El desafío poético de inmortalizar el amor en un verso, y de mantenerlo vivo contra la ausencia y el tiempo por medio de la palabra, es el aroma literario de Té matcha (Ediciones La Palma, 2020), el nuevo poemario de Santiago Gil, que presentó en un emotivo encuentro ayer en la Casa-Museo León y Castillo de Telde, cuando se cumplía un año del fallecimiento de la que fuera su pareja, Chiqui Castellano, entonces directora de El Museo Canario.

El escritor y periodista, arropado por la periodista Ángeles Arencibia, la poeta Alicia Llarena, la fotógrafa Teresa Correa -quien además ilustró la portada del libro-, la actriz Carol Cabrera y el director de la Casa-Museo, Franck González, así como por muchísimos amigos y amigas, desglosó los senderos creativos de este poemario concebido como "un canto al amor", en consonancia con la premisa de Georges Bracques de que "el arte es una herida hecha luz". "En todo momento, la intención era hacer un camino hacia la luz y la belleza, no hacia la tristeza o la lástima", manifestó el autor.

El viaje que emprendió Gil desde la pérdida a la poesía, un año atrás, comenzó en el silencio, quizás por esa máxima que revela Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013) y que sostiene que "el verdadero dolor es indecible (...) porque cuando el dolor cae sobre ti sin paliativos, lo primero que te arranca es la palabra".

"Me paralicé por completo, porque cuando pierdes a quien amas es como una amputación", relata el autor. "También se dice que no es conveniente escribir en el fragor, ni en la alegría ni en el sufrimiento, sino en la distancia, así que solo pasar de un renglón al siguiente me suponía un esfuerzo casi físico", añade Gil, quien asumió como un mantra interior Los heraldos negros de Vallejo: "Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!".

El regreso de las primeras letras siguió el orden del abecedario, ya que se impuso la disciplina de construir un poema cada día a partir de la A de "Amor". "Me senté a escribir esos 29 poemas, que es algo que nunca debe hacerse, porque los poemas no se van a buscar, sino que te encuentran, como el amor", apunta.

Y después de volcar el corazón en el alfabeto, Gil desempolvó varios poemas anteriores escritos en la efervescencia del amor compartido, que recorren los pasos y las calles, los museos, el champán, el otro espejo o "tú y yo caminando de la mano / tan eternos como estos aguaceros / que dejan el parque oliendo a tierra mojada". El resultado del conjunto estructuraría el poemario en tres partes diferenciadas, recogidas bajo los títulos Cuando nos creíamos eternos, Cuando te fuiste y Cuando escribo más allá de tu muerte, que atraviesan las distintas fases de la memoria, el golpe y el después, hasta culminar ayer la vuelta completa al calendario.

Sin embargo, Gil advertiría frente a este primer borrador el riesgo de que "lo sentimental pudiera hundir lo literario". Por esta razón, el tramo final del proceso creativo devino en una poda carveriana y reescritura auspiciada por su editor, David Santana, en la que suprimió los poemas más íntimos, incluido el abecedario poético que trajo de vuelta las palabras, pero también los nombres o metáforas cotidianas como el "té matcha", que titula el conjunto del volumen, y que era "una manera de decir: te quiero".

Literatura

"Para mí fue muy duro, pero uno tiene que ser consecuente con la literatura", apunta el escritor. "La poesía no es un desahogo, sino la palabra en el tiempo, como decía Antonio Machado; la emoción contenida en la desnudez de la palabra". "Y ese fue el ejercicio literario que hice para Té matcha: quise que los poemas tuvieran vida propia más allá de la historia de amor que tuvimos Chiqui y yo", explica.

En esta línea, Gil cristalizó en Té Matcha "el juego de mantenerte viva", como reza uno de sus versos, pero inscrito en el paisaje de su compromiso con la escritura, de manera que la poesía de ese amor trascendiera en el tiempo y la palabra. "En realidad, yo no creo en el tiempo, sino en el amor. Y el amor es eterno, porque aquello que amamos permanece para siempre dentro de ti", declara. "Y al final descubres que la literatura está por encima de todo, incluso por encima de la muerte, y que, mientras exista el ser humano, existirá la literatura. Cuando te enfrentas a las preguntas sin respuesta, a los caminos sin salida, lo que nos queda y nos alivia es el arte", concluye.

Con todo, una vez inaugurado el vuelo poético de Té matcha, Gil manifiesta que "ahora mi felicidad consiste en seguir buscando esa belleza". En su equipaje atesora la eternidad del recuerdo plácido y sereno que toma el testigo de la herida. También varias novelas en cartera y el aprendizaje de la Cábala, que defiende "el amor como otorgamiento". Y por supuesto, la verdad de un amor convertida en verso: "He creado un pequeño altar, un espacio de luz en mis adentros, para no olvidarte. Ahí nacerá la sonrisa y la belleza".