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La avería

Un relato sobre la degradación humana lleno de la ironía y el desapego que caracterizan a Friedrich Dürrenmatt

Fragmento de la portada de 'La avería'

En quince prodigiosos años, los que median entre 1866, fecha de aparición de Crimen y castigo, y 1880, fecha de publicación de Los hermanos Karamázov, pasando por la edición en 1871 de Los demonios, Dostoievski introduce con ambición insuperada el tema de la justicia en la literatura europea. Los delitos y faltas de Raskólnikov, la ficcionalización del catecismo revolucionario de Necháyev y el episodio del Gran Inquisidor conforman tres momentos formidables para una pregunta inaplazable aunque socrática en realidad, sin solución a la vista: qué es la justicia, quién la define, cuáles son sus límites. Pocas cuestiones se insertan con tanta naturalidad en el molde de la novela filosófica. Tras la estela de Dostoievski, podemos acudir a textos como El proceso de Kafka, El día del juicio de Satta, Saúl ante Samuel de Benet o la obra completa de Sciascia. Junto a estas trayectorias, no podemos omitir el nombre de un autor que hizo de la interrogación por la justicia la razón de ser de su proyecto: el novelista y dramaturgo suizo Friedrich Dürrenmatt, responsable de la celebérrima La promesa, la mejor novela “con comisario” que recuerdo haber leído.

En un texto inédito en España y titulado Mi Suiza. Un libro de lectura, Dürrenmatt establece su credo con enorme fuerza, casi con insultante orgullo: “Yo soy protestante y protesto”, dice el creador de Griego busca griega. “No me desespero, pero expongo la desesperación. Me libré de todo mal, pero describo el hundimiento. Porque no escribo para que me juzguen a mí, sino para que juzguen al mundo. Yo sólo estoy aquí para avisar”. Ese aviso que es la literatura, y que en Dürrenmatt adopta la forma de burguesas fábulas sarcásticas, donde la perversidad come en mantel de hilo, es experta en buenos caldos y se solaza de las montañas purísimas de los Alpes, halla en La avería, una pieza breve y demoledora, una suerte de resumen casi perfecto, de decantación sublimada.

En el marco de una cena opípara en una lujosa mansión, en un ambiente obscenamente masculino, un poco al modo del apocalipsis culinario y escatológico que inviste La gran comilona de Marco Ferreri, un viajante de comercio de éxito, amante de la gastronomía exquisita, las cuentas bancarias saneadas y las camas ajenas, escenificará sus ambiciones y sus culpas ante un tribunal de ancianos compuesto por un juez, un fiscal, un abogado defensor y un verdugo. Al fondo, como una partitura inconstante, se insinúa la melodía de ese crimen que todos hemos cometido, bien por acción, bien por omisión. Con esta orquesta paródica, Dürrenmatt sopla su canon predilecto. El hombre es un animal marcado desde el momento en que nace, un animal que cae, en constante proceso de degradación, y cuya vida, contemplada ya no desde el punto de vista de la energía, sino desde la óptica de la contabilidad espiritual, supone una errata imborrable, un accidente reiterado, una avería permanente, hitos de una entropía moral que el talento de Dürrenmatt logró reflejar con maravilloso desapego y envidiable ironía.

Portada de La Avería

Portada de La Avería

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