La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Llevarse a alguien al huerto. Expresiones libidionosas III

Llevarse a alguien al huerto. Expresiones libidionosas III

Uno de los episodios más conocidos de la cosmogonía judeocristiana viene señalado como causa del “pecado original” y se narra en el libro del Génesis. Según el relato, Adán fue “colocado” en el jardín del Edén “para que lo guardara y cultivara”, y tras la aparición de la mujer se consumó lo que sería en la unión sexual primigenia. La versión popular cuenta que Eva fue tentada por la serpiente para comer una manzana que después ofrecería a Adán. El Génesis, sin embargo, no habla de manzana ni de manzanero, sino del “fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal”. Alguna exégesis viene a significar que el fruto del árbol prohibido era “el higo”, el propio relato bíblico señala que cuando la pareja fue sorprendida desnuda, corrieron a cubrirse con hojas de higuera (Génesis 3, 7-8).

La iglesia en su afán divulgador construyó la versión de la manzana, quién sabe si porque resultaba embarazoso contar que Adán se zampó sin muchos reparos el higo que le ofreció Eva (dada la simbología sexual que guarda esta fruta en buena parte de las culturas mediterráneas). El “mito” del Edén es común a varias tradiciones, pero nos interesa aquí como lugar de acogida de los “progenitores de la humanidad” y escenario de la unión sexual primordial. Parece evidente que desde el principio de los tiempos existe una asociación que subyace bajo el umbral de la consciencia entre el jardín o el huerto como lugares ocultos y propicios para el encuentro ocasional entre amantes. Sin lugar a dudas, la evidencia más flagrante de esta relación subliminal entre el huerto (y por extensión: el jardín, la floresta o la arboleda, ya sea cultivada o silvestre) la encontramos en la expresión: “Llevarse a alguien al huerto”. En sentido figurado se usa también para significar ‘cuando se obtienen los favores sexuales de alguien con habilidad o lisonjería’. Hay quienes han visto la etimología de esta expresión en el episodio de La Celestina en la que la vieja alcahueta convence con maña a Melibea para dejarse ver en el huerto con su amante. El huerto se convierte así en lugar de transgresión y espacio oculto de claras connotaciones simbólicas erótico-sexuales. Esta idea subyacente es común a diversas culturas en las que los árboles y la flora se asocian a fertilidad.

Así, la locución “llevarse(la) al huerto”, por metonimia, ha pasado a designar la conquista que concluye en la consumación de relaciones sexuales entre amantes ocasionales. En este contexto, especial mención merecen las expresiones fitolibidinosas usadas en el español de Canarias para referir los lugares habituales donde se producen los encuentros amorosos, y que, por ende, en esta suerte de tropo, sirven para denominar el “encuentro amatorio” en sí. Nos referimos a aquellas locuciones que insinúan una relación “amorosa” y que tienen como protagonista el escenario donde se consuma el acto, de manera celada. En el ámbito pancanario se registran variadas expresiones locales que ponen en relación la flora dominante de un lugar con el punto de encuentro (aunque pueden referirse también a otros elementos del imaginario rural: el pajar, la era, el goro, las cuevas…). Estos lugares de encuentro cambiarían de una localidad a otra, y tendrían en común que se identifican casi siempre con la flora silvestre característica del lugar o un cultivo común en la zona (tomateros, plataneras, etc.). Así por ejemplo, “llevársela para las plataneras” se decía (en Telde) cuando el sujeto seductor tomaba la iniciativa para, en medio del platanal, consumar furtivamente el acto. Hemos constatado la subsistencia de expresiones similares en distintos lugares, v.gr.: “Llevársela para las cañaveras” (en Teror) o “a los bardos de tuneras del barranco” en algunos barrios de la capital. Aunque hoy parece que tenga un carácter marginal o anecdótico, estas expresiones fitolibidinosas que refieren encuentros amatorios, hasta donde hemos podido constatar, poseen un carácter universal. Universalidad que se aprecia en expresiones e imágenes similares de otras lenguas y culturas. La elección del lugar obedece quizá a una mixtura entre la imperante necesidad y la praxis resolutiva (“¡La jodienda no tiene enmienda!”, se suele decir), pero a ello contribuyen seguramente el peso de la asociación inconsciente con la imagen arquetípica del jardín primordial y la propia simbología de fertilidad ligada a la tierra y a las plantas.

Compartir el artículo

stats