La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Música y cine

El mago de las corcheas

El Premio Princesa de Asturias cierra el copioso palmarés que atesora Ennio Morricone, genio incombustible desde su debut en 1961

Ennio Morricone y Sofia Loren, en una imagen de 2007. DANILO SCHIAVELLA/EFE

Dentro de unos meses Ennio Morricone (Roma, 1928/Ib., 2020) tenía una de las citas más importantes de su provecta y exitosa vida profesional en el Teatro Campoamor de Oviedo para recibir el prestigioso Premio Princesa de Asturias de las Artes, junto al también compositor de bandas sonoras John Williams. Desgraciadamente, una aparatosa caída acabó ayer con su vida, a los 91 años, en un hospital de su Roma natal, clausurando bruscamente una de las trayectorias musicales más originales, complejas y pródigas surgidas durante el pasado siglo en todo el orbe cinematográfico.

Icono insustituible de una época esencial para el cambio de paradigmas en el cine europeo, viejo conocedor de todos los misterios que encierra la música cinematográfica y sobre todo proveedor supremo de claves desconocidas para implementar nuevos cauces de expresión en el lenguaje de la imagen en movimiento, su maestría nunca pasó inadvertida, especialmente entre los cineastas que exploraban nuevas corrientes formales. Por eso, su muerte provocará un ostentoso vacío en quienes contemplan el arte cinematográfico como un juego de intercambios entre los numerosos componentes que integran la llamada industria del entretenimiento, es decir, un continuo diálogo formal entre quienes se sitúan a un lado y a otro de la cámara para lograr un mismo fin: que cristalice, por encima de todo, la obra de arte

Es un hecho que hoy reflejarán todos los medios de comunicación a poco que hayan explorado a fondo el enorme bagaje creativo que nos ha dejado este cineasta tras una más que longeva trayectoria componiendo piezas que formarían parte integral de producciones cinematográficas de la complejidad y belleza de Novecento ( Novecento, 1975), de Bernardo Bertolucci; Sacco e Vanzetti ( Sacco e Vanzetti, 1971), de Giuliano Montalvo; Metello ( Metello, 1970), de Mauro Bolognini; Queimada ( Queimada, 1969), de Gillo Pontecorvo; Partner ( Partner, 1968), de B. Bertolucci; El Decamerón ( Il Decamerone, 1971), de Pier Paolo Pasolini; La casa obrera va al paraíso ( La clase operaia va in paradiso, 1972), de Elio Petri; Las mil y una noches ( Il fiore delle Mille e Una Notte, 1974), de P.P. Pasolini; Los días del cielo ( Days of Heaven, 1979), de Terrence Malick; El clan de los sicilianos ( Le clan des siciliens, 1969); La misión ( The Mission, 1986), de Rolad Joffé; Cinema Paradiso ( Cinema Paradiso, 1988), de Giuseppe Tornatore o Los odiosos ocho ( The Hateful Eight, 2015), de Quentin Tarantino.

El Premio Princesa de Asturias cierra pues el copioso palmarés que ha venido atesorando este genio incombustible desde su debut como compositor de cine en Il federale (1961), de Luciano Salce, una comedia de corte antifascista protagonizada por el simpar Ugo Tognazzi donde ya asomaba el indesmayable sentido de la ironía que emplearía con profusión e inteligencia en la elaboración de su ímprobo catálogo de composiciones para la gran pantalla durante casi sesenta años. Con Salce, quien desaparecería en 1989, repetiría en otros cinco largometrajes que le sirvieron de preludio al rotundo éxito que alcanzó con la llamada trilogía del dólar del gran Sergio Leone con quien mostraría siempre una complicidad tan férrea y productiva como la que lograron Federico Fellini y Nino Rota, Alfred Hitchcock y Bernard Herrman, o François Truffaut y Georges Deleure en el desarrollo de sus respectivas potencialidades artísticas.

Morricone fue, sin duda alguna, el más notable compositor para el cine que ha dado Italia en toda su historia; lo dijo el mismísimo Nino Rota, otro genio en el manejo de las corcheas, cuando se refería al nivel alcanzado por los compositores trasalpinos desde la implosión del cine sonoro durante la segunda década del siglo XX y el consiguiente diálogo sosegado, constructivo y cómplice que estos han seguido manteniendo desde entonces con el mundo del celuloide.

A lo largo de más de quinientas bandas sonoras aportó pulcritud acústica, originalidad conceptual, belleza, causticidad, exaltación y arrobo, plegándose, sin el menor problema, a las exigencias de los más diversos géneros cinematográficos y sin que en ningún caso le flaquearan las fuerzas a la hora de introducir sus espectaculares innovaciones mediante el uso de instrumentos tan poco ortodoxos en el ámbito de la música de cine como la armónica, el xilofón, la tromba, la guitarra acústica, el silbido, la música coral o los impresionantes solos de trompeta, muy lejos del sinfonismo clásico que campaba por las producciones canónicas del cine de Hollywood que, como en tantos otros aspectos, constituían los únicos patrones de actuación en la música de cine hasta la llegada, entre otros muchos, del maestro italiano.

Pero su inabarcable talento no sólo se circunscribió al estricto ámbito de la producción nacional pues traspasó infinidad de fronteras geográficas hasta convertirse, con el paso de tiempo, en una inconfundible trademark en el cine internacional a través de producciones abanderadas por países como Francia, Gran Bretaña, Alemania, España, EE UU y Canadá, de ahí que sus discos, especialmente los correspondientes a las bandas sonoras que compuso para Sergio Leone, alcanzaran cifras de venta estratosféricas.

Por un puñado de dólares ( Per un pugno di dollari, 1964), La muerte tenía un precio ( Per qualche dollaro in più, 1965), El bueno, el feo y el malo ( Il buono, il brutto, il cattivo, 1966) Hasta que llegó su hora ( C´era una volta el west, 1968) y ¡Agáchate, maldito! ( Giu`la testa, 1971) constituyen la punta de lanza de su incalculable producción musical en los años sesenta y setenta pues, además de la enorme popularidad que alcanzaron estos cinco filmes dentro y fuera de Italia, la fama del compositor, como la de Leone, se elevaría como la espuma hasta convertirse en auténticos mitos de la modernidad en medio de un escenario global dominado por la rutina narrativa y el desprecio olímpico hacia todo lo que destilase cambio e innovación.

Compartir el artículo

stats