Kepa Junkera (Bilbao, 1965) hace un hueco en la grabación de su próximo trabajo discográfico para compartir un fin de semana en la cumbre grancanaria, con músicos y amigos, en Una noche en Artenara. Un vasco que hizo grandes amigos en Canarias como el fallecido José Antonio Ramos, impulsor de este encuentro, o el también timplista Benito Cabrera.

- ¿Con qué formato musical acude a la cita cumbrera?

- En acústico, con dos percusionistas y la ilusión de llevar el sonido de la txalaparta al interior de Gran Canaria. Es un instrumento que transmite muchas emociones, y por tanto muy adecuado para que suene en un lugar como Artenara. El día anterior estaré terminando de grabar un disco con la Orquesta Sinfónica de Euskadi, así que llegaré calentito: prácticamente de la sede de la Sinfónica doy el salto a Artenara.

- El concierto del próximo sábado supone su regreso a un festival muy asociado a la figura de José Antonio Ramos. ¿Cómo se refleja su ausencia?

- Se me hace extraño. José Antonio para mí no es un músico con el que he colaborado sin más: es un amigo y eso se refleja al actuar. Era una persona con muchísimas ganas de hacer cosas, colaboraciones, creaciones, el tema de su escuela, este mismo festival o la experimentación con nuevas tecnologías. Era un creador generoso que compartía la cultura que iba encontrando en sus viajes. Me siento muy agradecido de participar en algo que yo creo que ya va más allá del aspecto meramente musical. Con Mestisay y Yone seguro que conseguimos transmitir ese sentimiento.

- Usted participó en un homenaje a José Antonio Ramos que se convirtió en un All Stars de la música popular internacional. ¿Otra muestra del hermanamiento intercultural?

- Cuando me ofrecieron participar, ni me lo pensé. Para un vasco, en momentos difíciles como los que hemos vivido, conocer otras culturas tan amables como la canaria ha venido muy bien. Ese agradecimiento lo demostré con ese concierto, pero también lo he querido plasmar en mis trabajos invitando a Benito Cabrera o José Antonio Ramos a participar en ellos.

- ¿Cómo se está viviendo, a pie de calle, el proceso de normalización de Euskadi?

- En general, la gente está muy ilusionada, mirando con cautela pero ilusionada. Creo que en esto no hay perdedores ni ganadores sino que, si no superamos la situación, al final todos perdemos. Las nuevas generaciones se merecen otro escenario social diferente: van a tener que afrontar otros problemas con todo lo que nos viene encima y sería positivo que estuvieran un poco más liberadas de toda esta tensión añadida.

- El folk vivió la pasada década un empuje que lo hizo trascender de lo local a lo global ¿La falta de medios lo conduce de nuevo al localismo?

- Yo creo que la música popular estaba muy enraizada, en contacto con el mundo de las danzas y cantos populares, centrada muy en lo local. Surgió una generación que unió el amor a esa expresión popular con el conocimiento de otras formas culturales y eso supuso una gran revolución. Ahora vivimos un momento de asentamiento, de conocer cada cual dónde está su sitio dentro de este panorama.

- ¿El género queda pues definitivamente asentado en la escena independiente?

- Estas músicas son artesanales, hay que ganarse al público casi de uno en uno, no en grandes festivales masivos y por tanto no tenemos que figurar obligatoriamente en esos espacios. Eso permite una libertad creativa que a lo mejor un grupo más estándar no puede tener.

- Su trayectoria es ejemplo de ello.

- Y la de José Antonio también; lo mismo hacía un tema con Bela Fleck que otro conmigo, con instrumento tradicional o con timple midi. Que una orquesta sinfónica me haya abierto las puertas de su casa yo creo que es un síntoma importante de esta normalidad que antes no existía. En el mundo del jazz pasa algo parecido: noto que los músicos ya nos tratan de igual a igual.

- Ordorika, Itoiz, Alaitz eta Maider, Maixa ta Itziar, Jabier Muguruza... por citar algunos nombres de distintas generaciones de la música popular vasca. ¿Cuál es el estado de salud del folk en su tierra?

- Existe un relevo generacional. En Euskadi la música popular se entiende y se respeta bastante; aunque claro que hay que luchar contra la globalización y sus efectos. Al explicarles a los jóvenes que por mucho que lleve años en esto cada día debo pelearlo de nuevo, plaza por plaza y en cada concierto, algunos lo consideran algo demasiado pesado. Pero, a pesar de estas dudas, mantienen viva la llama. Yo en su día tuve elegí dedicarme plenamente a la trikitixa y bueno, no me ha ido mal hasta ahora. Pero es una decisión personal muy difícil, que debe tomar cada cual. Vivir de la música no es fácil.

- ¿La música de autor vive entonces la misma crisis que la industria cultural comercial?

- Son momentos duros, pero se siguen haciendo cosas interesantes. Hay que intentar sacar lo más positivo de cada momento que nos toca vivir; por mi parte, voy a seguir peleando como he hecho siempre. Antes, al recibir una oferta te podías permitir decir que no era el momento, que no estabas inspirado. Ahora hay que tener una inspiración constante. Es en estas situaciones cuando se sabe quién tiene el carácter y las ganas de luchar para salir adelante.