El 14 de enero de 1990. Amparo Muñoz y su tercer marido, Víctor Rubio, se despiertan en una habitación del Hotel Málaga Palacio. Alguien les avisa: deben leer la portada del diario Ya. Lo hacen; Rosa Villacastín escribe: "El sida pone a Amparo Muñoz al borde de la muerte". La miss Universo -en realidad exmiss por decisión propia, por singularidad y cabezonería- se echa a llorar. La prensa, que había documentado con pelos y señales sus desvíos de la autovía del éxito por las carreteras secundarias de la droga, la había matado en vida. Pocos días después, Francisco Umbral escribió un texto, La bella que nunca existió: "Siempre la respetaremos por su obstinada y quebradiza voluntad de encontrarse", rezaban unas palabras sentidas pero de obituario en vida, al fin y al cabo. Fue la primera de las muchas muertes que Amparo Muñoz sufrió a lo largo de sus muchas vidas; todas acabaron el 28 de febrero de 2011, cuando la veleña falleció en su domicilio de Málaga.

La menor de seis hijos, nacida en una familia humilde formada por un forjador y un ama de casa, tuvo siempre en la belleza su don y su maldición. "La gente se volvía para mirarme", recordaba, que se veía a sí misma entonces como una adolescente "solitaria, tímida y bastante mona, más que guapa", un autorretrato que ha producido infinitas vidas tortuosas en el mundo del espectáculo. Su rostro fresco y su desparpajo la condujeron a Almacenes Mérida, donde, con 17 años, ejerció como dependienta -el destino laboral de las mujeres de la época-: cuentan los que la conocían que los potenciales compradores, atraídos por la belleza de Amparito, casi la trataban más como uno de los maniquíes del escaparate que como una vendedora. Algo similar le ocurrió cuando, siendo secretaria de una empresa de publicidad, terminó convertida, por su belleza, en el propio producto: animada por los clientes de la agencia de marketing, se presentó a Miss Costa del Sol. Y ganó. Y fue aupada a Miss España en 1973. Aquella chica de provincias, sin 'padrino' conocido, se impuso a la gran favorita, Miss Madrid, Purificación Martín Aguilera, más conocida como Norma Duval -años más tarde, en sus memorias La vida es el precio, la malagueña se despachó: "La Duval iba a por todas. Hoy habrían dicho de ella que era un travesti. Nos sacaba la cabeza a todas las concursantes, era muy alta y tenía las manos y los pies grandes"-. Curioso comprobar, con el tiempo, lo diferentes que resultaron los destinos de la ganadora y la derrotada del certamen.

Muñoz era una belleza frágil pero magnética: su amplia sonrisa era el gran sostén de un armazón que podría ser considerado entonces quizás demasiado flaco, 84-56-84. Tenía la hermosura de un amanecer, limpia, prometedora. Pocos meses después, en Manila, se hizo diosa, ganó Miss Universo, pero también se golpeó al caer a la tierra: "Después de treinta años, todavía recuerdo con terror mi experiencia como Miss Universo. Tanto que aprendí a dormir sentada: tumbada en la cama daba una cabezada durante una o dos horas y enseguida volvía el pánico a todo lo que me estaba ocurriendo, a todo lo que veía en sueños". No se sabe lo que Amparo veía en sueños pero sí en su realidad; lo contó ella misma en sus memorias: "La miss filipina tenía demasiado desparpajo. Una noche me invitó a una fiesta en un piso superior del hotel (?) Al llegar a la sala, me encontré que la fiesta era especial: hombres y mujeres bailaban en el centro de la pista; alrededor, en divanes, grupos de dos, tres y hasta más personas se abrazaban y besaban. Era una auténtica bacanal". Por no hablar de las propuestas de entrar en el mundo de la prostitución: dinero amplio y fácil a cambio de escasos escrúpulos. Todas ellas invitaciones provenientes de las altas esferas, como reveló Amparo. Pero la malagueña dijo "no". Harta de ser adorno y muñeca, hizo todo lo posible para que la despojaran, a los seis meses, de su corona de Miss Universo. Renunció y se fue. La primera huida de una vida marcada por las escapadas.

Quería definir las reglas de su propio juego, reconducir su carrera hacia el cine, su verdadera gran pasión desde que una vez se saltara una clase para asistir, en el difunto cine Astoria, a la proyección de Un hombre llamado caballo. José Luis Dibildos, uno de los grandes hombres de cine de la época fue otro de tantos que quedó pegado al televisor cuando en el certamen de Miss Mundo la sonrisa de Amparo Muñoz logró apagar las grises frustraciones de la España de 1973; Antonio Asensio, el desaparecido mandamás del Grupo Zeta, fue otro de los hechizados. De pasar el tiempo con cuasi adolescentes enseñadas a satisfacer los caprichos de empresarios en números rojos en cuanto a moral, la joven viajó al microcosmos de los rodajes, con actores y directores como Ana Belén, José Sacristán y muchos otros.

Conoció en un set a Patxi Andión, el hombre al que más quiso y más odió: "Era muy atractivo, vestía como muy de pueblo, con el pantalón de pana y la camisa a cuadros. Yo quería un compañero, un hombre bueno como mi padre", escribió en La vida es el precio. Se casaron, a pesar de los consejos en contra de amigos y familiares. Cuenta Amparo que Andión la anuló como mujer, persona y actriz. Le terminó llamando 'El Triste'. Y narra un duro hecho: "El embarazo no llegó al cuarto mes. Los primeros dolores se presentaron una noche. Como estábamos enfadados, no le dije nada. Cuando a mediodía no pude aguantar más, nadie me hizo caso. Al tercer día, no había forma de controlar la hemorragia. Intentaba no quejarme. Pensaba que si me hacía la fuerte, tal vez podría salvar al niño. Patxi, por supuesto, no estaba en casa". Fue el primero de los dos abortos que le impidieron la maternidad, uno de sus grandes deseos.

Drogas

Su segunda huida de todo y todos llevó a Amparo Muñoz a México, donde conoció al anticuario chileno Flavio Labarca, un hombre que en aquella época se amoldaba perfectamente al rol del 'bon vivant'. Llegó la vida loca, de oropel -se casaron en Bali, un matrimonio sin validez en España que sirvió para que cobraran una exclusiva-, de coches despampanantes en barrios poco recomendables... Y la diosa se hizo heroína. "Durante un paseo al atardecer por el puerto de Venecia, Flavio se detuvo junto a un barco. Extendió una mezcla de heroína y cocaína sobre la lona que lo cubría. 'No seas tonta, prúebala. No te va a pasar nada. Verás lo bien que te sientes', me dijo", evocó la actriz en sus memorias. Y se sintió bien, demasiado bien. "Flavio me inició en la droga, pero uno se mete en eso porque quiere", zanjó años después Amparo Muñoz, siempre reticente a que la trataran como una muñeca incluso en los momentos en que hacerse pasar por ella le habría eximido de muchas de las responsabilidades de sus desatinos.

Juntos, Flavio y Amparo buscaron fortuna en Manila, la pesadilla de la exmiss, sí, pero también una puerta a la prosperidad: la malagueña seguía siendo allí, un país donde los certámenes de belleza son tan seguidos como aquí el fútbol, un icono, especialmente entre la comunidad gay, que tuvo en la Muñoz un ejemplo del I will survive -triunfadora en sus propios términos, alejada de los cánones de mujer florero- tan del gusto de los homosexuales; de hecho, Amparo dijo que entonces bastantes gays le propusieron tener relaciones y hasta engendrar un hijo con ella. Muñoz se separó de Flavio, del que no le quedó más marca y seña que la adicción a las drogas.

En 1987 una redada programada en un supermercado de la droga barcelonés terminó con un titular más del corazón que de la sección de sucesos de los periódicos: Amparo Muñoz, detenida mientras trataba de comprar su dosis de heroína. La leyenda negra había comenzado tiempo antes: Amparo caminando peligrosa y confusamente en el balcón de un hotel, Amparo enzarzada en una pelea física con la compañera de un reparto, Amparo demandada por una productora por incumplimiento profesional, Amparo víctima de una paliza en un ajuste de cuentes... Pero el arresto en Barcelona fue su tumba pública en una sociedad como la española en la que los padres le ponían en el vídeo a sus hijos las películas de El pico para que advertirles de los truculentos peligros del caballo.

Cambió la heroína por la cocaína, pero nada cambió. Ya no sonaba su teléfono, y si lo hacía era algún periodista que quería saber de sus experiencias más truculentas. Ella no se negó a entrar en la pista central del circo y protagonizó escenas catódicas lamentables como el enfrentamiento entre Víctor Rubio, su pareja de entonces, y el cronista Jesús Mariñas a costa de los infundios del sida. Hasta que un joven director debutante, Fernando León de Aranoa, se puso en contacto con ella en 1996 para ofrecerle un papel en Familia, la historia de un maduro solitario que contrata a un grupo de actores para que ejerzan de su familia el día de su cumpleaños -o sea, un hombre que busca un paraíso artificial familiar-. En realidad, a León de Aranoa le fue sugerida la participación de Muñoz por su productor, Elías Querejeta, con quien la malagueña colaboró y tuvo una relación sentimental años antes. Posiblemente, uno de los pocos hombres que salieron con elegancia y dejando buenos recuerdos y experiencias. El más cercano a su padre, su gran modelo, dijo una vez.

El realizador de Barrio y Princesas recordó años después su trabajo junto a Amparo: "Lo que más me gusta de ella es su naturalidad. Con su mirada puede ser muy dulce y muy dura; tiene una mezcla de fuerza y fragilidad, puede ser tan bestia y tan protegible a la vez... Es la bomba, la actriz más profesional con la que he trabajado". La malagueña cuajó un notable papel, beneficiado por una belleza madura y serena. Parecía que iba a destruirse su fama de actriz errática y problemática, parecía que iba a ser la gran resurrección artística de la temporada... Pero el teléfono no volvió a sonar demasiado y cuando lo hacía las ofertas le parecían insultos.

Y más huidas. Su relación con el fotógrafo Daniel Tortajada la llevó a un pueblecito de menos de mil habitantes de Valencia, Petrés. Terminó su 'affaire' pero siguió en la localidad. Al poco tiempo de su 'exilio' valenciano, regresó a Málaga. Fue su última huida: "Vengo aquí a morir", dijo. Sus problemas cerebrales, que arrastraba desde que varios aneurismas le descubrieran una malformidad en su cerebelo, estaban acabando con ella y se recluyó en casa, de donde no podía pero tampoco quería salir. Tenía que quedarse largas temporadas postrada en la cama -cualquier movimiento podría precipitarla hacia la muerte- y, cuando podía salir a la calle, lo hacía con vergüenza: "Tenía miedo de que la gente me mirara y me viera cómo estaba", recordó en una entrevista del 2005. La que fue mujer más bella del universo terminó sufriendo por el papel que le había endosado la sociedad: el de juguete roto.

Enero de 2011: "Preocupación por el estado de Amparo Muñoz", se escuchaba en Antena 3. Unas imágenes de la actriz y modelo a su entrada y salida del Hospital Carlos Haya, al que acudía con asiduidad, y los sucesivos programas recordando su azarosa existencia -con testimonio del chileno Flavio Labarca incluido- tuvieron casi el mismo efecto que aquella portada de Ya.

Ya no pudo contrarrestarlo con una exclusiva en ¡Hola! -"Como veis, no me estoy muriendo", decía desafiante desde la portada- o La máquina de la verdad, la estrategia que diseñó para acallar los rumores sobre el sida pero que terminó deteriorando aún más su imagen pública. Pero lo intentó: cuenta un amigo de la actriz y modelo, que prefiere permanecer en el anonimato, que preparaba su aparición en DEC, programa del corazón de Antena 3, y que negociaba otra exclusiva con la 'biblia' de lo rosa. Proyectos muy poco probables: los testigos de sus últimos días hablan de que Amparo apenas podía caminar y que no se le entendía casi ni palabra de lo que pronunciaba.

Sus amigos prefieren recordar a Amparo Muñoz en su última aparición pública, una de las noches más felices de su vida. Archidona Cinema le brindó el primer y único homenaje estrictamente fílmico a una actriz con más de cuarenta películas en su haber y que había rodado a las órdenes de Carlos Saura, Vicente Aranda, Fernando León de Aranoa... "Cuando la llamamos, se puso muy contenta -comenta Francisco Javier Toro, organizador del certamen- Al principio no se lo creía y temía que el acto se convirtiese en un regreso al punto de mira de la prensa del corazón". Toro recuerda a una Amparo deslumbrante: "Estaba radiante. Nos dijo que hacía mucho tiempo que no se sentía tan feliz". Le había emocionado el poema que recitó para ella el escritor Joaquín Pérez de Azaústre: "Ella no fue condesa, pero sí caminó / descalza por la lumbre de la vida / hasta curtir las plantas de sus pies / con una geografía de cortes invisibles. / En ese itinerario dibujando el alambre / habría de macerar la mejor biografía: / la de una reconquista, la de una resistencia / poder reconocerse otra vez en sí misma". Pero, sobre todo, el responsable del festival recuerda las palabras con las que terminó su discurso: "El cine es la más maravillosa de las mentiras".

Como también lo es la belleza. Una vez dijo Amparo Muñoz: "En ocasiones la belleza me ha salvado, como cuando pasaba un mal momento y me ofrecieron la portada de Interviú, pero otras veces he deseado rajarme la cara".