Solo restan dos jornadas para la clausura de la 18ª edición de Ibértigo y los espectadores, como impone la tradición, ya han empezado a hacer sus propias cábalas sobre una programación cuyo eje central, como viene siendo habitual en esta Muestra, ha girado en torno a temas de capital importancia en el polvorín sociopolítico latinoamericano, como la desigualdad, el fanatismo, la explotación laboral, la memoria histórica, los conflictos raciales, las luchas fratricidas, la pobreza y las duras secuelas económicas de las viejas recetas neoliberales. En ese aspecto, qué duda cabe, el festival sigue conservando intactas sus esencias al apostar sin vacilación por un cine de vuelo libre y despojado de cualquier servidumbre comercial.

El certamen, que concluirá mañana con el estreno de la producción portuguesa Technobos, de Joao Nicolau, ha reservado la jornada de hoy para la presentación fuera de concurso de A espada e a rosa (2010), un título de culto en la escueta pero sustancial filmografía del gran Nicolau que nos permitirá revisar uno de los títulos portugueses más elogiados e imaginativos de los últimos tiempos.

El enorme caudal artístico que acumula la cinematografía portuguesa desde la llegada a puerto de figuras como Ricardo Costa, Joao Pedro Rodrigues, Marcelo Gomes, Miguel Gomes, Pedro Costa o Teresa Villaverde, herederos artísticos, en mayor o en menor medida, de los grandes patriarcas del cine luso (Manoel de Oliveira, Jose Fonseca e Costa, Joao Cesar Monteiro), constituye actualmente su mejor carta de presentación en el mercado internacional. Desde la Berlinale hasta la Mostra de Venecia, pasando por Cannes, Locarno, Karlovy Vary, BAFICI, Amsterdamm y Toronto, sus producciones gozan del reconocimiento internacional de la crítica y los galardones obtenidos en muchos de estos certámenes ya se cuentan por decenas. Aunque lo más admirable del caso es que, veinte años después de aquel glorioso resurgimiento, el cine portugués sigue manteniéndose en alza con obras que, como la de Nicolau, reflejan el estado de la cuestión en una cinematografía que ha sabido dibujar, con intuición, riesgo e inventiva, un nuevo escenario para el cine independiente.

A espada e a rosa, producida en 2010, es un claro ejemplo de ese nuevo renacer que tanto oxígeno le ha aportado, y le aporta, a las últimas generaciones de cineastas de nuestro país vecino. Se trata de un filme, como casi todos los de su autor, virtualmente inclasificable, un filme que se disuelve como un azucarillo en historias cruzadas donde se fraguan episodios tan desconcertantes y surrealistas como la decisión de Manuel (Manuel Mezquita), el joven protagonista, de consagrarse junto a sus amigos a la piratería en pleno siglo XXI, con bajel incluido, o el número musical en el que un funcionario le exige a Manuel saldar sus sustanciosas cuentas con hacienda, todo expresado a través de un sencillo y delicioso número musical que parece extraído de cualquiera de las míticas comedias de Jacques Demy. Nicolau, de quien mañana veremos también su último filme, consigue, a través de una estructura narrativa aparentemente deslavazada y espesa que su película aliente, durante sus dos horas de metraje, el deseo latente del espectador por explorar el complejo universo de realidades y ficciones que retratan sus desconcertantes imágenes.