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El primer encuentro entre los dos reinos

El acercamiento de Aldo Schiavone a la figura enigmática de Poncio Pilatos, cuyo encuentro con Jesús va a resultar trascendental para la civilización de occidente, y sin necesidad de exagerar, del mundo entero

El primer encuentro entre los dos reinos

Hace casi dos mil años Judea era una provincia del imperio romano. Entre el año 29 y el 36 estuvo gobernada por Poncio Pilato, de quien apenas se sabe nada salvo los detalles del contacto que mantuvo con Jesús durante las largas horas que sucedieron a la detención de este en Jerusalén, una ciudad que no llegaba a los treinta mil habitantes, sede principal del judaísmo, donde ejercía la suprema autoridad religiosa el sumo sacerdote nombrado con el apodo de Caifás, asistido por un órgano colegiado que actuaba al modo de un sanedrín teocrático. En aquel tiempo, en aquel lugar, el helenismo, el pueblo que se creía elegido y la poderosa estructura política creada por Roma convivían en un permanente estado de tensión latente.

En ese escenario tuvo lugar el encuentro entre Pilato y Jesús, que resultaría trascendental para el futuro de la civilización cristiana, de Occidente y, sin necesidad de exagerar, del mundo entero. El acontecimiento ha sido recogido en distintas versiones que dimanan de la tradición oral, presuntos cronistas, y hasta de las sugerentes interpretaciones de filósofos y novelistas. Así es como ha acabado por convertirse en el centro del mito fundador del cristianismo y el origen de las referencias espirituales y políticas de la parte más avanzada y próspera de la humanidad.

Aldo Schiavone, reputado historiador italiano del derecho romano, propone contar de nuevo el encuentro decisivo con el ánimo de depurar los hechos. Para ello, hace pasar la narración de los historiadores antiguos y de los evangelios por el tamiz de la historiografía más reciente. Acomete la tarea como si de una concienzuda pesquisa policial se tratara. Lo que ofrece es un relato riguroso y cuidadosamente organizado con todo lujo de detalles, subrayando por un lado los sucesos probados y apuntando, por el otro, las explicaciones plausibles pero que es obligado por el momento, a la espera de nuevas averiguaciones, dejar en meras conjeturas.

La información histórica de que dispone proporciona a Schiavone una seguridad plena de que Jesús en ningún caso fue sometido a un proceso judicial en sentido estricto, sino que más bien resultó víctima de una pequeña asamblea tumultuosa de militantes judíos, que actuaron guiados por el dogmatismo religioso, ciegos de ira. La sentencia de Jesús, por tanto, no fue aprobada en una votación popular, como se desprende de la exposición que sirvió a Kelsen para contraponer la opinión de una mayoría con la verdad y teorizar sobre el carácter moralmente neutro de la democracia, provocando un debate que aún dura. La misma refutación merece el supuesto acto de Pilato de lavarse las manos. Schiavone considera inverosímil que lo hiciera, pues este formaba parte de la tradición hebraica, con la que el prefecto romano tenía una relación cuando menos conflictiva. Sin embargo, no se siente autorizado por las pruebas que ha obtenido para hacer un pronunciamiento claro entre Pilato y las autoridades judías sobre la detención y muerte de Jesús, un individuo que genera una situación muy molesta para ambos.

Sentados los hechos con precisión de cirujano, Schiavone desprende de ellos significados nuevos y profundas implicaciones teológicas y políticas que han surtido consecuencias hasta nuestros días. El Pilato que nos pinta no es el gobernador de provincias repudiado por su cinismo, sino un hombre culto y trágico, que siente fascinación por Jesús e intenta por todos los medios salvarlo. Pilato representa al emperador, que encarna el poder terrenal, mientras Jesús es el enviado de Dios, monarca todopoderoso del reino divino. El César y Dios se repartirían durante siglos el dominio del mundo. La dualidad de Padre e Hijo supuso una innovación teológica que los judíos no podían aceptar. La represión que infligieron a Jesús por su heterodoxia provocó la réplica posterior de los evangelistas, que según Schiavone señala el punto cero del antisemitismo.

El libro, en resumen, conjuga rigor y amenidad, cualidades de un texto que suelen excluirse. Está cargado de erudición ligera. Su lectura se va haciendo más compleja a medida que avanza su desarrollo. Es en el último tramo cuando el lector se da cuenta que acaba de hacer un gran descubrimiento.

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