explora las relaciones entre entre arquitectura, género y poder, establece un pulso entre fondo y forma con la recreación de un tapiz enhebrado con cinturones negros de hombre, que conjuga una técnica tradicionalmente femenina, como el tejido, forjado con un elemento propio de la dominación sexual masculina, como es el cinturón.

Y en consonancia con la revisión crítica del relato del arte reciente, la artista vasca Ana Laura Aláez, quien representara a España en la Bienal de Venecia de 1999, viajó ayer a la capital grancanaria para arropar la inauguración de la muestra, donde exhibe la escultura Culito (1996). Un cuarto de siglo después de su creación, la artista aún se cuestiona el sentido de la escultura tridimensional y señala que esta pieza bebe mucho de "las primeras vanguardias del siglo pasado y de referentes como Brancusi". "Me interesaba encontrar lo subversivo en los pequeños gestos, que es algo que considero muy escultórico", apunta la artista, cuya pieza entraña una crítica a la estigmatización del cuerpo y sus orificios en el contexto del auge del SIDA en los años 90 en Nueva York, donde residía cuando produjo la pieza, y que plasma en el contraste matérico entre el hierro y el corcho como símbolo de fragilidad y violencia.

Con todo, la artista grancanaria Cristina Toledo, la más joven de esta nómina, firma una versión mural site-specific en gran formato de una pintura inscrita en su serie Sacrifice (2017), que retrata a dos mujeres aplicándose un tratamiento de belleza y que entraña connotaciones de una escena de tortura. "Esta pintura alude claramente al sometimiendo de la mujer para alcanzar el canon estético de cada momento, que, además, siempre cambia y nunca llegas a él", apunta la artista, quien destaca la cosificación del cuerpo femenino como reclamo publicitario como uno de sus campos fundamentales de investigación crítico-artística.