Mucho se ha escrito sobre las verdaderas opiniones de Picasso acerca del arte, la política o España, pero pocas veces es posible oírlas en primera persona, como en un libro que recopila por primera vez entrevistas que el artista malagueño concedió a lo largo de su vida.

"Picasso no era de ofrecer entrevistas. Todo lo que fuera ponerse delante de un periodista con un papel y un bolígrafo no le gustaba nada", afirma a la Agencia Efe Rafael Inglada, responsable de esta edición publicada por la editorial Confluencias con la colaboración del Museo Picasso de Málaga.

En esta recopilación de veinticinco textos, titulada "El arte no es la verdad" -una frase de Picasso-, hay tanto entrevistas formales con periodistas como conversaciones distendidas con amigos, en las que el pintor "está relajado y se expande más", señala Inglada, uno de los principales expertos actuales en su vida y obra.

Algunas de estas entrevistas nunca habían visto la luz en España o se le habían mutilado los preámbulos, según el editor, que ha buceado en bibliotecas y hemerotecas digitales durante los meses de confinamiento para reunir este material.

"Se descubre a un Picasso más humano, muy jovial, y aspectos distintos de su persona. A veces soltaba en broma cosas que no eran verdad o con una cierta ironía, y otras veces se enfadaba cuando le preguntaban por cosas demasiado obvias", apunta Inglada.

Esa aversión a las entrevistas se observa cuando Picasso afirma que lo que la gente escribe generalmente sobre él "está lleno de tonterías" y en otro texto lanza una pulla a la crítica al aseverar que "quizás sería mejor si todos los críticos fueran poetas y escribiesen poesía en lugar de pedantería".

En estas páginas se revela que, cuando le preguntan qué entiende por arte, él responde que "es sangre e hígado", o se indigna cuando su interlocutor admite que no comprende una de sus obras.

"¡Comprender!... ¡Conque se trata de comprender!... ¿Desde cuándo un cuadro es una demostración matemática? No está destinado a explicar, sino a suscitar emociones en el alma del que lo contempla", proclama un iracundo Picasso.

Lamenta que "el público no comprende siempre el arte moderno. Pero porque no se le ha enseñado nada de pintura. Le enseñan a escribir, a dibujar y a cantar, pero jamás le han enseñado a mirar una pintura". Por momentos surge la amargura, al admitir que es "célebre y rico", pero cuando está a solas consigo mismo no tiene valor para considerarse "un artista en el sentido grande y antiguo de la palabra".

"Verdaderos pintores fueron Giotto y Ticiano, Rembrandt y Goya", añade un Picasso que cree que él es solo alguien que "ha aprovechado lo mejor que ha sabido hacerlo la imbecilidad, la vanidad y la ambición de sus contemporáneos".

En otra entrevista detalla el significado de algunos de los elementos del "Guernica" como el toro ("no significa el fascismo, sino la brutalidad y la oscuridad") o el caballo, que "es el pueblo".

Sobre su relación con los nazis en la Francia ocupada, Picasso confirma la anécdota vivida con un oficial de la Gestapo que, blandiendo una reproducción del "Guernica", le gritó: "¿Usted ha hecho esto?", a lo que el artista le contestó: "No, vosotros".

El pintor no esconde su militancia: "Yo soy comunista, y mi pintura es comunista. Si fuera zapatero, realista o comunista, no estaría obligado a clavetear las suelas de los zapatos de una manera especial para expresar mis opiniones políticas".

En un plano más personal, un fumador empedernido como Picasso confiesa en 1966, recién salido de una operación quirúrgica, que ya no fuma y no lo echa de menos porque, "si lo piensas, qué estúpido hábito, qué esclavitud, encender una tras otra esta paja liada en un papel que echa humo; te hace toser, escupir, te asfixia".

Ni a los 80 años perdió sus apetitos, porque a esa edad aseveraba: "Las mujeres son ahora tan jóvenes para mí, tan jóvenes que me creo que son niñas y me entran ganas de tocarlas, de acariciarles las mejillas". Y también, por si quedaban dudas sobre su deseo, que se cumplió en 2003 con la apertura del Museo Picasso de Málaga, el artista lo expresó en una conversación: "Pienso regalar gran parte de mis obras a Málaga, a mi pueblo natal".

Poco después de pronunciar estas palabras durante un almuerzo, los comensales se sobresaltaron por el estruendo al caerse un cuadro que estaba colgado sobre un aparador. "Este ya quiere irse para Málaga", dijo riendo Picasso.