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Anatomías cósmicas de amor y desamor

Alicia Llarena retorna a la poesía tras diez años de ausencia con un libro intenso y denso, plagado de sentimientos

Anatomías cósmicas de amor y desamor

La presentación de El amor ciego, en la Casa de Colón y en tiempos antes de la pandemia, fue un evento memorable. Y, no todas las presentaciones lo son, créanme. Sin duda, había una expectativa en el aire, pues Alicia Llarena llevaba una década sin presentar un libro de poesía. Ningún autor seriamente autocrítico y comprometido sabe cuál es la fórmula de su frecuencia. Quiero decir, cuándo se publicará su próximo libro, si publicará un libro por año, o uno cada diez. Eso, puede atormentarle, mas, en el fondo, no importa. Importa el libro que publica, y El amor ciego es un libro intenso y denso en que cada uno de sus veinticuatro poemas encierran relatos completos. Lo rige, muy líquidamente (por favor, léase no el sentido de la cultura líquida), una intención existencial y un sentimiento alegórico, viejo como nuestra especie y antiguo como la lírica, el amor que nace y el amor que acaba. Se dividen los poemas en dos partes, La ceguera y La cuchillada, y en cierto sentido, sin que haya habido, esta vez, intención manifiesta en ello, las dos partes dialogan abriendo y clausurando el espacio de una vida, la vida del amor.

En los poemas de La ceguera, la poeta y la poesía, invocan al cosmos, a la tierra, a todos los poderes ocultos de la naturaleza, a los dones de las razas, para que acudan en ayuda del amor. En ayuda de su expresión, de su protección, de su inocencia. También a las estrellas, a los planetas y a sus conjunciones se las invoca con el mismo fin, el de ayudar a expresar, a verbalizar y a escribir el éxtasis. En Don de lenguas la poeta implora una babelia de todos los idiomas, los sonidos animales y los sistemas de contar, para que, acudiendo a su boca, le permitan "nombrar? el temblor imprevisible/de tu abrazo". No es un mero conjuro sino una "incantación" (bellísima la definición que de la palabra que nos da el R.A.E: "acción y efecto de encantar a personas, animales o cosas con un poder preternatural"). Lanza la narradora, un reto épico, una súplica para que un instante intensamente personal, un abrazo, tenga la fuerza del universo. Pues, el amor es una energía que corre paralela a los poderes visibles e invisibles del planeta. Arcaica imagen ésta, épica en el sentido de los clásicos, intemporal por la magia invocada del amor, sea un filtro o unas palabras lo que precipiten su nacimiento.

Ligera (aérea, más bien) es la forma, culta y sencilla, contraria a las citas crípticas y a los intertextos pretenciosos de mucha poesía exitosa del momento (¡Pobre Ezra Pound, cuántos abusos han cometido contigo, tú que eres inimitable!). El beso que deseo vuelve a pulsar el sentimiento de lo épico al convertir el periplo de un dedo sobre una boca en una odisea: "navegará la brújula del índice/sobre las líneas de su breve geografía". Los instantes antes de llegar a ese acto de suprema intimidad trazan un viaje hiperbólico, en que todo lo que a está a punto de suceder se magnifica y se canta, otro de los rasgos característicos de estos versos. Los umbrales de la unión amorosa, los umbrales de las almas, son el trasunto de todas las travesías, ínfimas o vastas, da igual su escala o como se encapsulen en cada poema. Hay, por tanto, una celebración de lo que será, del éxtasis, del inmanente retorno de la inocencia, que puede leerse también en clave de pasado, o sea, de que todo ya ha sucedido. Y esta elipsis temporal que encontramos en El amor ciego es uno de los recursos que mejor domina la poeta y que le permite "abrir el tiempo" para viajar por él desde la miniatura expresiva que es la poesía.

Venus, como no, aparece un buen día en el camino de la poeta, una mujer que surge en una calle de Ciudad de México, una defeña X, que quizás solo sea visión, una visión pura. Preceden y acompañan su aparición el vuelo de mil mariposas y viene vestida por la inocencia. Otro rasgo "edénico" del momento único del enamoramiento, es que se equipara con la inocencia de los niños. El amor devuelve a la amada al Edén de la infancia. Su Venus nada tiene que ver con la ninfa de mirada dura que Botticelli aflora entre las aguas, ni con la Venus oscura de Baudelaire, lastrada por el pecado y la enfermedad. Esta venus protagoniza el poema El buen amor, ofreciéndonos un relato que se basa en segundos de percepción, gracias a ese "mecanismo de escape" que tensa el muelle del reloj del tiempo liberando un circuito circular. Cada poema contiene, por virtud de esta relojería, una historia entera, afianzando el hecho de que cada poema es una realidad íntegra, perteneciente a distintas fechas de una década.

Escribir sobre el cuerpo es un nuevo símil que se elabora "Página en blanco". Es una escritura sutil, que, si bien remeda el trazo de la pluma y la mancha de la tinta sobre el papel, la realiza la mano y el tacto sobre la piel. Una escritura invisible que nada tiene que ver con la tinta dura del tatuaje, de los cuerpos realmente "escritos" de este siglo veintiuno. El encuentro del ser ideal, o el reencuentro con la amada, es reflejo de las armonías astrológicas, no así el lugar donde se consuma. En los escenarios amorosos, los dormitorios y las habitaciones respiran humildad; es el amor que crea el palacio, no un apéndice de su lujo. Lo exótico, sin embargo, es fundamental, y Llarena se revela todo un exotismo posmodernista que evoca los versos del gran Darío y de Tomás Morales. Nos invita a un poliédrico escenario de olores y sensaciones, de colores y de luz, a una exaltación simbolista de la experiencia: "Agua de mango traigo entre las manos/para tus noches tristes/mermelada de guayaba recién hecha/para untarte el alma" leemos en "La pócima".

Todo acaba para recomenzar, pero nos deja la huella del vacío y lo que es peor, el amargo regusto del desencanto, del final. La fantástica toponimia de la luna ofrece al viajero lugares de fabulosos y prometedores nombres, pero también su revés, que son los reveses. Oscuros topónimos que significan pena y desilusión. "Este mar de palabras" resume en una poesía rayana a la prosa todo el sentido del libro. Las palabras que no ya no llegan, la voz que se apaga, el amor que se consume, sellan este tránsito encantado por la vida de los sentimientos. Está en el último poema del libro, "Y todo lo demás es literatura": "Se acabaron los versos/el poema esconde sus palabras/bajo el ala las sílabas agachan la cabeza". Lo encontramos tanto dentro como fuera, al dorso, en contraportada. El libro es una edición cuidada de Huerga & Fierro Editores, con una ilustración de portada realizada por Berbel, que mediante formas que se solapan, conforma la gruta mágica del placer y la hendidura del dolor, en clave semi-abstracta.

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