La Provincia - Diario de Las Palmas

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¡Qué poca vergüenza!

Masaccio, ‘La expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal’, 1424-1425.

“Derroche del espíritu en vergüenza”

Shakespeare

Adán y Eva, tras morder la prohibida manzana del árbol del conocimiento (sic), sintieron vergüenza y tuvieron miedo (Génesis). Para apresurados historiadores, tolerantes con el delito de anacronismo, en el sentimiento de vergüenza y pudor se encuentra, dicen, el origo de la moda y su historia. La moda, aquella fundamentalmente vestimentaria, nacería, amén de por inclemencia climática, por razones de vergüenza. La moda, implacable, demostraría mucho después que no es el pudor el que crea la moda, sino que es la moda la que crea el pudor, y en general “regímenes de visibilidad” (como los medios de comunicación), estableciendo lo que se puede y lo que no se puede ver; lo que se debe y no se debe ver.

“Un cierto pesar o turbación relativos a aquellos vicios presentes, pasados o futuros, cuya presencia acarrea una pérdida de reputación” era como Aristóteles la definía. Mucho, mucho tiempo después, la vergüenza sería una conducta práctica del individuo para entrar de la mejor manera posible en contacto con otras personas. Acentuación del “yo” (Simmel).

Para la semiótica de la cultura la antítesis “nosotros-ellos” encuentra correlato pasional en la dupla vergüenza-miedo. El miedo define nuestra relación con los “otros”; el “nosotros” es una colectividad dentro de la cual actúan las normas de la vergüenza y del honor. Los animales tienen miedo pero no vergüenza, algo específicamente humano: la transformación de la fisiología en cultura viene regida por la vergüenza (Lotman).

Ambos, vergüenza y miedo pueden ser también complementarios como en el caso en el que tener miedo sea motivo de vergüenza. La actitud ante la vergüenza y el miedo, su descripción, la observancia o transgresión de sus normas podrían dar pie a una adecuada clasificación tipológica de las culturas.

Al igual que, actualmente, el honor ha cambiado de sentido en Occidente, acaso también la vergüenza haya perdido peso. Pareciera (no piensen en los trampantojos de las trampas de Trump) como si hoy la vergüenza estuviera de capa caída. A la vista está: ¡Qué poca vergüenza!

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