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El rey de la comedia

En su autobiografía, Woody Allen desmenuza su trayectoria personal y artística con un repaso exhaustivo a los hitos de sus 84 años de vida

El rey de la comedia

Las razones que explican el éxito apoteósico del libro A propósito de nada, la autobiografía de Woody Allen, publicada en España por Alianza Editorial, saltan a la vista de todo el mundo. En primer lugar, porque se trata de una de las personalidades más veneradas de la cultura contemporánea universal, mimada por la crítica e idolatrada por el gran público desde hace más de 50 años, y en segundo lugar, y no por ello menos importante, por el consiguiente morbo que genera la vida de un personaje atormentado por un pasado sentimental salpicado de escándalos y de incontables romances con conocidas estrellas de Hollywood, pero que logró, sin embargo, que sus borrascosas experiencias, así como su infancia y juventud en los arrabales del gran New York, se convirtieran en un valioso material dramático para tejer sus propias películas.

Es un hecho inobjetable que ambos motivos convergen simultáneamente en la vida del cineasta y que su cine por lo tanto se ha visto irremediablemente condicionado por un rosario de sucesos personales que han invadido su ámbito estrictamente profesional hasta quedar virtualmente desdibujada la delgada línea roja que separa su obra creativa de su mundo privado.

De ahí que el libro, que ya ha alcanzado su quinta edición, recoja decenas de páginas centradas en el análisis y la autocrítica, en algunos casos, del propio autor sobre el papel que representaron sus diversas esposas o compañeras ocasionales en su convulsa biografía sentimental y la parte de responsabilidad que le corresponde como sujeto activo de aquellos episodios que tanta carnada ofrecieron a la prensa sensacionalista de medio mundo durante décadas, especialmente el del amargo contencioso con su hoy exmujer Mia Farrow y Roman Farrow, el hijo de ambos. Sus continuas confesiones al respecto lo dejan meridianamente claro en este libro ameno y clarificador: las consecuencias de cualquier fracaso personal nos conducen irremisiblemente a un estado de profunda melancolía. Y se infiere que de ese estado sólo se sale si sabemos convertir nuestra pesadumbre en pura materia de ficción.

Los nombres, entre otras, de Mia Farrow, Harlene Rosen, Louise Lasser, Diane Keaton y Soon-Yi Previn, mujeres que ocuparon espacios vitales en distintas fases de su vida y, en algunos casos, en el desarrollo de su propia trayectoria artística, se convierten en las protagonistas involuntarias de este espléndido volumen que tiene, además, el mérito adicional de servir de apoyo a cuantos intenten ahondar más en la extensa y compleja filmografía de este director que, desde hace más de cinco décadas, mantiene, año tras año, su cita puntual con el público. Más de 40 largometrajes que, en mayor o en menor medida, nos han proporcionado muchas horas de satisfacción ante las pantallas y motivos sobrados para encontrarle un sitial de honor en la historia grande del cine.

Recuerdo, como si fuera ayer, mi primer encuentro con la obra cinematográfica de Woody Allen, la otra, la que se desarrolló en el ámbito de los escenarios y de la TV, aunque igualmente brillante, solo la conocemos, naturalmente, por referencias estrictamente bibliográficas, aunque fue en ese entorno artístico, y de eso no hay nadie que albergue la menor duda, donde se fraguó realmente su enorme talento como comediante.

Sería con Toma el dinero y corre ( Take the Money and Run, 1969), su primer largometraje como director y coguionista tras más de diez años de monologuista, escritor de chistes y dramaturgo en compañía de las figuras más preclaras del show business estadounidense, algunas de las cuales le marcaron su fructífero recorrido por los terrenos de la comedia. Una declaración de principios donde se muestran casi todos los factores psicológicos y sociales que determinarán su propio estilo cinematográfico durante más de diez lustros de trayectoria como cineasta y algunos más como cómico en algunos de los locales nocturnos más prestigiosos de su país.

La película, sembrada de diálogos peripatéticos y de corrosivos guiños a la american way of life, dibujaba con palpable evidencia el perfil de un humorista con personalidad que intentaba ir mucho más allá de la propia comicidad para afrontar, siempre desde el ángulo del humor, la complejidad moral y existencial que esconde muchas veces el ejercicio sistemático de la ironía y de la observación caustica de las conductas sociales más rocambolescas e hilarantes. Su maestría, reconocida mucho tiempo después, comenzaba a cimentarse con fuerza y originalidad y, sobre todo, con una voluntad de estilo que le supondría el reconocimiento general de la crítica y la ascensión al pódium de los grandes humoristas que, como sus admirados Charles Chaplin, Buster Keaton, Groucho Marx, Jacques Tati o Bob Hope, ocupan en los anales del género.

Pero aquello no fue más que el esbozo de una larga carrera posterior que engendraría títulos tan encumbrados por la crítica y el público como La última noche de Boris Grushenko ( Love and Death, 1975), Annie Hall ( Annie Hall, 1977), Interiores ( Interiors, 1978), Manhattan ( Manhattan, 1979), La comedia sexual de una noche de verano ( A Midsummer Night´s Sex Comedy, 1982), La rosa púrpura del Cairo ( The Purpure Rose of Cairo, 1985), Delitos y faltas ( Crimes and Misdemeanors, 1989), Som bras y niebla ( Shadows and Fog, 1991), Maridos y mujeres ( Husbands and Wives, 1992), Misterioso asesinato en Manhattan ( Manhattan Mistery Murder, 1993) o Balas sobre Broadway ( Bullats Over Broadway, 1994) donde el humor y la parodia adquieren su propia carta de naturaleza.

En Toma el dinero y corre Allen afrontaba uno de los tantos dilemas éticos que atraviesan de norte a sur su provecta filmografía, aunque como todo trabajo iniciático se guardaba muy mucho de expresarse con la misma contundencia intelectual empleada en muchos de sus filmes posteriores.

"Yo quería, por encima de todo, volcarme profesionalmente en el cine, y eso es lo que hice con mi primera experiencia tras las cámaras", afirma el cineasta neoyorquino. La historia de Virgil Starkwell (W. Allen), el aspirante a músico que, por mor de sus desventurados cálculos personales acaba convertido en un vulgar delincuente, pretende dirigir sus pasos, pese a sus diversos desvaríos, hacia una comedia con acento documental, "pero no acabó de funcionar. Años después la fórmula sí funcionaría con Zelig ( Zelig, 1983), otro intento de fusionar la más pura ficción con el género documental". Allen lo reconoce con frecuencia a lo largo de las 440 páginas al mostrar los pros y los contras de nuestra existencia a través de la parodia, siempre que esta se someta sin titubeos al servicio exclusivo de los hechos en los que se inspira.

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