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Miley reivindica su corazón rock

La cantante funde ganchos y guitarras eléctricas ciberpunk con grandes figuras

Miley Cyrus LP/DLP

Si en la transición de la pin up televisiva Hannah Montana a la deslenguada Miley Cyrus podíamos vislumbrar a un futuro juguete roto, los sucesivos pasos de la artista desmontan el prejuicio. La hija de Billy Ray Cyrus tiene madera para imponer su propio rumbo en medio del ruido mainstream y del mercado de tendencias. Ahí está este Plastic hearts, aparatoso artefacto pop alimentado de fuentes que hoy pueden resultar excéntricas, como el rock’n’roll con pegada glam, la vieja new wave punkie y el aura de figuras femeninas que en otros tiempos marcaron territorio, como son Debbie Harry (Blondie), Joan Jett y Stevie Nicks (Fleetwood Mac).

Cyrus, una criatura capaz de unirse en el pasado tanto a Adriana Grande como a The Flaming Lips, transmite una refrescante sensación de libre albedrío, apreciable en la canción de apertura, WTF do I know, donde a cuenta de su fallido matrimonio (con el actor Liam Hemsworth, un enlace que “quizá” no fue más que “una distracción”, desliza la letra) se sacude de encima las responsabilidades derivadas de la fama y rechaza ser “la heroína de nadie”. Todo ello, con su voz áspera de chica mala y a bordo de un torpedo electro-rock al que sigue la palpitación a lo Motown de Plastic hearts. Y un poco más allá, ese Prisoner a dúo con Dua Lipa, resultón, aunque fusile el estribillo de Physical, el éxito ochentero de Olivia Newton-John. 

Plastic hearts toca muchos palos y no siempre acierta: hay baladas menores (Angels like you) y ejercicios de trovadora filo-country con tendencias épicas un poco cargantes (High), pero a su favor puntúan el invasivo pop sintetizado de Gimme what I want y ese Midnight sky de estribillo con deje tribal, que mira de reojo a Edge of seventeen (1982), de Stevie Nicks, tema con el que se funde al final del álbum en el Frankenstein de nueva planta titulado Edge of midnight (Midnight sky remix). 

Más gestos de homenaje: Billy Idol, irrumpiendo en Night crawling para darle un poco de oscuridad ciberpunk, y Joan Jett, en la enrarecida Bad karma, con gemidos libidinosos en una producción de Mark Ronson. Y en la edición digital, versiones live de Blondie (Heart of glass) y The Cranberries (Zombie) que probablemente el mundo no necesitaba, si bien terminan de anclar a Cyrus en el paisaje de su gusto, entre presencias inspiradoras de otro tiempo, y capturan el descaro natural que imprime a sus directos.

Miley con vistas al rock’n’roll sin ser rock’n’roll, decorando la portada del álbum con una foto de Mick Rock (autor de artworks legendarios de Ramones o Joan Jett & the Blackhearts) y desafiando a quienes piensen que solo a golpe de ritmos urbanos y/o latinos puede uno existir en la primera división comercial del año 2020. Ahí está ella, con mucho postureo y algunas notables canciomes.  

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