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ANÁLISIS

Millares y Padorno, por Amor de Dios

Juan Cruz visita la galería madrileña Leandro Navarro en compañía de la familia de los dos artistas con motivo de la inauguración de 'A la sombra del mar'

Elvireta Escobio, viuda de Manolo Millares; Leandro Navaro, galerista, y Josefina Betancor, viuda de Manolo Padorno, de ziquierda a derecha.

En un tiempo de infortunio, cuando mandaba en España el peor régimen posible, estos dos canarios fueron parte importante de la luz del arte y de la camaradería. Manolo Millares, Manuel Padorno. Tuvieron la suerte, y la luz, de Canarias, de la Playa de las Canteras, la inspiración que el sol y la tierra procuran a quienes saben mirar también las sombras. Y tuvieron la suerte de la familia, esa fortuna silenciosa que va construyendo en torno una sinfonía de exigencia y afectos. En el caso del mayor de los dos, los numerosos millares y la impar Elvireta Escobio, que hasta este tiempo procura para este Manolo el cuidado que precisa la delicadeza de una voz tan interior, tan potente. En el lado de Padorno, la importante presencia del hermano menor, Eugenio, poesía tan interior, tan inteligente, tan llena de luz hablando. Y, claro, Josefina Betancor que, como Elvireta, han sido amigos y amantes más allá del tiempo, prolongación de la piel, esencia del estímulo que un artista precisa, sea mimoso o no, de quien con él camina.

Ambos murieron ya, Manolo Millares se fue en agosto de 1972, un verano del que tengo el vivo recuerdo de la llamada de Pepe Abad anunciando esa noticia como golpeando en la cabeza y en la tierra, y Manuel Padorno se fue en mayo de 2002. La víspera había estado contando, por teléfono, tantos proyectos que parecía que tanto su voz como su mano como su pincel como todo iba a durar más allá del tiempo, pues su entusiasmo no tenía paredes.

Los dos tuvieron descendencia femenina, Eva y Coro fueron las hijas de Elvireta y Manolo Millares; al otro Manolo y a Josefina les nacieron Ana y Patricia. Eva vive en Australia y Coro está en Madrid, ocupándose con Elvireta del inmenso legado que dejó el padre. Ana Padorno vive en Las Palmas, cerca de Las Canteras y de Josefina, y en Madrid Patricia trabaja en la montaña (de arena, de sal) de obra que dejó sin clasificar padre tan prolífico, tan extraordinario. A Coro, a Ana y a Patricia las vi este viernes junto a sus madres, en memoria de sus padres, en un acto que revivió, para mi al menos, la era de oro de las artes que nacieron en el siglo XX de Canarias, en concreto al lado de la Playa de las Canteras. Junto a estos dos maestros cuya obra se celebraba a la vez, hermanadamente, había que señalar, de esa camada, otros que se fueron a la vez a Madrid a probar genio y suerte, como Martín Chirino, Alejandro Reino y Juan Hidalgo? Martín nos dejó hace nada, fue la espiral de una luz que también venía de la arena, y yo sentí este mediodía de viernes ese hueco reciente como un ojo que nos estuviera viendo desde la ausencia y desde la melancolía?

Pero allí estaban, con el galerista, Ignacio Navarro, con Juan Manuel Bonet, que ha juntado la vida y la estética de los dos Manolos en un texto memorable por su información y por su pasión insular, viniendo como viene de un madrileño que desde niño tiene el entusiasmo activo de saber de la creación isleña.

Tras el almuerzo al que tuvieron la gentileza de invitarme fuimos a la exposición que los junta y que el propio Bonet llamó A la sombra del mar? La galería Leandro Navarro está en un subsuelo luminoso del número 1 de la calle Amor de Dios. Es escenario de grandes exposiciones pasadas, y esta antología que junta a los dos manolos canarios será marcada sin duda no sólo como un reconocimiento sino como un toque de atención a los que en las islas aun no han sentido la necesidad de mirar a esa época con la generosidad de los que, como estos manolos, supieron en seguida que el arte de las islas pasa por la inspiración universal que tiene dentro el latido isleño.

Mientras veía la muestra, esas combinaciones en las que el poder de ambos se disputa hacer arte del grito o de la melancolía, me fijé en las dos hijas, Coro y Patricia, que han contribuido a buscar la materia prima que ahora está en las paredes. Y a cada una les pregunté lo mismo, qué sienten ante este acontecimiento. Me dijo Coro Millares, cuyo padre murió cuando ella tenía año y medio, que sentía "una intensa emoción? Cada vez que me enfrento a un nuevo proyecto de exposición aprovecho para recuperar una pieza del complejo rompecabezas que es para mí mi padre? Por circunstancias de la vida, en este momento gestiono yo su legado y tengo la oportunidad de tener en mis manos sus fotografías, cartas, escritos, que junto con los recuerdos de mi madre y las personas que le conocieron bien, me ayudan a comprender un poco mejor su esencia, las fortalezas y debilidades que se destilan en su obra. Esta exposición me ha permitido ahondar en esa intensa amistad que se mantuvo a lo largo de la vida de mi padre, y aun después con mi madre hasta el fallecimiento de Padorno. En un momento en el que estamos desbordados por la información, la existencia de apenas una decena de cartas y unas cuantas fotografías me cuentan mucho más que cientos de correos electrónicos y fotografías digitales. ¿Qué veo en ellas? Una complicidad envidiable y ganas de cambiarlo todo".

Y esto me dijo Patricia Padorno, que tituló su respuesta El asombro de vivir: "La intensidad creativa de dos amigos de juventud, Manolo y Manuel, uno ´obsesionado por el sufrimiento y el absurdo humanos`, el otro con ´desvelar el mundo exterior (?) fundamentado principalmente en el tema de la luz y el mar`, se percibe nada más entrar en la galería. Colocar ahí, en el primer espacio, cuatro impresionantes Nómadas urbanos y, de frente, una imponente arpillera te introduce de lleno en este mundo tan especial de estos dos artistas, que soñaban con cambiar el mundo, cada uno a su manera. A continuación, dibujos sobre papel, más cercanos al momento social que estaban viviendo, acompañados de documentos y fotografías de los proyectos comunes en que se enfrascaban. Al fondo, emocionantes obras, donde la gran paloma de Millares sobrevuela las elegantes ciudades ideales, pompeyanas, de Padorno. Impactantes blancos, negros, grises, rojos, rasgaduras y cuerdas junto a delicados azules, tierras, rosas y verdes, en perfecta armonía y complicidad. El asombro de vivir a la sombra del mar".

Decir más que ellas es un atrevimiento. La exposición es un abrazo emocionante, una lección de métrica esencial de la poesía que hay dentro de estos dos personajes que vieron por dentro la luz de las islas.

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