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Vasos comunicantes

Un nuevo libro del escritor canario Jorge Gorostiza explora la relevancia de la arquitectura en el devenir histórico del séptimo arte

Una escena de 'Cielo sobre Berlín', de Win Wenders. LP

El cine es, esencialmente, un complejo sistema con multitud de capas, estructuras, redes formales, recodos, memoria y lenguajes que ha sido explorado en muchas ocasiones desde miradas fuertemente condicionadas por otros medios de expresión artística, como el teatro, la literatura, el cómic, la música o la arquitectura, y sin olvidarnos, claro está, del ámbito creciente de los videojuegos donde se fragua actualmente un nuevo concepto de la imagen en movimiento, que va cuajando rápidamente en los gustos y en los hábitos cotidianos del espectador del siglo XXI. Y es en esa hibridación con el medio arquitectónico donde el cine ha encontrado uno de sus principales filones estéticos, como queda ampliamente documentado en infinidad de películas que, al paso de los años, han contribuido a reforzar sus recursos potenciales.

Otra cosa es su innata capacidad para anestesiar conciencias y su endemoniada habilidad para trivializar la realidad cuando ésta no se ajusta a la cuenta de resultados que han calculado los productores. En eso sí que el cine, junto con la música, se llevan la máxima distinción, lo que pone claramente de manifiesto el marcado perfil bipolar que lo ha definido desde sus años fundacionales, a finales del siglo XIX, y la presión a ratos insoportable de una industria anclada, desde tiempo inmemorial, en los sólidos cimientos que sustentan el show business.

A través de sus ciento veinticinco años de historia ha ido construyéndose a base, entre otras cosas, de la apropiación continua -o del despojo, como gusta señalar a un ilustre y admirado colega catalán- de recursos expresivos que no le son propios pero que, en cualquier caso, han contribuido a ensanchar el perímetro de actuación de un medio de que, pese a los malos augurios que ensombrecen su futuro como herramienta creativa a tenor de las voces apocalípticas que siguen empeñadas en profetizar su final como tal, continúa ejerciendo de agitador principal en el vasto mundo de la cultura contemporánea con propuestas formales y/o estilísticas que garantizan su perdurabilidad como eje vertebrador de un arte joven, aunque provisto, desde hace décadas, de una madurez y un talento sobradamente acreditados en cualquier rincón del planeta.

Apelo a estas reflexiones tras la lectura hace unos días de Construcciones filmadas. Cincuenta películas esenciales sobre arquitectura (Editorial UOC, Barcelona), último libro del prolífico escritor, arquitecto y exdirector de Filmoteca Canaria Jorge Gorostiza (Santa Cruz de Tenerife, 64 años), de quien ya hemos reseñado en estas mismas páginas algunas de sus numerosas publicaciones, no siempre circunscritas al ámbito de las relaciones entre el cine y la arquitectura, pero influidas, eso sí, por el hecho incontrovertible de que se trata de un autor que ama por igual ambas disciplinas y sigue por tanto comprometido con el objetivo que se trazó desde los inicios de su recorrido como escritor especializado en asuntos tan transversales como el de la mutua influencia que ejercen entre sí ambos entornos artísticos. Tal vez sea esta la razón que explique la dilatada producción literaria sobre el tema que se refleja en su currículo profesional.

En libros como Cine y arquitectura (Filmoteca Canaria, 1990), La imagen supuesta. Arquitectos en el cine (A Aspaan, 1998), El desarrollo de la modernidad arquitectónica visto a través de la historia del cine (Caja de Arquitectos, 1997), La Arquitectura de los sueños. Entrevistas con directores artísticos del Cine español (Comunidad de Madrid, 2002) o Panorámicas urbanas. 50 películas esenciales sobre la ciudad (Editorial UOC, Barcelona, 2016) quedaba perfectamente acotada la parcela intelectual sobre la que se desliza este veterano ensayista en su persistente empeño por explorar las distintas vías de conexión entre dos herramientas artísticas tan aparentemente disímiles como el cine y la arquitectura.

En Construcciones filmadas, el volumen que cierra por ahora su largo recorrido como escritor cinematográfico, Gorostiza persiste en su idea según la cual "en la mayoría de películas se pueden ver espacios arquitectónicos, por lo que prácticamente cualquiera serviría para estudiar estas relaciones. Sin embargo, para especificarlas he elegido seis temas fundamentales: la profesión arquitectónica; las obras en construcción; cineastas mostrando edificios existentes en la realidad; edificaciones creadas solo para aparecer en películas y su influencia en el mundo real; otras arquitecturas que solo pueden verse en filmes porque no tendrá sentido construirlas en la realidad; y, por último, cómo la imagen en movimiento muestra la arquitectura de un modo específico".

Entre los cincuenta títulos analizados en este libro, algunos de muy difícil localización, como la insólita producción italiana Thaïs (1917), dirigida por Anton Giulio Bragaglia, uno de los primeros firmantes del famoso Manifesto della Cinematografia futurista, publicado dos años antes del estreno de este filme inclasificable entre cuyos referentes históricos figura una ópera homónima del músico francés Jules Massenet y una conocida novela de Anatole France; El gabinete del Dr. Caligari ( Das Cabinet des Dr. Caligari, 1920), del legendario cineasta expresionista Robert Wienne, muchas de cuyas desasosegantes imágenes tienen su principal referente en el ámbito de la arquitectura; La caída de la Casa Usher ( La chute de la maison Usher, 1928), del director vanguardista Jean Epstein, otra perla sin paliativos del cine surrealista filmada en uno de los escenarios arquitectónicos más invasivos e inquietantes del cine mudo.

Se incluye asimismo El manantial ( The Fountainhead, 1949), del gran King Vidor, que prefigura la imagen del arquitecto vanguardista que ha de preservar sus ideas frente a la manipulación y el conservadurismo de una sociedad que no perdona a quien, voluntaria o involuntariamente, se salta sus normas, constituye el mejor retrato de una profesión que cuenta con numerosos imponderables para su libre ejercicio en un ámbito donde prevalecen, por encima de todo, los intereses de las grandes compañías constructoras.

Tema que aborda también el díptico integrado por El tigre de Esnapur ( Der Tiger von Eschnapur, 1958) y La tumba india ( Das indische Grabmal, 1958), que Fritz Lang dirigió con fondos alemanes a su regreso de su exilio norteamericano, bien entrada la década de los años cincuenta y en el que se esboza el dilema moral que le plantea a su protagonista el hecho de haber aceptado un encargo profesional de un tirano.

El arca rusa ( Russkiy kovcheg, 2002), de Aleksandr Sokurov; el documental austriaco Schindlers Häuser (2007), de Heinz Emigholz; En construcción (2000), del español José Luis Guerín, El árbol, el alcalde y la mediateca ( L´arbre, le maire et la médiathéque, 1993), del francés Éric Rohmer; Cielo sobre Berlín ( Der Himmel über Berlin, 1987), de Wim Wenders; El vientre de un arquitecto ( The Belly of an Architect, 1987), del británico Peter Greenaway, La ciudad de las mujeres ( La cittá delle donne, 1980), del maestro Fellini; Hausu (1977), del director japonés Nobuhiko Ôbayashi; El desprecio ( Le mépris, 1963), de Jean-Luc Godard, o El proceso ( The Trial, 1962), Orson Welles, son algunos de los títulos que Gorostiza examina en su libro para mostrar el feliz maridaje que se produce entre la arquitectura y el cine desde que pioneros con voluntad creativa como Anton G. Bragaglia lo intentaron durante la primera década del pasado siglo.

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