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Libros

Ray Bradbury, vive para siempre

Cuando se cumplen cien años del nacimiento del autor de ‘Crónicas marcianas’ y ‘Fahrenheit 451’, las librerías se llenan de sus historias certificando su vigencia e inmortalidad

Ray Bradbury

Cuando Ray Bradbury tenía 12 años y disfrutaba leyendo tebeos en Waukegan, la polvorienta población del medio oeste en la que nació, una feria ambulante llegó al lugar. Frente a los espectadores con ojos como platos, la estrella del espectáculo, un intimidante 'Mister Eléctrico', sentado en una silla eléctrica y con una espada en la mano, electrificó a los espectadores que no sufrieron más allá de ver cómo todos los pelos de sus cuerpos se erizaban. La huella que dejó en el pequeño Ray fue más duradera: Mister Eléctrico se acercó a él particularmente y le conminó: “Vive para siempre”.

La anécdota, que a Bradbury, incansable conversador, le encantaba contar, es seminal. Porque muestra el ADN de su literatura, una situación perfectamente cotidiana como pintada por Norman Rockwell, en la que aflora un lado inquietante. Porque sitúa el prodigio de las historias fantásticas justo en la infancia, la edad en que todos acumulamos las obsesiones de las que sacaremos rédito en el futuro. Y también porque Bradbury entendió a la perfección la orden de 'Mister Eléctrico'. Aquella fue la chispa que incendió su vocación por la escritura. Empezó a escribir justo a partir de ese momento.

Muchos empezaron a amar la literatura a partir de la temprana lectura de los libros de Bradbury

Es imposible que 'Mister Eléctrico' vislumbraba la profecía que puso en marcha: la de un autor adorado por los lectores (muchos empezaron a amar la literatura a partir de sus lecturas) que, los 100 años de su nacimiento, que se cumplen este sábado, y ocho de su muerte, sigue haciendo buena la inmortalidad predicha. Bradbury vive para siempre. O eso esperamos los que lo admiramos.

Terreno de la nostalgia

Al niño Ray le trasladaron sus padres a Los Ángeles -que sería ya para siempre su ciudad- a los 14 años. Y pese a adaptarse bien al entorno, nunca dejó de recordar con nostalgia aquellos años de veranos ociosos y vagabundeos –una atmósfera que la serie Stranger things ha hecho suya con mucha menos poesía- y trasfondo inquietante que a menudo trasladó a sus historias, como en 'El carnaval de las tinieblas', 'El hombre ilustrado' –sí, el primer hombre tatuado que contempló fue un forzudo de aquella feria- y sobre todo en las bucólicas 'El vino del estío' y 'El verano del adiós'.

Y ahí se gesta la gran y fructífera contradicción de este maestro de la ciencia ficción –lo cierto es que siempre rechazó ese término-: un hombre que piensa en el futuro no para imaginarlo mejor, sino para advertir de lo que estaba por llegar. Un mundo terrible y deshumanizado en comparación con la vida sencilla de aquella infancia idílica. Y no porque los marcianos nos vayan a hacer la vida imposible –como clamaban las teorías conspiranoides en plena guerra fría-, sino porque la verdadera oscuridad está dentro de nosotros. Todos podemos mostrar una cara brillante pero no podemos asegurar que no tengamos un gemelo oscuro.

Aquí habría que contar otra anécdota fundacional. A los 16 años, ya en la gran ciudad, contempló horrorizado el atropello de tres viandantes. Fue tal el shock que le produjo que aquello selló su aversión a la tecnología. Nunca quiso sacarse el carnet de conducir, le costó mucho superar su miedo a volar y veía en la televisión y los ordenadores en el enemigo potencial que podía hacer tabla rasa con la cultura de los libros, que hasta el momento había sustentado lo mejor del hombre. De ahí surgió su primera y más recordado libro –junto con 'Crónicas marcianas'-, 'Fahrenheit 451', la temperatura de combustión del papel, dibujo de una sociedad totalitaria en la que los bomberos se dedican a provocar incendios quemando libros, prohibidos por ley. Lo que ese sistema ofrece al individuo es un mundo en el que la gente se entretiene mirando pantallas digitales de televisión, mientras se comunica con sus amigos a través de radios minúsculas introducidas en las orejas –que hoy no dudaríamos en vincular a los AirPots- y la información se reduce a datos intrascendentes e inmutables que son consumidos sin que ello le lleve a los ciudadanos a pensar. A los bomberos de Bradbury se les enseñó que Benjamin Franklin –creador del primer cuerpo de bomberos voluntarios de Filadelfia- fue el pionero de la quema de libros destruyendo libros ingleses en la época de las colonias. ¿O eso podría ser un perfecto ejemplo de postverdad en estos tiempos bradburyanos? Margaret Atwood, que lo admiró muchísimo, no habría escrito nunca 'El cuento de la criada' sin él.

Amor a los libros

El núcleo duro de 'Fahrenheit 451' –inolvidable la adaptación de François Truffaut de la que el autor quedó muy satisfecho- sin embargo, es pura y simplemente el amor incondicional de Bradbury por los libros, esos artilugios que nos han convertido en seres civilizados, y su miedo a la desaparición. “No es necesario quemar los libros para que desaparezcan, sencillamente lo hacen si se dejan de leer”, dijo.

Chico sin recursos, no pudo acudir a la universidad y suplió esa falta a base de disciplina lectora en la Biblioteca Pública de Los Ángeles. Nunca se consideró un intelectual y recelaba de los que sentaban cátedra porque su mirada hacia el mundo era genuina y natural, sentimental si se quiere. Fahrenheit, que escribió en una máquina que funcionaba a base de echar monedas, fue también la obra que le dio a conocer internacionalmente. Aunque tres años antes había publicado ya la que es sin duda su obra cumbre, 'Crónicas marcianas', tuvo bastantes problemas para encontrar un editor que no recelara, en pleno macartismo (1953), de aquella advertencia (o constatación) sobre la represión estatal. Tuvo que atreverse a editarlo un millonario outsider a quien no le importaba escandalizar como Hugh Heffner que la incluyó por entregas en 'Playboy' haciendo buena aquel mantra según el cual los que compraban la revista lo hacían por sus textos.

En Crónicas marcianas, colección de cuentos sobre la colonización de Marte que acaba siendo una poética crítica sobre el poder destructor del ser humano captó la atención de Jorge Luis Borges, que lo admiró desde el minuto uno. La edición, traducida por Paco Porrúa, fue publicada en Argentina muy poco después de aparecer en Estados Unidos.

Bradbury fue un autor infatigable que no dejó de escribir un solo día. Porque a base de insistir , decía, acaba saliendo algo bueno. Se puso al servicio de las revistas pulp, de los cómics, el cine –suyo es el guion de 'Moby Dick' de John Huston- y, sorprendentemente, la televisión: tuvo incluso una serie que adaptaba sus cuentos y aportó dos historias a 'The twilight zone' (aquí 'La dimensión desconocida') . Le importaba un pimiento la ciencia y sí muchísimo la ficción. También era un hombre generoso, amable, divertido, disfrutón, que sabía conectar muy bien con los más jóvenes. Posiblemente porque siempre se vio a sí mismo como un niño grande que conoce el impacto de las historias cuando nos deslumbran por primera vez. “De haber vivido en Bagdad hace siglos, creo que me habría hecho una buena clientela contando cuentos en voz alta”.

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