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La penúltima palabra

Anacronismos

El archiduque Leopoldo Guillermo rodeado de pinturas, obra de David Teniers. LA PROVINICIA/DLP

El anacronismo es, para un historiador, el mayor de los pecados. Trasladar desde el presente, categorías, conceptos, definiciones a un pasado que ya fue, es fuente de error imperdonable. Como, además, historia, magistra vitae, está llena de ejemplos, nacen discutibles analogías, dudosas comparaciones, o inadecuadas imitaciones que cambian el sentido del pasado. La Revolución francesa quiso imitar a la inglesa y la rusa a la francesa; desde la señal de alarma "detrás de César se encuentra la sombra de Bismarck" (Hobsbawm), hasta la aserción surreal "al comenzar la Edad Media llegaron los primeros cristianos" (Maruja Mallo).

Los usos (y abusos) públicos de la historia han permitido invenciones semánticas como "régimen del '78", alteraciones acrónicas, modificaciones temporales: los prerrafaelistas en pleno siglo XIX.

Cuando la postmodernidad, como la moda, sólo declina el presente y sólo con ironía mira el pasado, consigue que su gran mentor Lyotard ( La Condición Posmoderna) considerara postmoderno a Montaigne (1533-1592).

La mirada contemporánea a las obras de arte es una de las mayores causas del anacronismo (Arasse). Mirada desde hoy a una obra del pasado que tiene la pátina de tantas miradas de tantos espectadores en tantos tiempos diferentes. Habría que recordar las palabras de Hamlet (Acto I escena 5):"time is out of joint". El tiempo está fuera de quicio, está desquiciado. Como en una sala de museo donde coexisten objetos y obras de épocas diferentes, que, no en vano, ha servido como metáfora para ese espacio semiótico - donde fuera del cual no hay significación- que se ha denominado semiosfera (Lotman), que rima con biosfera.

Los mayores recordarán un mítico productor americano, Samuel Bronston, que rodó películas en España con muchos extras. Como resultado: algún romano portaba reloj de pulsera, algún indio tenía bigote, y aparecían postes telegráficos en pleno medioevo. Apoteosis de la acronía. Contemporaneidad de lo no contemporáneo.

En pleno apogeo de lo intempestivo, mientras se inventa la tradición, en el horizonte de espera florecen oráculos, profecías, pronósticos, predicciones que se alejan del presente monstruo para declinar el futuro perfecto. Futuro anterior. Para ello son necesarios menos cronistas y más anacronistas (Fabbri).

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