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Todo Chaves Nogales

Ve la luz una edición de la obra completa del periodista, que jamás renegó de su independencia intelectual frente al totalitarismo de las dos Españas

Todo Chaves Nogales

Al menos en lo que se mantiene en la superficie no se percibe una tercera España. Solo existe en la sensibilidad inteligente de quienes se niegan a aceptar el cainismo rampante de las otras dos, que en la actualidad y como sucede cíclicamente en este país vuelve a aflorar sembrando el terreno de inquietud. El periodista Manuel Chaves Nogales (Sevilla 1897-Londres 1944) no pertenecía a ninguna de las dos Españas que cantó Machado. Como él mismo escribió, lo hubieran fusilado sin mayor problema los de uno y otro bando, de haberlo tenido a tiro. “Me consta por confidencias fidedignas que, aun antes de que comenzase la Guerra Civil, un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo, perfectamente reglamentario, de proceder a mi asesinato como una de las medidas preventivas que había que adoptar contra el posible triunfo de la revolución social, sin perjuicio de que los revolucionarios, anarquistas y comunistas, considerasen por su parte que yo era perfectamente fusilable”, escribió en el famoso prólogo de A sangre y fuego.

La suya, digámoslo así, era la quimérica tercera España, esa que se refugia en medio de las guerras cotidianas que libran los fanáticos de un lado y otro. Chaves, como resumió María Isabel Cintas Guillén, catedrática sevillana en El oficio de contar (Fundación José Manuel Lara, 2011), y una de las personas que más ha contribuido a su recuperación digna de un autor de culto, entendía el periodismo como un trabajo de campo, sin horas y límites geográficos. No pontificaba, “contaba sus historias con eficacia, imparcialidad y belleza”. Escribía como nadie. Había ganado el premio Mariano de Cavia por un reportaje sobre la aviadora Ruth Elder, la primera mujer en cruzar el Atlántico. Fue uno de los tres periodistas que tuvieron el privilegio de acompañarla en el trayecto desde Lisboa a Madrid. Volar era para él una afición en la que se embarcaba siempre que podía para poder llegar primero a los sitios desde donde enviaba sus crónicas. Antonio Muñoz Molina, en el prólogo de la recién publicada edición completa de su obra, cita precisamente esa inclinación del periodista sevillano por asirse a cualquiera de los recursos tecnológicos de la época, que le permitían traducir en velocidad la concisión del estilo narrativo con que se se dirigía a sus lectores.

Era un periodista valiente, íntegro y desencantado del tiempo que le tocó vivir, pero así y todo tenía su guasa. En broma llegó a pedirle a Manuel Azaña el Gobierno Civil de Sevilla. Su narración en primera persona de la vida de Belmonte está considerada una de las mejores biografías taurinas. Se trata de un libro magnífico, muy bien escrito y ameno. No sólo hay toros en él, sino un transparente retrato social de la época.

Liberal en la mejor expresión del término, puede que azañista en la última hora, escribió en periódicos sevillanos y madrileños. En El Heraldo coincidió con González Ruano, que lo consideraba uno de los grandes. Luis Montiel lo eligió en 1930 para ser el redactor jefe de Ahora, un diario de tendencias centristas que defendió la legalidad de la Segunda República. Se hizo cargo del periódico hasta que decidió marcharse “a la misma hora” que el propio Gobierno. No fue testigo de muchos de los episodios terribles que relata de la Guerra Civil porque ya no estaba aquí pero sobre todos ellos recae un verismo fustigante de las conciencias gracias al conocimiento de campo que tenía su autor.

El autor de ‘A sangre y fuego’ no obtuvo de su país otra cosa que el silencio de los vencidos

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En 1936, al igual que otros liberales españoles, masones y partidarios del laicismo, dejó España y nunca más volvió. En Francia, vivió su primer exilio y desde allí asistió a la agonía de la ocupación nazi, que contó en uno de sus mejores libros. Su segunda parada, en Inglaterra, resultó ser la definitiva. Admirador de ese país, defendió desde su agencia de Fleet Street el papel desempeñado por los británicos en la guerra. Es autor de una extensa y fenomenal crónica sobre la Revolución Rusa y de una estupenda novela, El maestro Juan Martínez, que estaba allí (1934), además de los citados relatos, A sangre y fuego, sobre la contienda nacional. Su último reportaje antes de abandonar España lo tituló Bajo el signo de la svástica y el fascio de los lictores. Murió en el exilio de Londres en 1944. Aquilino Duque escribió que le había tumbado una peritonitis después de haber sobrevivido al Blitz. Tenía 46 años y había llegado solitario a esa edad, la familia permanecía lejos, atrás. Únicamente los periódicos del Reino Unido y el mexicano La Razón informaron de su muerte. De su país no obtuvo otra cosa que el silencio de los vencidos.

Más tarde también pesó sobre él el olvido de medio siglo, hasta que la propia María Isabel Cintas, Andrés Trapiello, Arcadi Espada, Xavier Pericay y Antonio Muñoz Molina, entre otros escritores, decidieron que había que recuperar para las letras y la dignidad al periodista sevillano de una pieza que se marchó desesperanzado y convencido de que ganase quien ganase la contienda civil España iba a caminar inexorablemente hacia una dictadura de uno u otro signo. Azules o rojos, Chaves no tenía duda de las intenciones.

Era, cuando la invasión de París, un periodista experimentado. No se dejaba engañar fácilmente por las apariencias ni había caído en el pecado intelectual de quienes, por no perder el contacto con la sensibilidad de su tiempo, se dejaron arrastrar por la barbarie comunista o fascista. La guerra civil española y sus viajes por Europa le habían familiarizado con los totalitarismos de uno y otro signo. En un país martirizado por la intolerancia, era de los pocos demócratas convencidos de que había que combatir lo mismo la tiranía de la aristocracia que la dictadura del proletariado.

Como él mismo se definía, “pequeño burgués, demócrata, ciudadano de una república” sabía el riesgo que corría entre esas dos fuerzas homicidas. Por eso y en vista del cariz que tomaba el conflicto bélico decidió descorazonado refugiarse en el otro lado de los Pirineos. La segunda desilusión se tradujo años más tarde en La agonía de Francia, uno de los ensayos más vibrantes e inteligentes sobre las consecuencias sociales de la Segunda Guerra Mundial, publicado en Montevideo tras su huida a Burdeos. Chaves Nogales acabaría sus días en Londres al lado del pueblo que mejor entendió que al totalitarismo había que combatirlo y no negociar con él, pese a lo que inicialmente defendía, invocando la drôle de guerre, aquel marchante de Birmingham partidario del apaciguamiento llamado Chamberlain.

Gracias a Libros del Asteroide y a la Diputación de Sevilla, acaba de ver la luz la obra completa de Manuel Chaves Nogales, en una edición de Ignacio F. Garmendia de cinco volúmenes y 3.644 páginas, que recoge los títulos del periodista sevillano publicados todos estos años, más 70 textos hasta ahora inéditos, con prólogos de los escritores Andrés Trapiello y Antonio Muñoz Molina. Una auténtica zambullida en el testimonio de un periodista que jamás renegó de su independencia intelectual en las horas más difíciles.

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