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Culto a Galdós

‘La verdad humana’ enfatiza sobre la modernidad transformadora del autor frente a la imagen del glorioso anciano de las letras nacionales

Culto a Galdós

Muchas han sido las impresiones recibidas acerca de la importante exposición que Germán Gullón ha comisariado sobre la vida, la obra y los contextos temporales del escritor más internacional del siglo diecinueve, nuestro compatriota Benito Pérez Galdós. Hay quien la ve muy académica, muy especializada. Otros, que entusiastas, querrían más imagen, más presencia del genial creador; y, algunos, que han expresado el deseo de que la muestra se quede en su casa museo, a modo de complemento permanente y necesario. Cómo verán, un espectro amplio de opiniones, lo que demuestra la vitalidad de una idea y de un proyecto. Creo que Benito Pérez Galdós. La verdad humana es un excelente trabajo sobre quién fue Pérez Galdós, cómo fue su vida y cuál, el alcance de su literatura. Una obra literaria que no es una mera gran producción impactante, sino, en su conjunto, una de las bases de la modernidad española. Yo me adhiero a los que echarán en falta su presencia cuando a partir del 15 de diciembre emprenda su itinerancia a la vecina Tenerife. Además, el proyecto expositivo es una prolongación espacial de la recinte biografía de Galdós que Gullón ha escrito, Galdós. Maestro de las letras modernas.

Los grancanarios estamos habitual, cotidianamente, expuestos a la memoria de Galdós. La toponimia urbana, la memoria familiar y los escaparates de las librerías nos conminan a tenerlo presente, aunque en el fondo, aún sepamos bastante poco de él. Ese vacío de lo familiar aparentemente cercano y conocido, lo ha llenado un poco la biografía premiada de Yolanda Arencibia (Galdos. Una biografía, actual Premio Comillas) y la exposición de Germán Gullón. Quiero decir con esto, al margen de los muchos actos que han jalonado este año de conmemoración galdosiana y no olvidándolos, que estos eventos han sido los que más han contribuido a redefinir y afirmar la relevancia de un autor cuya obra sigue “explicando” gran parte de lo acontece en la actualidad española.

El comisario organiza la exposición en torno a líneas cronológicas y a apartados o células integradas en el desarrollo de la cronología. Esas células se puedan ver y leer independientemente como las distintas historias contenidas en una gran novela fluvial, una novela típica del diecinueve y su nueva expresión-movimiento, el realismo-naturalismo. Gullón, mediante una serie de paneles que actúan como señales direccionales del recorrido, reseña los hitos de la imponente producción galdosiana. Sus Episodios Nacionales a lo largo de sus distintos episodios o avatares históricos, los inicios del joven escritor con novelas aún deudoras y tributarias del folletín y el romanticismo oscuro (La sombra, El audaz), y la época de las grandes novelas contemporáneas que generan la fama internacional de Galdós a partir de 1880. Como sabemos este periodo de creación que rebasa la linde del siglo veinte sitúa a Galdós en la vanguardia escritural de Europa, y como su amado Beethoven, hace que su prosa se anticipe a ensayos futuros de escritura. Un par de generaciones ponderaron las complejidades del Ulíses de Joyce (no hay mucho que ponderar, francamente) mientras no se les ocurrió leer La desheredada, Lo prohibido, El amigo Manso o La incógnita. Galdós arrastra el lastre de los Episodios Nacionales y de cierta imagen de glorioso anciano de las letras nacionales que nos impide (a toda una nación, ojo) vislumbrar el calado de su modernidad transformadora. Gullón, en sus textos-síntesis enfatiza esto claramente. Asimismo, dedica al teatro salido de su pluma un justísimo aparte que vindica su estatura dramatúrgica, también imperfectamente considerada y asimilada por un país en que la quiebra de los modelos sociales avanzados (léase dictaduras y guerras civiles) distorsionan una vez más la plena apreciación del genio galdosiano. Gullón nos recuerda el fenómeno Electra cuyo estreno y enorme éxito inspiró un exraordinario merchandising en España. Una fiebre de objetos y productos Electra, semejante a la fiebre de objetos y productos Colette en Francia. Yolanda Arencibia insiste en este punto vital y hemos asistido a un pequeño revival del teatro galdosiano que espero no decaiga. Para ello, como a todo el teatro español amenazado de muerte por la Pandemia, hará falta que alguien en el Ministerio de Cultura piense y actúe.

El proyecto expositivo de Gullón es una prolongación espacial de su reciente biografía del novelista

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La obra de Galdós con sus paneles forma así el sentido lineal-cronológico, la espina dorsal de la muestra. Requiere cierto esfuerzo leerlos, pero, por favor háganlo. Incrustado en este recorrido afloran otras riquezas. Muchas de ellas poco conocidas. La interacción entre el escritor y los artistas, tanto aquellos que lo consagran retratándolo (Joaquín Sorolla) como los que ilustran sus Episodios (el brillante Apel.les Mestre), sin olvidar el don innato para el dibujo y la pintura que tuvo desde la infancia (recordemos sus álbumes de dibujos). Galdós señor viajero que visita toda Inglaterra y que va con cierta frecuencia a París y a otros destinos europeos; un español internacional de su época. Galdós que descubre y visita España exhaustivamente, para estudiarla y promover su obra. Y, Galdós el hombre privado. El liberal y futuro republicano que se lía amorosamente con Lorenza Cobián (madre de su hija) y con la bella Concha Ruth Morrell, cuya memoria ha llegado a nosotros sin rostro. Amantes mantenidas en la tradición de los señoritos de Santa Cruz que a él tan poco le gustaban. Contradicciones y claroscuros de la moralidad decimonónica y de esa masculinidad a la que tanto se le permitía.

Culto a Galdós

Todo esto se ha ilustrado con óleos, dibujos, fotografías originales y reproducciones fotográficas a precisa y gran escala. Es el inevitable blanco y negro del diecinueve, determinante del efecto “antiguo” que nos causa esta exposición (ésta y cualquier otra que recupere, por ejemplo, la obra y los tiempos de Balzac). Algunas de las imágenes fotográficas son conocidas, especialmente las que proyectan al Galdós anciano en su casa madrileña de Hilarión Eslava. Mas, bastante inédita para el público general es la del viejo escritor con su perro en el despacho-camarote de su residencia santanderina, felizmente ampliada para cubrir una sección entera de pared. Esta imagen del prolífico creador en su atestado estudio es un símil de todo el siglo diecinueve y la complejidad de su historia que aglutina la revolución tecnológica y los restos del pasado; Galdós está, como su obra, en el medio de esta dialéctica, es su filtro, un filtro evanescente. Pues, una de sus características ante la cámara, e incluso ante el ojo analítico del pintor, es la distancia de su mirada, la impenetrabilidad del sujeto, solamente suspendida en ciertos iconos de juventud que transparentan la voluntad creadora (esa volonté balzaciana) y la ambición. Vemos en color a un Galdós estudiante, un pastel pintado por uno de los primeros Massieu de la familia de pintores y a un Galdós mayor abocetado al óleo por Sorolla (el segundo retrato que de él realizó). Singular, por nueva, es la imagen del autor a punto de subirse a un carruaje y la impresionante instalación fúnebre en que se convirtió su dormitorio santanderino al fallecer. Balzac fue retratado una sola vez por Nadar, en un daguerrotipo de incalculable valor. Sin embargo, Charles Dickens vio proliferar su imagen. Durante las décadas de 1830 y 1840 fue muy dibujado y pintado, y, a partir de 1850 hasta su muerte, fue fotografiado decenas de veces. Hay cuatro veces más fotografías de Dickens que de Galdós.

La lectura de los paneles hace que afloren sus riquezas, como los vínculos del escritor con artistas de la época

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El color está presente en el Retrato de Lorenza Cobián, madre de la hija que heredó sus derechos pero que jamás (parecer ser) fue formalmente aceptada como tal por el núcleo familiar que siempre le acompañó; en dos paisajes dedicados de los pintores Arredondo y Llhardy, y en una acuarela reciente de la pintora Van Ree que recrea una perspectiva de la mansión de Santander. Podría concebirse una exposición en tecnicolor y panavisión de los tiempos de Galdós, aunque eso entrañaría un presupuesto gigantesco y una logística inimaginable. La maquinaria y el costo para desplazar y montar la obra pictórica que fue la crónica decimonónica de España solo lo podría asumir el Estado. La pintura de Agrasot, de Gisbert, de Casado del Alisal, de Carlos María Esquivel, de Moreno Carbonero, de Martínez Cubells, de Ramón Casas… para nombrar algunos, ilustrarían, entonces, las épocas de Galdós. Así, sí se podría efectuar la mejor contextualización posible, en una especie de real time póstumo. Sería, probablemente, una exposición que jamás saldría del Museo del Prado.

Cartas, facturas, documentos, tinteros, manuscritos y muchas primeras ediciones completan el ya denso periplo visual. La parafernalia que nutre los relicarios de las casas de los escritores y que perdurará hasta el final de los tiempos en sus vitrinas. La Casa Museo Pérez Galdós de Las Palmas conserva una cantidad notable de tales objetos de culto. Unos carteles de estrenos fílmicos en el patio interior subrayan la relación entre el texto de Galdós y el cine. Una relación muy modesta si la comparamos con la de Balzac, cuya obra ha inspirado centenares de cintas en todo el mundo desde la primera era muda del celuloide. Esos son los abismos conceptuales que debemos llenar de luz. La exposición Benito Pérez Galdós. La verdad humana nos alienta a realizar esta tarea, primero, uno a uno, y después, colectivamente, hasta que se desencadene desde abajo (nosotros la sociedad) hasta arriba (quién quiera que sean ellos), la reacción de una revisión definitiva.

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