Este Réquiem de Mozart que inaugura la música de Semana Santa en todo el archipiélago merece los grandes auditorios. Los templos parroquiales le quedan chicos por la entidad del conjunto sinfónico-coral y sobre todo la excelencia del trabajo interpretativo de Gregorio Gutiérrez al frente de la Orquesta Sinfónica y el Coro del Conservatorio Superior de Música de Canarias, formados por estudiantes de las sedes de Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de Tenerife. Ni la condición académica ni la doble procedencia -que imponen el encuentro esporádico, sin estabilidad del trabajo común- deben inhibir la valoración musical objetiva, que llega a cotas muy altas y en algunos aspectos mejores que las profesionales. Los coros son preparados por la gran directora Carmen Cruz en Tenerife y por la joven experta Nikoleta Popova en Las Palmas. Una vez reunidos, la sensibilidad del maestro Gutiérrez concreta el "acabado" del canto colectivo en perfecta fusión con la parte instrumental.

Llena a rebosar la iglesia veguetera de Santo Domingo, y siendo muchos los frustrados oyentes que dieron la vuelta al no poder entrar, se hizo muy notoria la falta del espacio adecuado, bien el auditorio Alfredo Kraus, bien el teatro Pérez Galdós. Es triste que una producción de este nivel se agote en la llamarada efímera de una mañana dominguera, sin desplegar cumplidamente su formidable potencial. El Gobierno de Canarias ha estado bien apoyando el Encuentro, pero sus responsables y los de las instituciones colaboradoras denotan un vuelo alicorto confinando el acontecimiento en espacios impropios.

Porque Mozart sonó glorioso, hay que decirlo, y sus jóvenes intérpretes desbordaron de vocación, entrega y naturalidad con una batuta de gran clase que hace aflorar la música en infrecuentes condiciones de seguridad y sosiego. Fue una de esas ocasiones en que todo se confabula para entusiasmar a los oyentes: el buen empaste de los arcos, la precisión de maderas, metales y timbal con baquetas dieciochescas y, sobre todo, la admirable coralidad de un colectivo muy equilibrado de voces jóvenes que se osmotiza con los instrumentos hasta conseguir en cada intervención el color y acento idóneos, sea por la exactitud de entonación y tempo de los fugados, sea por la equilibrada proporción de la armonía vertical; la contundencia exclamativa o las tiernas vocalizaciones pianísimo; la objetividad de la secuencia litúrgica o el intimismo de las pequeñas glosas...

Emocionante, en una palabra, este Requiem juvenil preparado por buenísimos profesionales y proyectado por el director a la altura en que se desdibuja la frontera de lo académico y lo profesional. Es duro aceptar la "única vez" cuando tantos canarios deberían deleitarse con la obra maestra así presentada y constatar el grado de coherente belleza que el genius loci de los isleños -precisamente el musical- es capaz de alcanzar, estimulado en este caso por dos magníficas maestras de coro e inspirado por el saber, la técnica y el corazón de un maestro como Gregorio Gutiérrez, talento increíblemente infrautilizado. Mejor no especular, para no deprimirnos, con lo que otras autonomías hacen por artistas de análogo standing. Es otro concepto, el más sano, del "prestigio nacional".

En la matiné dominical sonaron a plena satisfacción las voces solistas de la extraordinaria soprano tinerfeña Carmen Acosta y la generosa mezzo Ana Häsler, de ancho y cálido timbre; el brillante tenor Javier Tomé y el muy experto barítono Iñaki Fresán. Con el orgullo de haber gozado del núcleo mismo del tesoro de nuestro Conservatorio Superior, reiteramos la pregunta: ¿es aún posible llevar esta joya a los espacios idóneos?