Igual es mucho pedir, pero si el espectador hace oídos sordos a los comentarios que relacionan la última película del cineasta canario Mateo Gil con Dos hombres y un destino de George Roy Hill, puede disfrutar de un buen western a contracorriente. Blackthorn, sin destino, que se presentó fuera de concurso en el pasado Festival Internacional de Cine de Las Palmas, cuenta, o mejor ilustra, la historia de los últimos días del legendario forajido Butch Cassidy, apoyándose en leyendas de la época que aseguraban que Cassidy no murió con su compañero Sundance Kid en 1908, sino que escapó de la emboscada y vivió escondido lejos del mundanal ruido bajo el nombre de James Blackthorn.

Como en otros westerns crepusculares, como La balada de Cable Hogue de Sam Peckinpah -cuya similitud se encarga de realzar la fotografía de Juan Ruiz Anchía-, se trata de enfrentar dos mundos distintos: el de los viejos y los nuevos tiempos. Ambientada en un lugar indeterminado del altiplano boliviano, Blackthorn, sin destino imagina la vida de Cassidy (impresionante Sam Shepard) veinte años después de su muerte. La historia con tener su miga es nimia. Su escenario es un pequeño pueblo minero, remanso de quietud, hasta que un día Cassidy/Blackthorn se cruza con un joven ingeniero español (Eduardo Noriega) que acaba de robar la mina en la que trabaja y que pertenece al empresario más importante de Bolivia.

El quid de la película reside en plasmar el enfrentamiento entre tradición y modernidad, entre lo viejo y lo nuevo, entre pasado y presente. Gil subraya el vacío esencial del legendario forajido frente a la desesperación vital del joven ingeniero, contrasta la miseria y materialismo urbanos con el concepto místico de la existencia y, por el camino, utiliza con maestría el formato panorámico para realizar bellas imágenes que rezuman poesía, con variedad de métrica. Es precisamente esto último lo que nos recuerda el principal escollo de la película: Blackthorn, sin destino es un filme ensimismado, seco, duro, como el catre de un anacoreta, que te fuerza a seguir a sus personajes, pero sin dejarte acercarte nunca a ellos.

Esto no quiere decir que Blackthorn, sin destino no sea una película arriesgada, al contrario. Gil se acerca al western sin miedo y sin falsos respetos, buscando la inspiración visual directamente en el universo hollywoodiense y la inspiración narrativa en las páginas de Pedro Páramo -un proyecto comenzado y aplazado innumerables veces en los últimos años-, donde es imposible establecer de un modo definitivo dónde está la línea de demarcación entre los muertos y los vivos. Lo que aquí se cuenta, no está muy lejos de la novela de Juan Rulfo.