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Entrevista | Victoriano Santana Sanjurjo

"Pocas profesiones exigen tanta vocación como la docencia"

"Quizás tengamos los docentes que hacer algo por dignificar más nuestra profesión", explica el doctor en Filología Española, profesor y escritor

"Pocas profesiones exigen tanta vocación como la docencia"

¿Cómo y por qué surge la escritura de su libro Un docente y otros textos sobre educación?

Llevo toda mi vida vinculado a la educación. Primero como alumno; después, como docente. Todos los comienzos de año que conozco no se dan el 1 de enero, sino en septiembre. Este libro recoge mi experiencia como docente (que abarca ya las dos décadas) desde una atención muy especial a lo que fue mi etapa como discente. Es importante que un profesor no desatienda que hubo una etapa de su vida en la que fue alumno. Este es el libro que todo docente desea componer en algún momento de su vida, ya en activo, ya fuera de las aulas. Surge de una reflexión sobre el sistema, sobre lo que uno considera que son sus fallos y sobre lo que uno entiende que pueden ser sus mejoras. Todo ello asumiendo que uno no está en posesión de la verdad absoluta. Es un libro que suma, que busca sumar, que busca contribuir humildemente con ese proceso de reflexión al que se somete de manera constante el sistema educativo por parte de sus usuarios.

¿En qué medida constituye una reivindicación del papel del docente y la enseñanza pública?

Soy un defensor a ultranza de la enseñanza pública y, por extensión, de todos los servicios públicos. En algunos textos de este libro, esta defensa es sumamente explícita; en otros, va implícita en el sentido del mensaje. Reivindico la calidad de esta enseñanza y, por supuesto, el buen hacer de sus profesionales; y demando que haya una voluntad de servicio al usuario por parte de todos los que integran el colectivo docente. Yo concibo mi trabajo como un ejercicio de servicio a la sociedad, cuyos integrantes depositan en mí su confianza permitiéndome que integre el colectivo encargado de formar a sus hijas e hijos. Esa confianza no se puede dañar, es sagrada y única porque lleva implícita el deseo de que haya un futuro mejor para todos y cada uno de los discentes que llega al sistema educativo. Un futuro mejor para ellos es, a la larga, un futuro mejor para todos nosotros. Por eso entiendo que mi labor y la de todos los que trabajan conmigo en la educación requieren de un máximo de entrega. Pocas profesiones exigen tanta vocación como esta. Ser docente implica un compromiso con la sociedad. Quien no quiere asumirlo, debe hacerse a un lado y dejar que otros con verdadera vocación lo asuman.

¿Hasta qué punto es autobiográfico el relato Un docente, que explora los sentimientos de culpa, decepción, dudas e inquietudes de un profesor?

Yo creo que todos los libros son irremediablemente autobiográficos, y más cuando tienen tintes ensayísticos como el que nos convoca. Sí, como docente me siento culpable muchas veces, y en no pocas ocasiones me llevo decepciones por imprevistos que no se me había ocurrido que podían pasar; dudo mucho porque no sé hasta qué punto estoy sembrando bien la semilla que espero ver germinar y de esta duda llega la inquietud, el no-conformismo, el deseo de cuestionarme el trabajo que hago y buscar la manera de mejorar. No trabajo en una factoría que hace objetos en serie y cuyas distintas piezas siguen un orden de colocación. Trabajo con docentes y discentes con una percepción de la vida y del mundo muy particulares. Cada curso escolar es una experiencia nueva y, como en todas las experiencias nuevas, surgen situaciones donde la culpa, la decepción, la duda y la inquietud está presente.

Uno de sus textos denuncia la restricción del acceso de otros profesionales a participar en el día a día de los centros educativos, ¿cree que el profesorado asume muchas más funciones que las que le corresponden?

Sí, el profesorado hace labores que otros profesionales podrían llevar a cabo perfectamente. Pongo un ejemplo: las guardias. Sé que este tema lleva a debate en muchos frentes y que tengo compañeros (excelentes profesionales, que conste) que les parece bien estar en un lugar de la entrada del instituto dando permiso o no a un familiar para que se lleve a su hijo, o vigilando un pasillo? Sinceramente, creo que cada hora de trabajo que invertimos en hacer guardias deberíamos emplearlas en otros asuntos más acordes a la plaza que ocupamos, más centrados en lo académico y no en lo administrativo o en lo tocante a la seguridad. Hay profesionales en el mundo exterior altamente cualificados para gestionar la seguridad de un centro educativo (son los mismos que gestionan infraestructuras delicadas); y creo que hay personal médico que debería estar constantemente en el centro y no confiar en que un docente sea capaz de utilizar un desfibrilador (cruzo los dedos para no verme en una situación de emergencia que lo exija).

¿En qué otras cuestiones identifica una falta de atención o precarización del puesto del docente en la educación pública?

Tiene que ver de alguna manera esta precarización laboral con el concepto que se tiene de los docentes y, por extensión, de quienes ejercen su trabajo en los servicios públicos. La falta de consideración hacia los docentes es extensible a la que hay hacia los sanitarios, hacia los funcionarios de justicia, hacia los responsables de los cuerpos y fuerzas de seguridad; hacia quienes trabajan en los servicios de atención al ciudadano en ayuntamientos, cabildos y gobiernos autonómicos, etc. Esa falta de consideración se traduce en violencia verbal y física por parte de los usuarios, en desatención por parte de nuestros superiores, en desamparo ante lo que se ve como una desautorización en toda regla del trabajo que llevamos a cabo. La precarización laboral de los docentes es el resultado de una falta de interés por parte de quienes nos han de proteger y velar por que nuestro trabajo se realice en unas condiciones mínimas de calidad para que los resultados sean los que todos esperamos.

¿La sociedad valora lo suficiente el papel fundamental que desempeñan los docentes?

Creo que la sociedad, así, a lo grande, sin concretar, entiende que tiene que haber docentes porque no duda de la necesidad de que haya un sistema educativo. El problema está en que esa sociedad a la que me refiero no se ha preocupado por saber en qué consiste la función que desempeñamos. Muchos, tengan o no estudios, nos consideran privilegiados; nos ven como agentes de una profesión que cualquiera puede llevar a cabo. A lo largo de mi trayectoria profesional he conocido a padres que sostienen que ser profesor no es una tarea complicada porque consiste básicamente en cuidar chiquillos, utilizar el libro de texto y poner exámenes, y aprobar a muchos para que no nos compliquen luego la vida. ¿Que cómo pueden llegar a esta conclusión? Sinceramente, no lo sé. Quizás tengamos los docentes que hacer algo por dignificar más nuestra profesión. Eso se puede conseguir si conseguimos que las familias se impliquen más en el día a día de los centros y de nuestra labor. Y eso se puede lograr si quienes velan por nosotros articulan medios para que esta implicación tenga un punto de obligatoriedad. La participación de las familias no puede ser una posibilidad que ofrezcan las comunidades educativas, sino un deber inexcusable.

Con todo, ¿qué opinión le merece la gestión de la consejería de Educación del Gobierno de Canarias ante la crisis sanitaria del coronavirus?

Aceptemos de entrada que no se está preparado nunca para una situación como la vivida: una pandemia originada por una enfermedad nueva que obliga a trastocar nuestro modo de vida. Entiendo las mil y una dificultades que ha debido tener la Consejería de Educación para poder enhebrar los frentes que ha tenido que resolver. Eso lo entiendo y me solidarizo con todos y cada uno de sus miembros. Era inevitable improvisar soluciones ante un acontecimiento que ha desbordado al planeta entero. Lo que ya entiendo menos y menos acepto, lo reconozco, es la falta de coordinación entre quienes debían ir a una a la hora de plantear soluciones y ofrecer alternativas. El que una tormenta azote el barco y dificulte o impida la navegación no justifica que quienes están al frente del navío no se pongan de acuerdo entre sí. Y esa es la sensación que yo he tenido. Los docentes hemos hecho nuestro trabajo; el personal de la consejería, también; y quienes estaban al frente, al parecer, han mostrado un cierto nivel de descoordinación que se ha traducido en lo que todos ya sabemos. Eso es lo más difícil de aceptar porque nos lleva a pensar que, en su momento, atendiendo a otros fines diferentes a los que deberían ser, se ubicó en determinados lugares a personas que, quizás, no tenían el perfil adecuado.

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