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Píldoras de moralidad

Píldoras de moralidad

Las opiniones ante el efecto social del virus expandido como pandemia por el planeta son muchísimas, a favor y en contra, con negacionistas y con liberticidas. Oímos a especialistas como la doctora Roxana Bruno, especialista en inmunología, investigadora en el Instituto Max Planck alemán: "nos tratan como inmunoincompetentes incapaces de hacer frente a agentes patógenos con los que siempre hemos convivido, todos pasamos por cuadros respiratorios y lo vamos resolviendo... la curva de contagios no se correlaciona con la letalidad, el número de test que dan positivos no se correlaciona con el número de casos de neumonías bilaterales atípicas con coagulopatía que requieren internación, terapia intensiva y que es solamente un cinco por ciento de todos esos positivos. Es decir, el test de PCR es un test inespecífico que da reacciones cruzadas con otros coronavirus circulantes que son endémicos en esta época del año".

También oímos al biólogo Alberto Puig, funcionario de la Junta de Andalucía, que advierte de la relación estadística que hay que hacer respecto a los 85.000 contagiados, de los que 13.500 son de transmisión social y 1.800 por ocio nocturno, siendo que el 38 por cien de los contagios no tienen cadena de transmisión. Puig recomienda gestionar no solo la cadena de contagios con la higiene y precauciones oportunas sino también la salud física, mental, emocional y económica.

Oímos a Juan José Calaza, economista y matemático, que analiza que la tasa de letalidad del Covid19 es como máximo el 0,6 por ciento, y que a nivel desagregado mata más a las personas de más de 70 años el aislamiento en hospital que el virus. Se hizo famoso el doctor Luis de Benito, del Hospital El Escorial, que, en directo, en Televisión Española, desbarató la información dada por los medios acerca de los ingresos hospitalarios y la letalidad actual del virus en su segunda ola.

Pero a todos ellos se les oponen de forma radical otros médicos o especialistas, que virtualmente van a destrozar a los anteriores. Por ejemplo, el Colegio de Médicos de Cádiz o el Consejo de Colegios Médicos gallego, que no descartan llevar a la fiscalía y sancionar gravemente a los médicos que nieguen la validez de los test PCR, el uso de las mascarillas, la cuarentena o el rechazo de las vacunas. Podemos captar la intensidad con la que reaccionan estos médicos a no seguir los dictados que los responsables políticos ordenan en cada momento, poniendo como ejemplo al autoreferenciado médico de familia Juan Manuel J. M., Médico del Servicio Andaluz de Salud, colegiado en Málaga, que ha escrito una Carta Abierta a los Imbéciles, en la que dice: "Una mezcla infernal de terraplanistas, antivacunas, conspiranoicos, sectas satánicas, neonazis, adoradores de ovnis, hedonistas ácratas, fetichistas de los porros, ecologistas que no han visto jamás una gallina e imbéciles con pedigrí, pululan en todas las redes sociales instaurando una nueva religión que, mucho me temo, está calando más de lo que imaginaba en una población carente de cultura y liderazgo. Eso no es nuevo. Tarados los hubo siempre. Pero médicos y biólogos liderando imbéciles acientíficos y abjurando de la ciencia para adquirir una fama pasajera, eso nunca lo viví. Y nunca pensé que mis ojos lo verían. Y nunca creí que los Colegios de Médicos, o de Biólogos, giraran la cabeza hacia otra parte y no alzaran su voz contra el medievalismo. Que un grupo de 200 médicos se autodenomine Médicos Por la Verdad, ya es una ofensa gravísima para el resto de los médicos que ejercemos en España, que somos 160.000. Porque quiere decir, ni más ni menos, que los 159.800 médicos restantes que no estamos en la secta somos Médicos Por la Mentira. Y a mí no me llama mentiroso ningún hijo de la gran puta. Por mucho título que tenga", y sigue un listado de improperios de todo jaez.

Aun así, con los ánimos alterados de esta manera, disponemos, sin embargo, de una solución filosófica, la cual se le ha ocurrido a un filósofo nuevo, Parker Crutchfield, Profesor Asociado de ética médica, humanidades y derecho, en la Western Michigan University, y que ha publicado en The Conversation, una revista digital respaldada por las principales universidades del planeta (en España por CSIC, IE University, la Camilo José Cela, la de Alcalá, la del País Vasco, la de Nebrija, y la Politécnica de Madrid). En el texto, Píldoras de moralidad, agosto de 2020, Parker Crutchfield reconoce que COVID-19 es un riesgo colectivo, que amenaza a todos, y todos tenemos la obligación de cooperar, pero "cuando alguien decide no seguir las pautas de salud pública alrededor del coronavirus, está desertando del bien público... El comportamiento egoísta y autodestructivo socava la búsqueda de algo de lo que todo el mundo puede beneficiarse. Las reglas aplicables promulgadas democráticamente, que imponen cosas como las mascarillas y el distanciamiento social, podrían funcionar, si los desertores pudieran ser forzados a adherirse a ellas".

Aquí se puede adivinar la creativa solución del filósofo Crutchfield: "A mí me parece que el problema de los desertores del coronavirus podría resolverse con una mejora moral: al igual que recibir una vacuna para reforzar su sistema inmunitario, la gente podría tomar una sustancia para impulsar su comportamiento cooperativo y prosocial. ¿Podría una píldora psicoactiva ser la solución a la pandemia?". ¡Ja! ¡Voilà! Seguimos con Crutchfield, que nos emplaza a no abandonar toda esperanza, y nos apunta una solución, clara: "creo que la sociedad puede estar mejor, tanto a corto como a largo plazo, al aumentar, no la capacidad del cuerpo para luchar contra las enfermedades, sino la capacidad del cerebro para cooperar con los demás. ¿Qué pasa si los investigadores desarrollaran y entregaran un potenciador moral en lugar de un potenciador de la inmunidad? La mejora moral es el uso de sustancias para hacerte más moral. Las sustancias psicoactivas actúan sobre tu capacidad para razonar acerca de lo que es lo correcto, o tu capacidad para ser empático o altruista o cooperativo. Por ejemplo, la oxitocina, el químico que, entre otras cosas, puede inducir el trabajo de parto o aumentar el vínculo entre madre e hijo, puede hacer que una persona sea más empática y altruista, más donante y generosa. Lo mismo ocurre con la psilocibina, el componente activo de los hongos mágicos. Se ha demostrado que estas sustancias reducen el comportamiento agresivo en las personas con trastorno antisocial de la personalidad y mejoran la capacidad de los sociópatas para reconocer la emoción en los demás. Estas sustancias interactúan directamente con los fundamentos psicológicos del comportamiento moral; y otras que te hacen más racional también podrían ayudar. Entonces, tal vez, las personas que eligen ir sin mascarillas o burlarse de las pautas de distanciamiento social, entenderían mejor que todos, incluyéndolos, están mejor cuando contribuyen, y racionalizan que lo mejor es cooperar".

Entre las objeciones a encontrar, está la de que los que más necesitan ser drogados para que se pongan la mascarilla, valga la sinécdoque, serán los menos cooperadores, de donde "como algunos han argumentado, una solución sería hacer obligatoria la mejora moral o administrarla en secreto, tal vez a través del suministro de agua. Estas acciones requieren el pesaje de otros valores. ¿El bien de dosificar encubiertamente al público con una droga que cambiaría el comportamiento de las personas supera la autonomía de las personas para elegir si participar? ¿El bien asociado con el uso de una mascarilla supera la autonomía de un individuo para no usar una?". La exposición de la investigación filosófico-moral de Crutchfield termina aquí, pero es altamente prometedora. Diríamos que visionaria. Vamos hacia la salvación.

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