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Más allá de la música

Un ensayo de Ramón Andrés estudia la relaciones de la manifestación musical con el pensamiento filosófico

Más allá de la música

“La música es una forma de filosofía”

Platón

No son raros los estudios que se vienen haciendo sobre las relaciones entre la música y otras disciplinas, sobre todo las matemáticas y la filosofía. No hace mucho reseñábamos aquí El instrumento musical. Un estudio filosófico, de Bernard Sève, publicado por Acantilado, editorial que nos ofrece ahora Filosofía y consuelo de la música, de Ramón Andrés, un autor del que también nos ocupamos cuando publicó su formidable Diccionario de música, mitología, magia y religión. Como es habitual en su producción ensayística, Ramón Andrés expone en esta obra unos amplios y profundos conocimientos no solo sobre la música sino también sobre otras materias relacionadas con ella, en un asombroso y fascinante despliegue de erudición, que elabora con un estilo que hace entretenida y gratificante la lectura de este ensayo de más de mil páginas. Es este un libro sobre las relaciones entre la música y la filosofía desde sus inicios en la antigüedad clásica de Grecia y Roma hasta los últimos años del siglo XVIII, pero es además un recorrido por la historia y por las biografías de los músicos y de los filósofos que dedicaron toda su vida o una parte importante de ella a la música y a la filosofía o a estudiar las relaciones entre ambas.

Los filósofos más antiguos ya escribieron sobre la música. Se hacen aquí alusiones a Epicuro, Demócrito, Simón de Atenas, Simias, Teofrasto, Heraclides de Ponto, Antístenes… que dieron a conocer obras cuyos contenidos trataban de aspectos diversos sobre la música, una presencia constante también en la mitología, como muy bien se muestra en estas páginas, que prestan especial atención al orfismo, la corriente de los seguidores del mítico Orfeo, que utilizaba la música para inducir al éxtasis, favorecer la catarsis y proclamar la ascesis; curiosas concomitancias con el cristianismo que se manifiestan también en las creencias de ambas doctrinas en un pecado o mancha original, en la inmortalidad del alma y en la fe en la salvación.

Hay en esta obra, entre otros, dos ejes importantes sobre los que gravita gran parte de los contenidos de estas relaciones entre música y filosofía. Uno de ellos es el de los números, y de ahí la dedicación especial del autor a la figura de Pitágoras y a los pitagóricos, sobre todo a Filolao y Arquitas, cuya obra relacionada con la música se estudia en profundidad. Para los filósofos griegos la naturaleza del alma concuerda con los números y se combina con los acordes musicales. Pitágoras estableció una relación entre las letras y los números del uno al diez e Hipaso las relaciones numéricas de las consonancias musicales. Un instrumento primitivo, el monocordio o canon de Pitágoras, aunaba números y sonidos. Aristóteles concibió la música como conocimiento basado en las matemáticas, y los neoplatónicos continuaron esta tradición de la relación de los números con la música y con el universo, cuyo cuerpo tendría su paradigma en la música.

Precisamente el otro eje es esa misteriosa relación de la música con la armonía del universo, que está en la música desde sus mismos orígenes. Para los pitagóricos el universo reposaba en una proporción musical armónica y divina (Pitágoras decía oír la música del cosmos). Platón contó el viaje al más allá del guerrero Er y su regreso para dar cuenta de “la armonía de los cielos”, de una música universal cifrada en el número. En la República afirma que el mundo y el universo están sustentados por un equilibrio natural que tiene su raíz en una consonancia armónica. Para Teón de Esmirna es la música la harmonía que sustenta la perfección cósmica. También se hace hincapié en la relación de la música con la virtud, con la verdad y con Dios (para los discípulos de Alcuino de York la música era un bien divino). Y todo ello, como nos advierte el autor desde el título de esta obra, a imitación de Boecio y su “Consolación de la filosofía”, con el fin de prestar consuelo, acaso la función más importante de la música.

En la Edad Media la música jugó también un importante papel en la sociedad. San Agustín confiesa que el canto en las iglesias contribuyó a su conversión al cristianismo y Boecio cuenta que recibió en la cárcel, mientras esperaba su ejecución, la visita de la filosofía, que lo consolaba tocando la lira. Se siguen aquí las trayectorias de Alcuino de York y la introducción de la música en la reforma del sistema educativo que ideó para Carlomagno. La historia de Abelardo y Heloisa y su relación con la música, y las de Tomás de Aquino y Alberto Magno, se tratan junto a las de otros nombres menos conocidos, con vidas fascinantes, como Hugo de San Víctor, Alano de Lille, Alberto Grosseteste (también piensa que hay una música que se expande y llega a nuestros oídos desde los astros) o Nicolás de Oresme. Sorprende la presencia de mujeres como Hildegarda de Bingen, Jutta o Herrada de Landsberg, que testifican la alta consideración que se tenía de la mujer en los círculos del saber del siglo XII.

Con la llegada del Renacimiento la música reflejó como pocos lenguajes la inclinación hacia el individualismo y la subjetividad. Los vínculos entre música y filosofía se hicieron más fuertes y una serie de pensadores prestaron una importante atención al fenómeno musical. Johannes Tinctoris, Marsilio Ficino (que relacionó la armonía entre el amor y la música), Francesco Zorzi (vincula la música a la aritmética para demostrar que somos réplica del macrocosmos), Giordamo Cardano. Ramón Andrés recoge algunos detalles de los enfrentamientos entre Lutero, que apreciaba la música (de ahí que música y Reforma fueran indisociables) y Erasmo, que la desdeñaba, aunque en una de sus obras se refiere a Dios como “divino músico”. También está aquí la figura de Tomás Moro y su admiración, junto a la de Erasmo, por el joven Juan Luis Vives, que asimismo dedicó atención a la música, como los también españoles Fox Morcillo y Juan Eusebio Nieremberg.

Para Thomas Browne la música era una encubierta lección del mundo, mientras Robertus de Fluctibus pensaba que era “una ciencia divina”. Este último dedicó importantes tratados al estudio de los instrumentos, sobre todo al laúd, al que consideraba por encima de todos. Uno de los pocos que rechazaron expresamente la tradición pitagórica y el concepto místico de los números fue Francis Bacon. También se pueden leer epígrafes sobre la vida y la tragedia de Giordano Bruno y la presencia de la música en sus obras; sobre las relaciones de ésta con René Descartes y Marin Mersenne; sobre las teorías de Leibniz, para quien la existencia de Dios quedaba demostrada por la “armonía preestablecida” en la música.

Este recorrido por las relaciones entre música y filosofía termina en el siglo XVIII con la Ilustración y los autores de la Enciclopedia, a los que se presta especial atención. Rousseau, apasionado de la música, fue un compositor frustrado, tuvo una relación permanente y escribió incesantemente sobre ella. Un músico francés, Jean-Philippe Rameau, se convirtió en el centro de las disputas entre los intelectuales de la Ilustración. Rousseau estaba en desacuerdo con él, junto a Diderot, que llegó a escribir una novela crítica, El sobrino de Rameau, que no llegó a publicarse en vida del autor. D’Alembert fue uno de sus grandes defensores. En fin, “Filosofía y consuelo de la música” es una obra monumental cuya lectura nos ayuda a través de la historia a apreciar aún más si cabe el valor de la música. Y el de la filosofía. Terminemos, pues, con una frase de alguien que fue a la vez filósofo y músico (violinista), Michel Paul Guy de Chabanon (por cierto, defensor de Rameau), para quien “después de haber hecho un arte de la enseñanza de la música, se debiera hacer otro arte de escucharla”.

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