Se subirán al escenario vestidos de etiqueta, abriendo la partitura con la solemnidad con que abre el menú un maitre de cinco tenedores, y señalarán: "Vuelve Mastropiero... más tropiero que nunca". O bien, llegarán a esta quintaesencia incontestable: "Cualquier tiempo pasado fue anterior". O, en fin, rematarán con esta perla: "La pereza es la madre de todos los vicios y como madre hay que respetarla"... Las sutiles paradojas, los lapsos lingüísticos y las expresiones de doble vínculo son la base el humor de la heterodoxia luthieriana.

Como sostiene Marcos Mundstock, cuya visible calvorota y portentosa voz declamatoria lo convierten en una suerte de Big Brother y maestro de ceremonias, "la esencia de nuestro espectáculo es siempre la misma; una representación de algo en la cual pasan cosas que no deberían pasar, una serie de accidentes respecto a un supuesto guión inicial, que es el que nunca lograríamos representar". Tanto Mundstock como Daniel Rabinovich -con cuyos bigotes de mexicano perplejo y prodigiosa habilidad para tocar las cuerdas de su propia garganta, funciona, muchas veces, como el torpe contrapunto de las cautelas del personaje de Mundstock- son autores de libros "serios", que nada tienen que ver con el humor, y que, por eso mismo, les ha costado Dios y ayuda promocionar. Rabinovich tuvo que llamar al suyo, directamente, Cuentos en serio, y Mundstock es autor del ensayo Los humoristas y el psicoanálisis.

Aunque reconoce que, como buenos bonaerenses ilustrados, los cinco miembros del grupo han coqueteado con el psicoanálisis, afirma que "no conviene cargar las tintas sobre una interpretación psicoanalítica de nuestro humor". Ese que, ataviado de un cierto refinamiento cultural, arremete contra el refinamiento cultural, y que, aun siendo tan mordaz, levita todo el tiempo entre guantes blancos, y se viste de gala para subrayar la irreverencia.

Cuando se le pregunta sobre los rótulos peyorativos que, a menudo, recaen sobre los "porteños", Mundstock advierte que "es tan exacerbado como decir del marinero que se emborracha y se pelea en la cantina". "Otra cosa distinta", agrega, "es que, ciertamente, el avisparse esté en la esencia del exiliado; y no hay que olvidar, desde luego, que un argentino que emigra de su país, huyendo cuando menos de una economía desquiciada, está emigrando de un lugar en el que previamente ha sido un inmigrante".