Desde su apertura el pasado jueves el festival no solo no parece haber bajado la guardia en cuanto a sus exigencias como defensor a ultranza de un cine sin imposturas, libre y alternativo sino que ha conseguido elevar su nota incluyendo títulos tan extremos e incómodos como Visión nocturna, provisto de una radicalidad formal sin precedentes que arriesgan, aunque no siempre con la coherencia debida, su propio prestigio profesional tensando excesivamente la cuerda que facilita el imprescindible equilibrio entre el fondo y la forma; entre lo que se pretende decir o evocar y la peculiar escritura fílmica elegida para hacerlo. Sea como fuere, el listón de la programación está donde está y su aceptación o virtual rechazo depende, a última instancia, de su principal destinatario: el público.

Visión nocturna, la película chilena que centra este domingo la atención en la 18ª Muestra de Cine Iberoamericano (Ibértigo), constituye, sin duda, uno de los platos más arriesgados y polémicos que ofrecerá la presente edición. Su estilo voluntariamente desaliñado, la hace particularmente complicada de digerir, especialmente para aquellos espectadores que persisten en no desplazarse un solo milímetro de la zona de confort en la que se hallan instalados desde sus primeros contactos con la gran pantalla.

Que en el ámbito de la industria cinematográfica no existen límites que permitan frenar la imaginación más desbocada es un hecho que queda reflejado taxativamente en la programación que ofrecen cada año muchos de los certámenes más respetados del planeta en su intento por inyectarle oxígeno, presencia y visibilidad a un cine muchas veces marginal que busca su propio espacio en un mercado cada vez más competitivo y polarizado aunque absolutamente imprescindible, por otra parte, para poner rápidamente en circulación cualquier producción de corte independiente que se precie.

Paradójicamente, es en esos encuentros, marcados casi siempre por las inevitables suspicacias que genera en el establishment la llegada de nuevas y revolucionarias propuestas narrativas, donde el cine emergente encuentra su propia caja de resonancia y el reconocimiento global como legítima alternativa a ese otro cine rutinario y gris que se cuece diariamente en los fogones de Hollywood como un modelo hegemónico de producción. Y, con sus aciertos y sus excesos, Visión nocturna ejemplifica todo lo contrario, es decir, la libertad de expresión sin paliativos; la pantalla como cuaderno de memorias o como instrumento catártico. Pero también demuestra sus propios límites como herramienta poética que intenta ahondar en un agujero vital tan duro y traumático como una violación y la difícil hazaña de transmitirlo con el tono más adecuado.

La libertad que se ha tomado su directora, la realizadora chilena Carolina Moscoso, en armarse de un poderoso discurso visual para transmitir, desde las vísceras, la intensidad emocional de su drama personal, no le ha proporcionado, pese al innegable poder magnético que ejercen muchas de sus imágenes, la coartada adecuada para certificar ante los espectadores que todo lo que vemos en la pantalla es algo más que simple juego formal.