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¿Por qué descreer de la enseñanza de la literatura?

La grandes obras pertenecen al entorno privado y tampoco posibilitan su mera explicación pedagógica o su conversión en exámenes

Thomas Mann con sus nietos. LA PROVINCIA/DLP

Decía Mario Vargas Llosa en una de sus terceras de El País que "en la literatura interviene no solamente la razón, sino también la sinrazón, que representa un papel muy importante en la creación literaria".

Si aceptamos esto, es impensable que la crítica literaria, incluida la que se hace desde una tarima universitaria o no universitaria, pueda traducir a razón todas las fases de la sinrazón que la literatura encierra.

El narrador hispano-peruano no hacía en su largo artículo periodístico sino repetir algo que ya el crítico estadounidense Lionel Trilling había planteado en un trabajo publicado por primera vez en 1961, On the Teaching of Modern Literature [ Sobre la enseñanza de la literatura moderna], donde se preguntaba si la mera enseñanza de la literatura no era ya, en sí, una manera de desnaturalizar y empobrecer el objeto del estudio. Casi con estas últimas palabras, Vargas Llosa volvía a reflexionar sobre el mismo asunto en una conferencia impartida en Lima en abril de 2010 , Breve discurso sobre la cultura, en la que ya citaba a Trilling, aunque lo citaba mal, incluyendo el ensayo en cuestión del estadounidense dentro de un libro en el que no está: The Liberal Imagination (1950).

Dejando aparte disciplinas críticas protocolarias o localizaciones bibliográficas más o menos rigurosas, lo que Mario Vargas Llosa distinguía en las páginas de Trilling era un hallazgo en el que no se ha profundizado como debiera haberse hecho, posiblemente porque las advertencias del crítico estadounidense ponían en crisis todo un sistema de enseñanza pública y privada que ha dado y da de comer a mucha gente, Trilling y Vargas Llosa sin ir más lejos, aunque en su quehacer conlleve cierto fraude.

¿Se puede enseñar la literatura? ¿Puede un docente desbrozar las razones y las sinrazones que una obra literaria contiene?

Trilling habla en el ensayo de referencia de su trabajo como profesor de la Universidad de Columbia, en Nueva York, como titular de la asignatura Literatura Moderna y de sus primeros problemas para adaptar ese temario a una materia académica más. Tiene unas reservas algo conservadoras de si será apropiado desde una perspectiva docente enseñarla en la universidad, pues aparte de explicarla solo desde los tecnicismos empleados, cuando se profundiza de verdad en ella se ha de aportar el testimonio personal, hasta la privacidad, si se quiere llegar al fondo de su valoración total y no traicionar el absoluto e inclemente significado de esa gran literatura, lo que podríamos llamar, como lo hace Trilling, "la legitimación de lo subversivo".

Una legitimación que Trilling lleva a cabo a través de antiheroicidades que ponen en cuestión la renuncia a los instintos, las prohibidas acciones primitivas, que la moralidad convencional de la civilización nos impone. Y para despertar a sus alumnos de tal acomodo y conducirlos "al abismo" excitante de conductas donde prevalecieran esos instintos y esas prohibidas acciones primitivas, sugiere la lectura de obras como El sobrino de Rameau, de Diderot; Memorias del subsuelo, de Dostoievski; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; El corazón de las tinieblas, de Conrad, o La muerte en Venecia, de Mann.

En síntesis: lo que Vargas Llosa llama la sinrazón que habita en la gran literatura. Cómo la academia congela, superficializa y vuelve saber abstracto la trágica y revulsiva humanidad contenida en aquellas obras de imaginación, privándolas de su poderosa fuerza vital, de su capacidad para revolucionar la vida de cualquier lector , concluye el narrador peruano haciéndose eco de un libro de la profesora estadounidense Gertrude Himmelfarb, On Looking into the Abyss [ Mirando el abismo] donde también se insiste en una crítica demoledora de las posiciones hermenéuticas del estructuralismo de Michel Foucault o el deconstructivismo de Jacques Derrida a la hora de descifrar contenidos literarios.

Lo que tanto Trilling como Vargas Llosa, y en parte la profesora Himmelfarb, tratan de demostrarnos es que cuando la literatura se explica en las aulas tiende a perder su fulgor, tiende a perder su alma más profunda, a quedar reducida a una racionalización de lo irracional que habita en ella y que solo es propiedad del lector que llega a ese hallazgo, siempre a través de una aventura personal e intransferible, una aventura personal que nada tiene que ver con la pedagogía pedestre de una aula universitaria o no universitaria.

¿Se puede enseñar el alma de un cuarteto de Mozart, se puede enseñar el alma de un lienzo de Willen de Kooning, aparte de las chácharas alusivas que cierta crítica vicaria practica más como subterfugio que como verdadero desciframiento y dilucidación de lo que se oye o de lo que se ve, de lo que se disfruta y se despierta en cada oyente o en cada contemplador?

Las grandes obras literarias pertenecen al entorno privado y tampoco posibilitan su mera explicación pedagógica, ya no hablemos de convertirlas en materia de exámenes académicos donde todo queda reducido a la simplificación del test o a la calificación grotesca de cualquier convocatoria escolar.

Tampoco hay que ir tan lejos para saber de lo que estamos hablando, ya un preterido autor como Azorín lo dijo hace ya mucho tiempo con palabras tan diáfanas como útiles: "Un gran poema, una novela clásica nos acometen; asaltan y ocupan las fortalezas de nuestra conciencia. Ejercen un extraño, contundente señorío sobre nuestra imaginación y nuestros deseos, sobre nuestras ambiciones y nuestros sueños más secretos".

Y esa magia entre la obra y el lector no es traducible a ejercicio académico que valga, se trata de una comunión que no admite terceros, aunque sí cabe el intercambio de pareceres sobre una lectura, pero siempre desde una conciencia a otra conciencia, sin jerarquías, pues todo alumno en contacto con la literatura ha de partir de su propia experiencia lectora, de su patrimonio referencial, de su medio, de su historia, de su sentido estético e ideológico, de su sicología, antes de recibir conclusiones por parte del profesor de lo que se ha de opinar sobre un texto.

Cuarenta y tres años y once meses vinculado a la docencia en las aulas de la universidad nos hacen desembocar en estas incertezas. Pero es lo que hay. No sigamos mintiendo.

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