Poco se sabía de una obra que Juan Marsé escribió entre 1962 y 1963 por encargo de Ruedo Ibérico, la mítica editorial fundada por republicanos exiliados que mantenía la llama irredenta y la esperanza de una España democrática publicando en castellano libros tan necesarios como 'La guerra civil española' de Hugh Thomas y 'El laberinto español' de Gerald Brenan, que cruzaban clandestinamente la frontera y los libreros españoles vendían de tapadillo bajo el mostrador. ‘Viaje al sur’ (que ahora se publica con honores de estreno en Lumen y estará este jueves en librerías) se fraguó en la estancia que Marsé realizó en París, adonde le mandaron sus amigos, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, para que el escritor obrero -un animal exótico para la fauna de Bocaccio- se impregnara de cultura europea. Allí le pidieron una crónica que debía reflejar la España real en contraposición con la que difundía la muy mediatizada prensa franquista. El lugar a retratar fue Andalucía, símbolo reduccionista por entonces de todo lo español, donde años antes Juan Goytisolo se había inspirado (en Almería) para su 'Campos de Níjar'.

La obra, que nunca llegó a publicarse, se perdió y el propio Marsé no tenía un recuerdo claro de su calidad. Ruedo Ibérico, que pese a sus éxitos arrastró no pocos problemas económicos, recibió el original, que acabó olvidado en un cajón. Hubo varios esfuerzos infructuosos por recuperarlo, como la visita de la agente Carmen Balcells al Instituto Internacional de Historia Social en Amsterdam, entidad que acabó comprando los fondos de Ruedo Ibérico. Allí parecía no estar. Luego, en el 2012, Josep Maria Cuenca, autor de la excelente biografía del autor, encontró un esbozo del libro maldito que el editor Andreu Jaume se dispuso a preparar para su edición.

Manolo Reyes, el Pijoaparte

Fue entonces cuando Marsé extrajo de su memoria la pista definitiva: Pepe Martínez, el volátil editor de Ruedo Ibérico quiso cambiarle el titulo por -¡horror! ‘Andalucía, mon amour’. Así que un manuscrito de aquel archivo llamado 'Andalucía, perdido amor' de un tal Manolo Reyes, podía iluminar el caso. Y no solo iluminarlo. Era exactamente el manuscrito que Marsé había enviado bajo el seudónimo de Manolo Reyes, que no es otro que el verdadero nombre de un charnego del Carmelo que se enamoró de una niña bien y a quienes sus amigos conocían como Pijoaparte. “Marsé no recordaba haberlo enviado con seudónimo -cuenta Andreu Jaume-y le hizo gracia que aquel fuera el nombre elegido”. Y es que al mismo tiempo que iba escribiendo esta crónica también empezaba a caminar muy despacio la novela que lo catapultaría: ‘Últimas tardes con Teresa”.

Así que casi 60 años después de haberlo escrito, Marsé se enfrentó a un texto olvidado, lo leyó, le gustó y se mostró muy ilusionado con su aparición. “Estuvo sobre la edición del libro hasta el final. Incluso en el hospital se comunicó conmigo para puntualizarme un par de detalles”, cuenta su editor.

'Viaje al sur' no tiene nada que ver con cualquier cosa que haya escrito Marsé jamás. Entonces tenía 29 años, acababa de decir adiós a su trabajo en el taller de joyería donde estaba empleado desde los 15 y había tomado la decisión de dedicarse a la escritura. El viaje lo realizó con Antonio Pérez, un coleccionista de arte que conoció en Paris, y con el reportero gráfico Albert Guspi, que llegó a captar unas 100 imágenes que también y no sin problemas logró encontrar Andreu Jaume en el instituto holandés. “Las fotografías son muy valiosas y muy peligrosas porque entonces no se podían sacar libremente en espacios públicos. A lo largo del libro, recurrentemente Marsé, da cuenta de cómo Guspi saca su cámara y la guardia civil le obliga a enfundarla o les pregunta por los permisos oficiales”.

Chabolas y desarrollismo

El 29 de septiembre de 1962, el trío llegó a Sevilla, primera estación de un viaje que se prolongará por diversas ciudades y pueblos como Jeréz, Sanlúcar, El Puerto de Santa María, Cádiz, Rota, Torremolinos y Marbella, hasta llegar a Málaga el 26 de octubre. En Ronda conocen a Miguel Fernández Galán, a quien todos llaman el Chato, un chico de 16 años ocasional guía turístico que acabará prestando algunos rasgos biográficos al Pijoaparte, como el haber nacido en el palacio del marqués de Salvatierra y haber trabajado como maletero.

La idea de Marsé era contraponer lo que veía: miseria extrema en muchos casos como en Barbate (entonces Barbate de Franco) donde se situaba El Zapal, “uno de los espectáculos más miserables del chabolismo andaluz”; la insultante riqueza de Torremolinos, o el incipiente cosmopolitismo -“americanos, os recibimos con alegría”- de la base de Rota. Frente a eso, también contraponía titulares de prensa del momento que advertían la presencia de "todos los países del mundo" al Concilio Vaticano II excepto los pérfidos comunistas o predecían un mejor futuro económico español en aras del incipiente desarrollismo. “Eso sentaba la bases para la llegada del turismo y para que entrara la inversión extranjera. Para que todo los españoles se dispusieran a vivir lo que Jaime Gil de Biedma definió como una 'prosperidad sórdida'”, precisa Jaume.

Sin esperanzas

¿Por qué Pepe Martínez, editor de Ruedo Ibérico no se animó a publicar este libro? Marsé quedó convencido que fue por motivos económicos, pero lo cierto es que la editorial continuó su andadura hasta 1982. El editor tiene su propia teoría: “Tengo la sospecha de que el texto no le pareció suficientemente comprometido, y sí demasiado literario”. Y es que Marsé había tenido una militancia comunista muy breve y no demasiado rigurosa. “Ni siquiera llegó a recibir el carnet, a pesar de que Jorge Semprún le dijo que se lo haría llegar”. En muchas cartas, el escritor expresa sus reticencias frente a los militantes parisinos, convencidos de que la caída de la dictadura era inminente. “En el 62, muchos exiliados creían que los franquistas estaban haciendo la maletas. Eso no casaba con la versión de Marsé, que sí vivía en el país y comprobaba que la máxima aspiración de los trabajadores españoles entonces era hacer vacaciones, comprarse un 600 y que les dejaran en paz”. De ese pesimismo duro y realista está impregnada esta obra, semilla de la triste atmósfera que rodea a Teresa y el Pijoaparte, con las ilusiones reducidas a nada.

Algunos papeles póstumos más

A Juan Marsé le dio tiempo a poner en orden sus papeles antes de morir el pasado julio. No solo pudo editar este libro perdido sino que también corrigió un diario que llevó en el 2004 durante un año Estuvo poniéndolo a punto los últimos meses de su vida y es la respuesta a eso que tantas veces le preguntaron los periodistas: ¿Para cuándo sus memorias? El diario, que posiblemente lleve por título 'Apuntes para una autobiografía que nunca escribiré', tiene una ironia claramente marseana. Es de esperar que lo más íntimo del receloso escritor se encuente en esas páginas. Además la editorial Club Editor promete una versión en catalán de 'Esa puta tan distinguida'. 'Aquesta puta tan distingida' tendrá traducción de Martí Sales y será la primera vez que el autor se vierta a su lengua materna, porque siempre escribió en castellano.