La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Festival de San Sebastián

Ser feliz con una pantalla, el tamaño importa

La primera serie de Luca Guadagnino es una lección de virtuosismo e hipersensibilidad | Decepciona ‘Nomadland’, triunfadora en Venecia

Ser feliz con una pantalla, el tamaño importa

A una pantalla le puedes declarar tu amor, pero solo cuando está apagada, cuando está encendida es ella la que te escribe los poemas a ti. Debe ser una pantalla blanca, es decir, de cine, y lo más grande posible. Blanca porque así están las páginas cuando te sientas a crear. Y gigantes, si puede ser, porque quien rodó lo hizo pensando en cada centímetro cuadrado de su superficie, igual que el buen amante hace con la de su pareja. “Enjoy the film!”, suelen decir los norteamericanos. Una película puede disfrutarse igual que el amor.

We Are Who We Are, en Sección Oficial fuera de concurso, es una serie de ocho episodios del italiano Luca Guadagnino para la plataforma HBO que es un extensísimo poema sobre la adolescencia, la edad de todas las incertidumbres e incertezas (como en este tiempo de pandemia), cuando las cosas se deciden al asalto sin responsabilidad pero no irresponsablemente. Pude ver los cuatro primeros capítulos en una sesión de tres horas y media. Mientras más tiempo dure la proyección, si la película es buena, más te adentras en un estado de extraña hipnosis. Da gusto ver así obras audiovisuales para adultos que son películas interminables.

El protagonista de We Are Who We Are es Fraser, el hijo raruno de la nueva general de una base norteamericana del norte de Italia, casada con una enfermera militar. Estamos en el final de la presidencia de Obama, una improbable alternativa llamada Donald Trump arenga en sus mítines: “¡Haremos Ámerica grande otra vez!”.

Hacer una serie sobre adolescentes de hoy, tan expuestos, adelantados y machacados por Internet y la tecnología, abordándolos con el respeto solemne que profesa Guadagnino, es un acto de enorme generosidad. El director de la aclamada Call Me by Your Name (2017) moldea con virtuosismo los tiempos de la historia. Podría ser que la serie descalabre a partir del quinto capítulo. No creo. Los primeros cuatro son una lección de hipersensibilidad cinematográfica que debe verse en la pantalla más grande posible.

La mexicana ‘Nuevo orden’, de Michel Franco, tiene momentos de impactante brutalidad que provocan giros imprevistos que te sellan como con La Gotita a la butaca

decoration

“Una película es buena cuando no te das cuenta de que llevas la mascarilla puesta”, afirmó hace poco la guionista Laura Martel en este mismo periódico. En la franco mexicana Nuevo orden ocurre el milagro. La dirige Michel Franco, miembro este año del jurado oficial. Narra el momento de un brusco cambio de régimen político en México y sus consecuencias en una familia de la alta burguesía. El filme tiene momentos de impactante brutalidad que provocan giros imprevistos que te sellan como con La Gotita a la butaca. Ganó el Gran Premio del Jurado del pasado festival de Venecia y se exhibe aquí en la sección Perlas.

Falso documental

My Mexican Bretzel (Nuria Giménez), en la sección Made in Spain, es un falso documental montado con las imágenes que la directora encontró en el sótano de su abuelo, llevaban 40 años ocultas. La propuesta, ópera prima de Giménez, ha sido inventarse el diario de una tal Vivian Barret, personaje ficticio. El filme se construye sobre la frase “la mentira es otra forma de contar la verdad” y señala las cada vez más difusas distancias entre realidad y ficción, tema central del documental contemporáneo.

Las imágenes familiares, filmadas por el abuelo entre los años 40 y 60 del siglo pasado, son fantásticas. Pero lo mejor es la inteligentísima inventiva de la directora, que hace creíbles disparates como el del anciano de una isla de la Polinesia que murió sin ver el mar o pronuncia sentencias geniales, en nombre de un supuesto maharishi hindi, como esta: “Dios también duda a veces de tu existencia”. El único pero de la película es que, para tender mejor la trampa, los textos del diario aparecen solo subtitulados y buena parte del metraje transcurre en silencio, así que no es recomendable verla después de una comida copiosa a la hora de la siesta.

La expectación para ver el último León de Oro del festival de Venecia era tan grande como lo fue la decepción. Nomadland, dirigida por Chloé Zhao, producida y protagonizada por la actriz Frances McDormand, narra los tiempos de luto de una viuda de vida precaria cuyo hogar es una caravana. Hay cada vez más gente así en Estados Unidos, lo mismo desposeídos que militantes antisistema, gentes que se ayudan los unos a los otros firmemente decididos a dejar atrás lo que ha sido toda una vida como mulos de carga del capitalismo.

El filme mezcla protesta social y drama personal. La idea del viaje nómada en parajes del lejano oeste como alegoría del ser estadounidense es interesantísima, pero el relato se alarga en su metraje y, sobre todo, abusa inexplicablemente de una música que aporta una dosis extra de cargante melancolía.

Frances McDormand está excelente en el papel de Fern, pero eso no es novedad. Y tampoco su personaje experimenta grandes transformaciones durante su peripecia. Durante el visionado experimenté lo incómodo que resulta bostezar con la mascarilla puesta, una sensación superada al día siguiente por la decepcionante Un efecto óptico, de Juan Cavestany. El filme, espléndidamente protagonizado por Carmen Machi y Pepón Nieto, carece de la radicalidad incendiaria y libérrima de anteriores propuestas del madrileño. Aquí ya di alguna cabezada significativa. En este caso no le declare el amor a la pantalla, sino fui abrazándome poco a poco a la butaca, hasta dejarme mecer por ella.

Compartir el artículo

stats