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Literatura

Christian Santana: “Mi narrativa se ha contaminado de negro porque es lo que está en la calle”

“Me gustan los personajes que están en el fango, es un desafío, y ‘La partida’ está llena de ellos”, comenta el Doctor en Filología inglesa y escritor

El escritor Christian Santana Santi Blanco

El escritor y filólogo Christian Santana Hernández (Telde, 1975) despide el año con ‘La partida’ (Mercurio Editorial). Una pieza teñida de negro y sangre, que en una espiral de intriga invita al lector a jugar y a participar de varias tramas temporales que conducen a una mesa de póquer llena de cadáveres.  

Dos años después de Pacheco (2018) presenta La partida, una nueva novela que ya está disponible en formato digital, y desde este viernes en las librerías.

Intento que pase un año o dos entre un título y el siguiente. Me parece que las cosas hay que sosegarlas, y uno mismo tiene que darle muchas vueltas a la cabeza. El lector también necesita su tiempo para leer, e incluso la novela requiere un plazo para tener vida.

¿Cómo llega a La partida, y qué se esconde en esa mesa de póquer regada de cadáveres con una trama entre Nueva Orleans y Escocia, en la que también invita a jugar al lector?

La partida es la vida en sí, incluso hay una cita de Shakespeare al inicio de la novela que redunda en esa idea. Jugar o no jugar, esa es la cuestión, mojarse o no mojarse. Nuestra existencia es una partida a vida o muerte. De hecho, el título es, por un lado, por una partida de póquer, clave en la trama. En el capítulo uno aparecen una serie de cadáveres en torno a una mesa de póquer, en una casa de Nueva Orleans; en el segundo capítulo, hay un salto en el tiempo que nos lleva a Inverness, y hay que averiguar cómo esas personas han acabado ahí, y qué ha pasado en todos esos años para que aquello termine de esa forma. Y La partida es, por otro lado, el relato de unos escoceses que tienen que huir a Estados Unidos -en este caso a Nueva Orleans-, y cambiar de identidad por culpa de un error que cometió un familiar en el pasado. Hay personas que tienen un destino que no pueden cambiar, porque les ha tocado vivir una vida cuyas cartas están marcadas. Se trata de jugar con cuestiones shakesperianas, que tienen que ver con lo débiles que podemos llegar a ser, y que por mucho que intentamos hacer las cosas bien, a veces hay quienes tienen su destino marcado y no hay forma de cambiarlo.

Son varias las tramas que se cruzan en torno a esta partida.

La novela es un puzle y quiero que el lector juegue su partida y una las piezas que lo componen. Son distintas situaciones y todas terminan confluyendo en esa mesa de póquer. El lector también tiene que decidir si quiere jugar. No se queda ninguna ventana abierta, todas se unen como un círculo que empieza y acaba. La novela comienza fuerte con todos esos muertos. En todo momento el lector está pensando cómo puede unir todas esas piezas, porque son muchas y en ocasiones parece que son de puzles distintos. Hago guiños, me gusta el jazz y tenía que ir a Nueva Orleans; y el póquer lleva al que lee a los personajes de la película El golpe: uno se llama Lonnegan , como el mafioso -Robert Shaw-; otro Hooker, el personaje que hacía Redford en este caso; y Gondorff, el que interpretaba Paul Newman.

La forma de su escritura han cambiado desde que se adentrara en la narrativa en 2014 con La ratonera de Van Gogh.

Cuando escribí las novelas antes de Pacheco mi intención era que el lector conociera el mundo de los museos, al arte, la falsificación. En cambio, con Pacheco me dije que quería zarandear al lector, despertar las conciencias. Es un deber moral que tengo, porque estamos en una sociedad en la que no se están haciendo bien las cosas, una sociedad en la que hablamos pero no nos escuchamos, y hay que dar un golpe fuerte en la mesa, aspiraba a eso y creo que lo conseguí. Y aquí, en La partida, de nuevo regreso a una historia de vencidos y de perdedores. Víctimas de las decisiones incorrectas tomadas por alguien en el pasado, y cuyas consecuencias pagan los que vienen después. Porque un personaje que está en lo alto no me interesa, no aspira a nada más, me gustan los que están en el fango y que intentan salir de ahí, eso es un desafío y esta historia está llena de estos personajes.

¿El género negro, el thriller, ha contaminado, en términos literarios, su narrativa?

Mi narrativa se ha contaminado de ese género porque es lo que está en la calle. La sociedad hoy en día no es un cuento de hadas. Estamos en un mundo marcado por mucha mezquindad. En estos años, quizá de mayor madurez personal, me he dado cuenta de que mis relatos no sólo deben aportar desde el punto de vista del puro esparcimiento, no sólo se trata de que el lector se evada, sino de dar un leñazo, un golpe en la mesa bien dado. Es lo que me ha llevado hasta aquí.

Se cumple una década desde su primer libro Shakespeare: un mundo de amor y locura.

Empecé hace diez años con el ensayo, porque yo era más académico e investigador. La obra se basaba en mi tesis doctoral, y al final he terminado como estoy, con la ficción. Hoy en día le dedico menos tiempo a la investigación; tras 20 años, entiendo que he abarcado un nicho que quería copar en cuanto a mi forma de ver las cosas y en este momento, evidentemente, estoy volcado en este género. La partida ve la luz estos días, pero también está por venir una novela que se desarrolla en Las Palmas de Gran Canaria.

Le iba a preguntar por ello. Si había tenido la tentación de llevar su ficción a la ciudad.

Siempre he pensado que definir el género negro en Canarias debe de ser tanto por el hecho de que la acción tenga lugar aquí, como por que la obra sea escrita por un autor local. Inicialmente, con la trilogía Trazos del destino, me salió lo del mundo del arte, que nos llevaba a Hamburgo, San Petersburgo, Estocolmo; con Pacheco me llevó a un pueblo en Sevilla, porque la atmósfera era lo que hacía que los personajes estuvieran nerviosos y de mala hostia; con La partida, viajamos a Nueva Orleans y Escocia; y con la que saldrá en un año y medio o dos, a Las Palmas. ¿Por qué? Porque salió así. Nunca he querido, por el mero hecho de ser de aquí, que fuera en mi casa. Podía haber pasado lo contrario, que nunca escribiera algo que sucediera en mi entorno. La verdad es que no sé lo que vendrá después, lo que salga. Yo dejé de medir los pasos hacia el lector con Pacheco, ahí solté el vómito porque esta sociedad necesita que se digan las cosas claras.

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